Picasso, el idealista

Me encantan las polémicas menores, esas que juntan en comunión a escandalizadores al por mayor y escandalizables de garrafón. La penúltima, la toreada que les ha pegado Arturo Pérez-Reverte —de profesión, sus troleos— a ciento y la madre de mordedores de anzuelos a cuenta de si un famoso cuadro de un celebérrimo pintor no sé qué o no sé cuántos.

Vale, se lo traduzco. Ocurre que el académico, tocanarices y (notable con excepciones) novelista anda promocionando su último seguro best seller, donde el protagonista, un cabrón de marca mayor presentado como tipo fascinante, se planta en París en 1937 para evitar que Picasso muestre el Guernica, en pleno proceso de elaboración, en la Exposición Universal. En su, seguramente, lícito propósito de vender más ejemplares y conseguir unos titulares de aluvión, al autor le ha dado por proclamar que el genio malagueño no pintó la emblemática obra movido por los sentimientos ni la ideología, sino por el dineral que le pagó el gobierno de la República.

Vamos, que ha descubierto la gaseosa. ¿Se puede ofender alguien a estas alturas por haber enunciado algo que, por otra parte, se ha venido diciendo en mil y una ocasión? Pues parece que sí. Han salido en tromba los recauchutadores de virgos históricos a leerle la cartilla al que les ha puesto el trapo. Sostienen sin rubor que está documentadísima la versión opuesta, la del arranque patriótico e idealista, y añaden, como si ellos mismos lo acabasen de descubrir, que no hay nada malo en que los artistas sean remunerados por su trabajo de acuerdo con su valor en el mercado. Y este servidor ni quita ni pone, solo sonríe con maldad.

Dame caviar y llámame pederasta

Desgraciadamente, el invento funciona así. A estas horas corre el cava en algún despacho de la editorial Planeta, evacuadora mercantil del zurullo de tapas duras firmado al alimón por el bufón sedicente Albert Boadella y el eructador profesional Fernando Sánchez-Dragó. Si, gracias al cada vez más generalizado gusto por la coprofagia literaria, ya era buena la previsión de ventas del prontuario de la procacidad perpetrado por el dúo, ahora la curva de facturación se va a salir de la gráfica. Y el diez por ciento, bolos en ateneos de pueblo aparte, para los artistas de la ponzoña. Dame caviar y llámame pederasta.

¿Debemos callar, entonces, para no dar tres cuartos de millón de euros al pregonero soez? ¿Es mejor mirar hacia otro lado y no alimentar más el ego, el relieve público y la cuenta corriente de los que han hecho del exabrupto su forma de vida? Llevo haciéndome esas preguntas desde que el pequeño éxito del Cocidito se reveló también como una forma de paradójico márketing de los retratados en el mejunje. Reconozco que no sin dudas, vacilaciones, titubeos y hasta serios problemas de conciencia, mi respuesta es que, a pesar de todo, hay que seguir subrayando en rojo las melonadas y poniéndolas al alcance de quien no repararía en ellas. Creo sinceramente que Xabi Larrañaga debe sentirse muy orgulloso del tsunami que ha provocado la columna publicada en Noticias de Gipuzkoa donde nos descubría la desfachatez con que Dragó presume de haber practicado sexo con dos niñas de trece años.

Dura competencia

A partir de la denuncia, allá cada cual con sus comportamientos. Viendo a Pérez-Reverte, otro que tal baila, galleando de la repercusión que ha tenido haber llamado “mierda” a Moratinos, no podemos esperar que ninguno de estos ególatras con caja registradora por cerebro depongan su actitud. Al contrario, escalarán tres peldaños más, entre otras cosas, porque se está poniendo muy dura la competencia del regüeldo estentóreo. Tertsch, Burgos, Sostres, De Prada, Ussía, Losantos, Dávila y otro puñado de tuerceplumas con menos nombre, como el mindundi local Ezkerra, están instalados en el “semper plus ultra” porque tienen que defender su puesto en el corral.

Quizá lo que debamos preguntarnos es por qué hay tanta demanda para sus vertidos tóxicos. O, volviendo al caso de Dragó, por qué él, que dice ser tan indomable, goza de la protección contante y sonante del poder público más convencional de nuestro entorno, que es la Comunidad de Madrid, en cuya tele seguirá soltando sus bravuconadas.