Segunda República, 90 años

14 de abril, 90 años de la Segunda República española. Creo que conviene empezar cerrando el paso a las trampas en el solitario. Los ojos de hoy no sirven para mirar el ayer. Es metafísicamente imposible comprender el pasado desde la atalaya ventajista del presente. Como no dejamos de ver insistentemente en estos días previos al aniversario y ya teníamos comprobado con anterioridad, se tiende a presentar los hechos no como fueron sino como queremos que hubieran sido. Lo triste y alarmante es que esto no solo nos ocurre a los mortales corrientes y molientes. Muchísimos historiadores con toda la titulación en regla y centenares de visitas a los archivos acreditadas ofrecen una visión a beneficio de obra. 

Es así como nos encontramos con dos relatos —maldita palabra— diametralmente opuestos de lo que fue el periodo 1931-1936. Por un lado, el diestro, están los demonizadores sin escrúpulos que caricaturizan esos años como una etapa de terror literalmente rojo contra la que no quedó más remedio que levantarse. Enfrente están los que dibujan un mundo de fantasía al abrigo de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y no fue ni lo uno ni lo otro. Creo que es más aproximado pensar que fue una época donde la luz trató de imponerse a la oscuridad. Ya solo por eso es justo y necesario reivindicarla. 

Picasso, el idealista

Me encantan las polémicas menores, esas que juntan en comunión a escandalizadores al por mayor y escandalizables de garrafón. La penúltima, la toreada que les ha pegado Arturo Pérez-Reverte —de profesión, sus troleos— a ciento y la madre de mordedores de anzuelos a cuenta de si un famoso cuadro de un celebérrimo pintor no sé qué o no sé cuántos.

Vale, se lo traduzco. Ocurre que el académico, tocanarices y (notable con excepciones) novelista anda promocionando su último seguro best seller, donde el protagonista, un cabrón de marca mayor presentado como tipo fascinante, se planta en París en 1937 para evitar que Picasso muestre el Guernica, en pleno proceso de elaboración, en la Exposición Universal. En su, seguramente, lícito propósito de vender más ejemplares y conseguir unos titulares de aluvión, al autor le ha dado por proclamar que el genio malagueño no pintó la emblemática obra movido por los sentimientos ni la ideología, sino por el dineral que le pagó el gobierno de la República.

Vamos, que ha descubierto la gaseosa. ¿Se puede ofender alguien a estas alturas por haber enunciado algo que, por otra parte, se ha venido diciendo en mil y una ocasión? Pues parece que sí. Han salido en tromba los recauchutadores de virgos históricos a leerle la cartilla al que les ha puesto el trapo. Sostienen sin rubor que está documentadísima la versión opuesta, la del arranque patriótico e idealista, y añaden, como si ellos mismos lo acabasen de descubrir, que no hay nada malo en que los artistas sean remunerados por su trabajo de acuerdo con su valor en el mercado. Y este servidor ni quita ni pone, solo sonríe con maldad.