¿Cuánto se debe?

Una sencilla explicación. Con eso habría sido suficiente. Cualquiera es capaz de comprender que en estos tiempos de arcas escuálidas se produzcan retrasos en los pagos. Les ocurre a las empresas, a las familias y, por descontado, a las instituciones, que por muy potentes que parezcan, también están a la quinta pregunta. Y como lo tenemos asumido, nadie monta un tiberio si el dinero llega —lo importante es que llegue— una semana o diez días tarde. Incluso un mes, si alguien se toma la molestia de ofrecer las razones de la demora a quien aguarda el ingreso. La confianza se trabaja así.
Por lo visto, en el Gobierno López se desconoce este sencillo principio. Cuando los diarios del Grupo Noticias publicaron la primera entrega sobre los impagos, el lehendakari en persona salió como un hidra a proclamarse recordman mundial de celeridad en el abono de facturas. Un titular muy bonito para su claque mediática pública y privada, pero un error de comunicación de parvulario. Muchos que no le habían dado mayor importancia al asunto se sintieron aludidos y salieron a escena. Becarios, ONGs, asociaciones culturales, contratistas y proveedores varios  dieron cuenta de lo que les adeudaba Lakua en una segunda remesa de informaciones.
Otra vez, en lugar de calmar los ánimos, los mandarines de Patxinia optaron por negar la evidencia y, de regalo, por la soberbia. Con su proverbial tacto, la portavoz Idoia Mendia hizo un paquete de malos vascos con los que aportaban su testimonio y, por supuesto, con los periódicos y la emisora de radio que se estaban haciendo eco de la situación. Más allá de la indignidad de decretar la mentira como prueba de patriotismo, el resultado de la nueva torpeza fue que la bola siguió creciendo. Aparecieron más acreedores y, por si faltaba algo, supimos de un crédito de 500 millones de euros que hubo de pedirse a toda prisa. Ahora es cuando estamos preocupados de verdad.

Mentiras patrióticas

En Nueva Lakua, capital de Patxinia, no se mata al mensajero. Simplemente se le despacha con un baño de brea y una mano de bofetadas dialécticas para que luego lo cuenten los alpistados de corps obviando el contexto. No es por una tendencia innata a la violencia ni por un espíritu killer del que carecen, tal vez con un par de excepciones, los integrantes de la brigadilla gubernamental. Se trata más bien de esa metamorfosis —ya explicada anteriormente en esta columna— que sufren los seres irreparablemente ineptos cuando se saben descubiertos y, de perdidos al río, deciden espantar sus penas a zurriagazo limpio con lo que se les ponga enfrente. Con más saña, claro, si es quien actúa como notario y recordatorio de su nulidad.
El fenómeno ha adquirido magnitud superlativa en el propio López, que cada vez con más frecuencia convierte sus comparecencias, entrevistas o simples canutazos en una fila de hostias preventivas a los que interpreta culpables de sus frustraciones. Con qué tonillo, además. Siguiendo sus pasos, los que le acompañan en ese Costa Concordia oficialmente llamado Consejo de Gobierno van dando preocupantes muestras de estar afectados por el mismo arrechucho. Gentes como Carlos Aguirre, Rafael Bengoa o el cuasi ignoto Bernabé Unda, que a primera vista dan la sensación de ser incapaces de pisar una lombriz, mutan en el increíble Hulk y, con mejor o peor fortuna, practican el ataque como mejor defensa.
Con todo, el caso más llamativo es el de la portavoz (nadie recuerda ya de qué es consejera, además), Idoia Mendia. De martes a martes sube la temperatura y la bilis contenida en sus descargas. En su última zarracina verbal tildó de poco vascos y nada amantes del país a los que con abundancia de pruebas documentales han demostrado que no queda un puñetero clavel en la caja y que hay un porrón de facturas por pagar. Contar la verdad es de antipatriotas, Y lo dice ella.

Virtuoso de la trola

Mentir: “Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”. Es sólo la primera acepción en el diccionario de la Academia Española. Veamos las otras cuatro: “Inducir a error”, “Fingir o aparentar”, “Falsificar algo”, “Faltar a lo prometido, quebrantar un pacto”. Cinco sobre cinco, pleno absoluto. Cualquiera pensaría que hay que entrenar mucho y emplearse a fondo para cosechar un récord así, pero a él no le cuesta nada. Sin despeinarse ni mucho menos sonrojarse, los embustes acuden a su lengua con la misma naturalidad pasmosa que los regates imposibles a las piernas de Messi.

Es digno del mayor encomio cómo ha ido depurando la técnica con el ejercicio constante. Ya no carraspea, ni se muerde el labio inferior, ni se mira la punta de los zapatos. Pronto dejará, incluso, de ajustarse el puente de las gafas con el dedo índice y de hacer el molinillo con los ojos y será capaz decir un jueves que es sábado sin que la concurrencia perciba nada extraño. Y no tardará mucho en llegar ese momento de comunión total entre falsario y falsedad, ese karma en que el que avienta las trolas pierde la conciencia de que lo son y es el primero en creérselas.

Está en ello. Anteayer rozó esa plenitud, ese místico y liberador desprendimiento de la realidad que lo convierte a uno en habitante único de un mundo paralelo inalcanzable para el resto de los mortales. ¿Por qué, antes de tildarlo como Pinocho de tres al cuarto o de echarle los perros azuzados con nuestros prejuicios, no contemplamos esa hipótesis? ¿Quién nos dice que en ese Nirvana de uso exclusivo no es rigurosamente cierto que terminó la carrera (y, tal vez, dos másters), que siempre había prometido que pactaría con el de la moto o que fue él en persona quién arrancó a dentelladas cada transferencia pendiente?

De acuerdo, suena raro. Pero la otra opción es que Patxi López nos esté tomando por tontos y eso cuesta más asumirlo, ¿no?