De aquí al 5 de abril

Si la vida es eterna en cinco minutos, cómo de larga será en la semana escasa que ha pasado desde que saltara la liebre del adelanto electoral en la demarcación autonómica hasta su confirmación ayer a las cuatro de la tarde. Quedan como asuntos del pleistoceno la primera miguita de pan lanzada por el portavoz del Gobierno y las especulaciones de aluvión en que nos enredamos. La lección es que el escenario puede cambiar bajo nuestros pies como los más avispados consultores y lectores de posos de café no son capaces de vislumbrar. Miren Zaldibar, sin ir más lejos, o sea, más cerca. Cuidado con pensar que se gana sin bajar del autobús o sin mancharse la pernera del pantalón. Seremos un pueblo emocionalmente austero, pero los sentimientos cuentan. Vaya que si cuentan.

Por lo demás, si ha de ser el 5 de abril, sea. Como he leído ya no recuerdo a quién, cuanto antes, mejor. Si de algo estamos hasta la mismísima sobaquera por estas laltitudes es de climas preelectorales infinitos, con broncas de a duro, demagogias hediondas y desvergonzados ejercicios de cuantopeormejorismo. De hecho, cuento los días que quedan hasta la fecha en que hemos sido convocados a las urnas, y me siento acechado por una pereza estratosférica. Se nos viene encima toda la caterva de señoritingos de bolsillo holgado, autoinvestidos de portavoces de los que están a dos velas, a predicarnos que vivimos en un paisaje lunar irrespirable. Advierto desde ya que no será la mejor de las ideas tratar de contrarrestar esos embistes y esos embustes a base de pincel rosa y baño de almíbar. Hay que ganarse cada voto de uno en uno. Hasta el último cuenta.

¿Confianza en España?

Si yo formara parte de esa macromafia que llamamos “Los Mercados” tampoco tendría la menor confianza en España. Hay dos o tres millones de motivos. Para empezar, no hay forma de concederle un átomo de credibilidad a una economía que no se apea ni a tiros del combinado de sol, ladrillo y pelotazo que se sacaron de debajo del cilicio los ministros opusianos de Franco hace medio siglo. Mira que con la pasta que ha dado la castiza fórmula en determinadas épocas ha habido oportunidades para probar otros caminos tal vez más laboriosos pero, por eso mismo, más sólidos. Pues no: balanza de pagos de mármol atornillada a las promociones inmobiliarias de suelo recalificado y, cómo no, el turismo, que ya decía Paco Martínez Soria que era un gran invento. Casi lloro cuando escuché al gran estadista Rajoy en su discurso de investidura anunciar un plan de difusión de la “sabrosa y variada” gastronomía española como arma definitiva para volver a llenar las arcas.

Esa es la famosa Marca España que con tanto orgullo y ardor han defendido hasta quienes sabían —¿Verdad, López y asesores de López?— que mundo adelante es considerada una especie de peste incurable… sencillamente porque lo es. Y lo es no sólo por el modelo que acabo de describir, sino por quiénes y cómo lo hacen funcionar: una casta endogámica de políticos y altos directivos de grandes corporaciones que cometen en comandita las trapacerías para, como es lógico, tapárselas igualmente en comandita.

Lo de Bankia es el mejor ejemplo. Su desastre es el combinado perfecto de ineptitud en la gestión —ni adrede se puede perder tanto dinero en tan poco tiempo—, manipulación de datos con la peor fe y ocultamiento continuado y mendaz de una situación que al estallar podía arrastrarlo todo, como de hecho ya lo está haciendo. Pero ya sabemos que nadie va a pagar por ello. Vuelvo al principio: ¿Quién quiere invertir un euro en una cloaca así?

¿Cuánto se debe?

Una sencilla explicación. Con eso habría sido suficiente. Cualquiera es capaz de comprender que en estos tiempos de arcas escuálidas se produzcan retrasos en los pagos. Les ocurre a las empresas, a las familias y, por descontado, a las instituciones, que por muy potentes que parezcan, también están a la quinta pregunta. Y como lo tenemos asumido, nadie monta un tiberio si el dinero llega —lo importante es que llegue— una semana o diez días tarde. Incluso un mes, si alguien se toma la molestia de ofrecer las razones de la demora a quien aguarda el ingreso. La confianza se trabaja así.
Por lo visto, en el Gobierno López se desconoce este sencillo principio. Cuando los diarios del Grupo Noticias publicaron la primera entrega sobre los impagos, el lehendakari en persona salió como un hidra a proclamarse recordman mundial de celeridad en el abono de facturas. Un titular muy bonito para su claque mediática pública y privada, pero un error de comunicación de parvulario. Muchos que no le habían dado mayor importancia al asunto se sintieron aludidos y salieron a escena. Becarios, ONGs, asociaciones culturales, contratistas y proveedores varios  dieron cuenta de lo que les adeudaba Lakua en una segunda remesa de informaciones.
Otra vez, en lugar de calmar los ánimos, los mandarines de Patxinia optaron por negar la evidencia y, de regalo, por la soberbia. Con su proverbial tacto, la portavoz Idoia Mendia hizo un paquete de malos vascos con los que aportaban su testimonio y, por supuesto, con los periódicos y la emisora de radio que se estaban haciendo eco de la situación. Más allá de la indignidad de decretar la mentira como prueba de patriotismo, el resultado de la nueva torpeza fue que la bola siguió creciendo. Aparecieron más acreedores y, por si faltaba algo, supimos de un crédito de 500 millones de euros que hubo de pedirse a toda prisa. Ahora es cuando estamos preocupados de verdad.

Profeta Lagarde

Me tildaron como demagogo desorejado cuando me eché las manos a la cabeza por los 380.000 eurazos anuales (gabelas aparte) que se había puesto como sueldo la entonces recién nombrada directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde. Para mi pasmo quíntuple, hay muchas más personas de las que hubiera imaginado que tienen tal pastón por calderilla. “En la empresa privada estaría ganando diez veces más”, argumentaban los sorprendentes defensores, dando por hecho de propina que también les parecía la cosa más normal de la galaxia que un ser humano se llevase crudo de una sentada lo que el común de los mortales no acumularía en varias vidas. El corolario era que la sustituta de Strauss-Khan (ahorrémonos epítetos) era una mente tan preclara que todo el oro del mundo habría quedado corto como salario.

Pues ya lo estamos viendo. El penúltimo de los tropecientos lunes negros que llevamos encadenados se lo ha currado ella solita con su bocaza. Sabiendo que en el puesto que ocupa su verbo es carne, no se le ocurrió otra cosa que anunciar a los cuatro vientos una recesión inminente. Así, sin anestesia, porque sus másters y sus MBAs lo valen. Invitados al guateque por quien debía espantantarlos, los tiburones de costumbre –Mercados los llaman- se calzaron los colmillos de los días se fiesta y se pusieron finos a deuda soberana a precio de papel y, como entremés, acciones de todos los colores y sabores. Las bolsas europeas bajaron un 4% de media, que aunque en porcentaje suena a migajas, son miles de millones de euros en una tarde. Adivinen a quiénes se los van a rascar céntimo a céntimo.

Lo mejor es que después de haberla liado parda, sale tan ufana ayer en El País proclamando que “hay que romper el círculo vicioso de la crisis de confianza”. Como el modo elegido para hacerlo sea ir pregonando el apocalipsis, esto se va al guano antes de lo que nos tememos. Quizá hoy mismo.