La salud era lo primero

Caramba con los severísimos pontificadores de la consignilla “la salud es lo más importante”. En cuanto rascas con el canto de un duro, te encuentras que su superioridad moral y su rectitud engorilada no aguantan medio soplido. Qué imágenes, las del pasado fin de semana, de multitudes arremolinadas, pasándose por el forro de los caprichos todas las letanías sobre la distancia de seguridad, la responsabilidad individual y me llevo una.

Oiga, mireusté, que llevaban mascarilla, por lo menos cinco de cada diez. No me compare, que era por una noble causa, ya verá cómo el bicho sabe distinguir a quién llevarse por delante y a quién no. No joda, que era a las puertas de la fase tres, mientras los cayetanos fachirulos de los barrios madrileños de alcurnia salieron en la uno mal contada y con banderas españolas y palos de golf, que son vehículos seguros de difusión del virus. Milongas, milongas y más milongas que contienen el autorretrato de los medidores de doble, triple, cuádruple vara o lo que haga falta. Ya ni siquiera es hipocresía. Es cinismo del más alto octanaje entreverado con la soberbia de los que siempre salen vencedores de cada envite porque si alguien les afea la conducta, se encabritan y le ponen de fascista para arriba. Pues sea, que uno no se va a callar a estas alturas de la tragicomedia.

Las muertes no cuadran

Hace diez días, el fabuloso mago de los números Fernando Simón empezó a aportar al alimón los datos de las muertes diarias por COVID19 y los de las semanales. Desde entonces se han producido varios hechos prodigiosos. Por ejemplo, sistemáticamente la cifra de defunciones del conjunto del estado es mucho menor que la suma de las que han aportado las comunidades autónomas. En no pocas ocasiones, la diferencia ha sido un escándalo, de cero muertes frente a una veintena. Al ser preguntado por semejante desfase, el gran druida ha venido echando mano de dos explicaciones consecutivas. Por un lado, la culpa era de las autoridades territoriales, que no saben contar y/o les va lento el internet y los informes llegan tarde. Por otro, esa inconveniencia quedaba compensada por el reciente invento de agrupar los fallecimientos por semanas. Supuestamente, de ese modo las (brutales) discrepancias diarias quedaban compensadas.

Pues tampoco. Como demostró anteayer Vicente Vallés en Antena 3 Noticias, las sumas con datos del propio Ministerio de Sanidad siguen siendo de Muy Deficiente en Matemáticas. No cuadran ni con fórceps. ¿Por qué? Es terrible que solo preguntarlo le sitúe a uno en el bando de los odiadores de Simón. Y más terrible aun, que la falta de respuesta induzca a una desconfianza cada vez mayor.

Diario del covid-19 (38)

Las formas son parte del fondo. La esperadísima, casi ansiada, comparecencia del ministro español de Sanidad, Salvador Illa, para detallar las condiciones bajo las que podremos salir a la calle a partir de mañana estaba prevista para las seis de la tarde. El tipo no apareció ante el atril hasta las seis y veinte. Así, porque sí, porque él lo vale. ¿Quién de ustedes se puede permitir un retraso semejante en su oficio? Yo, desde luego, no.

Por lo menos, iría al grano, ¿no? Pues tampoco. Antes de hincarle el diente al pifostio del cuadrante horario y de edades y actividades, que era lo único que nos interesaba a los agarrotados ciudadanos, Illa se adornó con un puñado de mentiras o, en palabras de la famosa asesora de Trump, de hechos alternativos. Por ejemplo, contó sin que se le moviera un pelo del tupé que España es uno de los primeros países en acometer la desescalada, como si no tuviéramos acceso a los medios.

Lo dijo, eso sí, con la misma convicción con que soltó otra de las grandes trolas que anda aventando el gobierno al que pertenece. “Entramos todos juntos en esto y saldemos todos juntos”, porfió el ministro, y con blindaje inguinal digno de mejor causa, añadió que para eso se había establecido un plan de transición a la nueva normalidad asimétrico y a diferentes ritmos. Es lo que hay.

Diario del covid-19 (36)

Hay anécdotas que huelen a categoría. Al gobierno que dice perseguir bulos por tierra, mar y aire le han pillado con el carrito del helado. Ni corto ni perezoso, infló los datos de test realizados para salir guapo en el ránking que elabora la OCDE. Y así fue que durante todo el lunes el sanchismo mediático y el mediatizado anduvo sacando pecho aquí y allá porque había conquistado el octavo puesto de la clasificación. Ayer, sin embargo, fueron los de la acera de enfrente los que estuvieron de despiporre porque el organismo transnacional tuvo que darle una patada a España hasta el decimoséptimo lugar de la lista, una vez comprobado —supongo que con manifiesto sonrojo— que desde Moncloa se la habían intentado meter doblada.

Cazado en renuncio, el licenciado en Filosofía y ministro de Sanidad, Salvador Illa, que el día anterior presumía con el mentón arriba del gran logro, remedaba a la zorra de la fábula. Las uvas estaban en verdes. O, en sus palabras: “El lavado de manos, la higiene y las medidas de distancia social son más efectivos que hacer test a personas que no presentan síntomas”. Este humilde tecleador, que carece de los conocimientos sanitarios adecuados, no duda que lo que dice Illa sea verdad. Lo que no entiendo es que por qué entonces se llegó a mentir a la OCDE y a la ciudadanía.

Diario del covid-19 (22)

Los números vuelven a darnos una bofetada. Otra vez más muertos y más contagios. Y eso, pasando por alto que los positivos son en función de la cantidad birriosa de test que se hacen y que empezamos a descubrir que hay caja B de defunciones. Menos mal que hemos entrado en la realidad dictada por decreto y propagada por los medios alpistados —una kilada a repartir entre Atresmedia y Mediaset; al resto, que nos ondulen con la permanén—, que son los mismos que dicen luchar contra los perversos bulos.

Pues que empiecen por el ombligo propio, porque nada más publicadas las cifras, andaba Ferreras contando que eran unos datos cojonudísimos, lo que confirmaban uno tras otro sus compañeros de francachela, incluyendo el presunto experto con el que conectan por Skype a pantalla completa. Por si cabía alguna duda, los creativos grafistas se habían currado una curva donde el aumento de fallecimientos aparecía como una cuesta abajo. Todo, después de haberse pegado la mañana entera poniendo de chupa de dómine al diario El Mundo por publicar en portada una escalofriante fotografía de varias filas de féretros ordenados alfabéticamente en la siniestra morgue que se ha debido improvisar en el Palacio de Hielo de Madrid. ¿Quién dice que esta pandemia nos va a cambiar a todos? Se ve que algunos son inmunes.

La fantasía de Veleia

Los gravísimos acontecimientos que han marcado la actualidad de los últimos días me han impedido seguir con mayor atención el juicio por el presunto timo de la estampita, o sea, de los grafitos de pega, en Iruña-Veleia. Con todo, he ido coleccionando, a modo de aquellas viejas selecciones del Reader’s Digest, los momentos más relevantes del proceso que ayer quedó visto para sentencia. Puestos uno detrás de otro, formarían una pieza a medio camino entre Golfus de Roma, Amanece, que no es poco, The good wife y El ministerio del tiempo. Quien tuviera la intención de llevarla a las pantallas, grandes o pequeñas, debería pensar en Karra Elejalde para encarnar al personaje principal, el extravagante arqueólogo y birlibirloquero Eliseo Gil.

Como título, propongo Grandes mentiras para grandes crédulos, que es donde enlazamos con casi todas las cuestiones que nos ocupan estos días. Quizá la diferencia, y ojalá cunda, es que esta patraña parece que sí se ha logrado desmontar. No crean que ha sido fácil. Por burdos que nos resulten los detalles que han aparecido en sede judicial, como el tipo que confesó haber falsificado un grafito “pero en bromas” o la revelación de que las inscripciones amañadas contenían acero inoxidable, hubo un tiempo en que se creyó a pies juntillas en la autenticidad de los hallazgos. Si rebuscan en las hemerotecas, comprobarán el desprecio entre chauvinista y aldeano con que fueron tratadas las primeras personas que se atrevieron a poner en duda la fantasía animada que tantos quisieron (¿quisimos?) tragarse porque los deseos son siempre más bonitos que la puñetera realidad. Jode reconocerlo.

Miente, que queda todo

Si no fuera tremendamente trágico, sería gracioso que en un país donde excusitas de a duro farfulladas como letanías pasan por revisiones críticas del pasado se esté negando que el lehendakari pidiera ayer disculpas explícitas por los errores en la gestión del derrumbe del vertedero de Zaldibar. “Siento mucho los errores que hemos podido cometer en este operativo”, dijo Iñigo Urkullu. Añadiría que el documento audiovisual está al alcance de cualquiera que esté por la labor de comprobarlo, pero sé que pincho en hueso. Una vez más, la realidad es una minucia al lado de los juicios prefabricados y lanzados al enmerdadero en la certeza de que casi cualquier especie hará fortuna. Los dispuestos a creer creerán. Cualquier intento por confrontar con hechos contantes y sonantes las trolas caerá en saco roto.

¿Ejemplos? Mil. El penúltimo lo comentaba, creo que ni siquiera sorprendido, un querido compañero de fatigas informativas y opinativas. Ayer corrió la especie de que en el Teleberri se habían obviado las declaraciones de Maddalen Iriarte. Es solo la enésima vuelta de tuerca a la mandanga que sostiene que EITB pasa de puntillas sobre la cuestión, cuando va a todo trapo con información no precisamente cómoda. Y qué decirles de mi propio trabajo. A pocas cosas les habré dedicado tanto tiempo de radio —amén de un par de columnas que hubo quien tomó por fuego amigo— como al derrumbe. Si rescatan las tertulias de Euskadi Hoy en Onda Vasca, escucharán durísimas diatribas de contertulios de varias siglas. Da igual: a cada rato se me reprocha callar yo y silenciar las versiones poco amables. Pues lo lamento. No me rendiré.