Vayamos con tiento

¿Cuántas veces tenemos que desmorrarnos en la misma piedra para aprender algo? Infinitas, me temo. Perdonen, de nuevo, que ejerza de cenizo, pero se me ponen las rodillas temblonas al asistir al enésimo festival de triunfalismo ante la evidencia de que la tercera ola va cediendo. Es verdad que venimos de números terroríficos, pero las cifras actuales siguen siendo escandalosas. Están muy pero que muy lejos de los parámetros que permitirían pensar en algo que, aun así, sería remotamente parecido a nuestra vida anterior al desembarco del virus. Todo eso, sin dejar de lado la enorme e impía ligereza que supone anotar casi a beneficio de inventario los casi 5.000 fallecidos por covid —datos oficiales; los reales son más— que sumamos en el sur de Euskal Herria.

No. Por supuesto que no digo que no sea motivo de alivio ver cómo las gráficas confirman de día en día el camino descendente. Eso es tan esperanzador como la certificación de que las vacunas, incluso al ritmo seguramente muy mejorable que llevamos, empiezan a manifestarse efectivas; las curvas de contagios en las residencias, por ejemplo, han caído en picado. Soy el primero que se alegra al comprobar que también hay buenas noticias. Por eso mismo, para que siga habiéndolas, ruego a gobernantes y gobernados que esta vez vayan (vayamos) con tiento.

Sánchez hace la estatua

Se había quedado el fin de semana niquelado para una de esas pomposas comparecencias sabatinas o dominicales del señorito de Moncloa, pero en la hora en que tecleo, parece que no va a ser así. El caporal ha mandado a su chico colocado como candidato, el ya casi exministro Illa, a hacer una nueva exhibición de lo que mejor se le da, que es lo que, al fin, le hace tan buen cabeza de cartel: hablar mucho y no decir nada. Convirtiendo prácticamente en bella arte su divisa —ni una mala palabra, ni una buena acción—, el interino de sí mismo se pegó toda la rueda de prensa con el balón en el córner. Todo lo que llegó a medio anunciar, que es lo que ustedes habrán visto en los titulares, es que en un gesto de inconmensurable bondad, su benemérito gobierno quizá —pero solo quizá— se avenga a conceder graciosamente a las comunidades autónomas la facultad de adelantar el toque de queda.

¿Y si precisaran tomar otras medidas más drásticas? Ah, no, eso ya no. Da igual que la curva de contagios sea ya una pared vertical que diariamente pulveriza su propio registro, que las UCI estén a reventar o que vuelvan a morir personas por paletadas. Lo que impera, como viene ocurriendo desde el minuto cero de la pandemia, es el frío y desalmado cálculo de lo que conviene políticamente. Y esta vez toca hacer la estatua.

No Navidad

No tenemos remedio. Quiero decir, siendo justo, que algunos de nuestros congéneres no lo tienen. Como si no hubiera sido suficiente escarmiento el desastre letal de las llamadas No Fiestas del verano, ahora se empeñan en construir la catástrofe futura que será la No Navidad. Caminan como autómatas descerebrados —y nos empujan con ellos, que es lo peor— hacia el abismo de la tercera entrega de la pandemia. Tramposos, ventajistas e ingenuos sin posibilidad de enmienda, se aferran al comodín de la inminente vacuna para espolvorear su mensaje sacado de esos grandes filósofos epicúreos que fueron Los Amaya: Vive la vida hoy, que mañana te puedes morir.

Lo jodido en este caso es que el enunciado puede ser literal. O casi, porque las leyes de probabilidad y la de Murphy apuntan a que las juergas nonavideñas matarán, como ha venido pasando hasta ahora, a los que no las habrán disfrutado. Ya les digo yo que bien pocos de los más de cien fallecidos en la última semana en Euskal Herria pillaron el bicho yéndose de mambo. Qué va, se lo dejaron en usufructo parientes y otros prójimos que no se privaron de chuflas idénticas a las que ahora vuelven a reclamar como derecho inalienable. Pequeños aznarines recalcitrantes, preguntan quiénes son las autoridades sanitarias para prohibirles expandir el virus. Rabia.

Contar muertos

Una noticia directa a la boca del estómago: la factura mensual de las pensiones ha caído por primera vez por las muertes por coronavirus. La Seguridad Social tuvo que hacer frente en mayo a 38.508 pensiones menos que en abril. Es altamente probable que en la explicación detallada de semejante descenso entren otros factores, pero a nadie se le escapa el brutal mensaje que contiene esa cifra. Nada, por otra parte, que no se nos hubiera pasado por la cabeza ni que nos resulte extraño. Esta pandemia se ha cebado cruelmente con las personas mayores.

Se antoja especialmente siniestro que hayamos conocido este hecho apenas unas horas después de que el artista del alambre Fernando Simón nos informase de que de un día para otro habían desparecido casi dos mil personas del saldo oficial de muertes. ¿La explicación? Ninguna convincente: que las comunidades autónomas no saben contar. O peor aun, que cambiando de criterio, los números salían menos feos. Miren que trata uno, casi con fe de carbonero, de no poner en duda el criterio de los que saben, pero en este caso cuesta un mundo. Máxime, si como hemos venido intuyendo, hasta la fecha las muertes se han contado de menos y no de más. Eso, sin pasar por alto lo más doloroso, que es la reducción a mera estadística de vidas que se han quedado por el camino.

Diario del covid-19 (38)

Las formas son parte del fondo. La esperadísima, casi ansiada, comparecencia del ministro español de Sanidad, Salvador Illa, para detallar las condiciones bajo las que podremos salir a la calle a partir de mañana estaba prevista para las seis de la tarde. El tipo no apareció ante el atril hasta las seis y veinte. Así, porque sí, porque él lo vale. ¿Quién de ustedes se puede permitir un retraso semejante en su oficio? Yo, desde luego, no.

Por lo menos, iría al grano, ¿no? Pues tampoco. Antes de hincarle el diente al pifostio del cuadrante horario y de edades y actividades, que era lo único que nos interesaba a los agarrotados ciudadanos, Illa se adornó con un puñado de mentiras o, en palabras de la famosa asesora de Trump, de hechos alternativos. Por ejemplo, contó sin que se le moviera un pelo del tupé que España es uno de los primeros países en acometer la desescalada, como si no tuviéramos acceso a los medios.

Lo dijo, eso sí, con la misma convicción con que soltó otra de las grandes trolas que anda aventando el gobierno al que pertenece. “Entramos todos juntos en esto y saldemos todos juntos”, porfió el ministro, y con blindaje inguinal digno de mejor causa, añadió que para eso se había establecido un plan de transición a la nueva normalidad asimétrico y a diferentes ritmos. Es lo que hay.

Diario del covid-19 (29)

Otro Cabo de Hornos que acabamos de doblar: el de los 1.000 muertos en los tres territorios de la CAV. Si mis apuntes no fallan, fue el 4 de marzo cuando dimos cuenta del primer fallecido, un hombre de 82 años que estaba ingresado en el hospital de Galdakao. En ese caso y en unos cuantos de los que vinieron después pudimos todavía aportar algún dato personal. Pero pronto el goteo se volvió torrente y los seres humanos se convirtieron en apunte para el macabro sumatorio. O para los malabarismos estadísticos, que es poco más o menos donde estamos ahora, intuyendo que pronto veremos el descenso, si bien la serie diaria sigue haciendo caprichosos dientes de sierra. Fíjense en la secuencia de los últimos siete días: 36, 39, 27, 28, 43, 54, 36.

Todo esto, mientras ya sabemos que habrá una nueva prórroga del confinamiento más allá del 26 de abril. Como poco, hasta el 9 de mayo. Una vez más, no es ninguna sorpresa para una ciudadanía que, en conjunto, está demostrando su mayoría de edad y comprende perfectamente las razones del sacrificio. Sería una gran noticia que, al margen de las fechas, se permitiera cuanto antes que los niños y los adolescentes puedan salir a la calle del modo más ordenado y menos arriesgado que sea posible. Parece una demanda no solo justa sino cada vez más necesaria. Se ha anunciado que se hará. Está por ver cómo se lleva a cabo.

Diario del covid-19 (28)

78 personas muertas con coronavirus en 24 horas en los cuatro territorios del sur de Euskal Herria. Sí, con el porcentaje más bajo de positivos desde el comienzo de la pandemia, con un crecimiento notable de las curaciones y con los hospitales liberando camas a un buen ritmo. Lo que quieran: sigue siendo una cifra demoledora, inaceptable, inasumible, que bajo ningún concepto deberíamos normalizar ni relativizar a base de edulcorantes estadísticos. Mucho menos, si como sospechamos cada vez con más indicios —y no exactamente porque haya mala intención de las autoridades—, la cifra real de defunciones es mayor porque una parte importante escapan al recuento oficial.

Les doy mi palabra de que no pretendo que cunda el desánimo, que bastantes circunstancias se nos juntan ya para hacernos el camino cuesta arriba. Creo, sin embargo, que debemos conjurarnos para no perder la dimensión de la tragedia, que es global, por el tremendo número de víctimas, pero también individual porque, como no nos cansaremos de señalar, detrás de los datos hay personas; las que se van y las que se quedan destrozadas por el dolor. Me parece oportuno que lo tengamos claro los ciudadanos, pero también nuestros representantes políticos. Por supuesto que hace falta un pacto, pero transparente y sin trampas. ¿Es pedir demasiado?