Otra vez mirando

¿Cómo era aquello de tropezar dos veces con la misma piedra? La segunda ola nos pilló mirando. En aquellos días todavía largos de verano veíamos cómo cada vez estaba más cerca. Fuimos sordos a todas las advertencias, a los indicios cada vez más atronadores de que la curva volvería a dispararse hacia arriba con lo que ello suponía. De nuevo, multiplicación de contagios, ingresos hospitalarios… y muertes. Pero, salvo que te tocara cerca alguno de los dramas, no pasaba nada. La vida seguía más o menos igual. De acuerdo, con la mascarilla como compañera —para muchos, ni eso—, la necesidad de hacer cola para comprar el pan o la fruta y, de tanto en tanto, una rociadita supersticiosa de gel hidroalcohólico. Casi todo lo demás era prácticamente como antes, mientras los números tozudos certificaban que íbamos de mal en peor sin ser en absoluto conscientes.

Lo tremendo, lo definitivamente desazonante, lo brutalmente revelador es que en las últimas semanas hemos repetido idéntica coreografía a pesar de los mil y un avisos de que estábamos engendrando una nueva embestida del bicho. Sin haber sido capaces de doblegar la segunda ola estamos —en el mejor de los casos— a las puertas de la tercera, que según la mayoría de las señales, se promete más devastadora si cabe que las precedentes. Y nosotros, mirando.

Ministro a la fuga

En la tocata y fuga de Salvador Illa como ministro de Sanidad para encabezar la lista del PSC a las elecciones catalanas está el retrato a escala de la política española. Por el propio hecho en sí y por la justificación reglamentaria de la jugada. Allá donde no caben los razonamientos, los palmeros del actual gobierno español y no pocos opinadores presuntamente menos entusiastas con la causa sanchista han salido con el viejo adagio: “Lo hacen todos”. O quizá con leves cambios en tiempos y modos verbales, es decir, “Lo han hecho todos”, o ya con un par de bemoles adivinatorios, “Lo habrían hecho todos”.

Supongo que en la mayoría de las siglas hay ejemplos de este tipo de cambios celéricos de una responsabilidad a otra. Aparte de que una fea costumbre no puede actuar como argumento de autoridad, en el caso que nos ocupa las circunstancias hacen que los hechos sean absolutamente incomparables. Resulta que estamos en lo más crudo de la segunda ola pandémica, a punto de inaugurar la tercera, y el individuo encargado de liderar institucionalmente la batalla contra tal situación se apea del caballo en marcha. Y no cuela lo de “Soy un servidor público”, que soltó con desparpajo el escapista. Eso es ya llamarnos imbéciles. Abandona, sí, un servicio público, pero lo hace para servir a su partido.

No Navidad

No tenemos remedio. Quiero decir, siendo justo, que algunos de nuestros congéneres no lo tienen. Como si no hubiera sido suficiente escarmiento el desastre letal de las llamadas No Fiestas del verano, ahora se empeñan en construir la catástrofe futura que será la No Navidad. Caminan como autómatas descerebrados —y nos empujan con ellos, que es lo peor— hacia el abismo de la tercera entrega de la pandemia. Tramposos, ventajistas e ingenuos sin posibilidad de enmienda, se aferran al comodín de la inminente vacuna para espolvorear su mensaje sacado de esos grandes filósofos epicúreos que fueron Los Amaya: Vive la vida hoy, que mañana te puedes morir.

Lo jodido en este caso es que el enunciado puede ser literal. O casi, porque las leyes de probabilidad y la de Murphy apuntan a que las juergas nonavideñas matarán, como ha venido pasando hasta ahora, a los que no las habrán disfrutado. Ya les digo yo que bien pocos de los más de cien fallecidos en la última semana en Euskal Herria pillaron el bicho yéndose de mambo. Qué va, se lo dejaron en usufructo parientes y otros prójimos que no se privaron de chuflas idénticas a las que ahora vuelven a reclamar como derecho inalienable. Pequeños aznarines recalcitrantes, preguntan quiénes son las autoridades sanitarias para prohibirles expandir el virus. Rabia.

Evitemos la tercera

Es mejor que no nos engañemos en el solitario. Ciertamente, es un alivio ver cómo muy poco a poco la curva de la segunda ola ha emprendido el descenso. También lo es comprobar que en el mapa el color rojo va apagándose de día en día. Pero todavía estamos muy lejos de lo deseable, incluso de lo aceptable. Los números de hospitalizaciones siguen siendo demasiado altos y las tantas veces mentadas tasas de positividad y de incidencia acumulada por cada 100.000 habitantes continúan casi escandalosamente por encima de lo que marcan las recomendaciones de las autoridades sanitarias. Qué decirles de las cifras de fallecidos, que aún tardarán en dejar de crecer. Eso, sin perder de vista que cada muerte es una tragedia.

No pretendo ser un cenizo. Soy el primero en necesitar imperiosamente buenas noticias. Y sin duda, no son malas las que vamos contando últimamente. Parece que la tendencia ha cambiado y que la tempestad empieza a amainar. Si añadimos los prometedores avances sobre las vacunas, tenemos motivos para la esperanza. Sin embargo, una mirada hacia atrás —y no muy atrás; hablo de apenas unas semanas— nos debería servir para evitar caer de nuevo en los mismos errores. Cuando todavía no hemos abandonado la segunda ola, no podemos permitirnos de ningún modo poner la simiente para la tercera.

Diario de la segunda ola (6)

Detesto el papel de pájaro de mal agüero, pero no me queda otra que afirmar que vamos de cabeza otra vez a la prisión domiciliaria, digo al confinamiento en casa. Lo huelo en las declaraciones de las autoridades, demasiado parecidas a las que suelen gastar los presidentes de los clubs de fútbol antes de darle la patada al entrenador. Sospecho, por lo demás, que en cada comparecencia o canutazo nos dan información ya caducada. Van dos capítulos por delante del común de los mortales o del plumilla corriente y moliente y les cuesta disimular que manejan previsiones que rozan lo terrorífico.

Y luego está la calle, con buena parte de mis congéneres apurando el agua, o sea, las birras, los crianzas y los gintonics para llevarse eso por delante cuando volvamos al chape, a los aplausos de las ocho, la tortura musical de Manolo y Ramón y el bingo entre balcones. Me temo, en todo caso, que la mayoría solo son vagamente conscientes de la que se nos viene encima. Entre la candidez y el egoísmo extremo, muchos siguen preguntando si tras las últimas restricciones podrán ir este fin de semana a cazar, a por setas, a ver a Bisbal, a la jamada prevista en el txoko, a la ruta del vermú a la que se habían apuntado hace un mes, o como en la célebre duda resuelta por la Policía Municipal de Bilbao, a echar un polvo.

Diario de la segunda ola (5)

A las tres de la madrugada del domingo pasado atrasamos el reloj hasta las dos… del 15 de marzo. Lo escribí como broma macabra, pero empiezo a pensar que no estamos muy lejos de lo que vivimos entonces. No se imaginan la sensación de haber visto ya esta película de terror que tuve ayer cuando tratamos de explicar como mejor pudimos a los oyentes de Onda Vasca lo que se puede hacer y lo que no tras la entrada en vigor de las últimas restricciones. ¿Últimas? Me temo que solo son las que anteceden a las próximas que, a su vez, serán las que precedan a otras, y así, en bucle, hasta que un buen día las autoridades nos anuncien que estamos listos para la vuelta a lo que llamarán Renovísima Normalidad o una parida por el estilo y nos manden otra vez a preparar el caldo (gordo) de cultivo para la tercera ola.

Resignado a ser Bill Murray en Atrapado en el tiempo, no gastaré bilis en acordarme de la puñetera calavera de los hijos de mala entraña que, pasándose las recomendaciones por el forro o con manga ejecutiva excesivamente ancha, nos han devuelto (casi) a la casilla de salida. Me limitaré a hacer acopio de papel higiénico, cervezas y cinismo para asistir, pensando que no tenemos remedio, a la nueva tanda de mensajitos voluntaristas, aplausos y sermones desde los balcones o a lo que toque este viaje.

Contagiar, derecho fundamental

De récord en récord, y me llevo una. Plusmarca de contagios en la Navarra ya confinada —rozando los 600— y máximo histórico (hasta mañana o pasado mañana) en la demarcación autonómica, con 1.033 positivos de vellón y las UCIs empezando a sudar la gota gorda. Pero calma al obrero, que la autoridad judicial rampante en la CAV, el muy superiormente moral TSJPV, ha decidido por sus togas bonitas que limitar los encuentros de más seis personas es un atentado del copón de la baraja contra los derechos fundamentales, así que no hay tutía. Venga a juntarse familias y cuadrillas en el número que les salga de la sobaquera para compartir fluidos, aerosoles y gotículas de acuerdo con las garantías jurídicas inquebrantables. Que, oiga, puede usted acabar intubado o, si la dicha es adversa, en el hoyo, pero con la satisfacción de haber ejercido su plena libertad… a morirse y a matar al prójimo.

Así que con esas, a la autoridad que de verdad creíamos competente no le ha quedado otra que decretar un puñado de medidas descafeinadas y espolvorear un ramillete de recomendaciones sometidas al buen juicio de la ciudadanía. O sea, que nos podemos ir dando por jorobados. Gila revive. ¿Está el virus? ¡Que se ponga! Oiga, ¿podría usted parar la pandemia unos días hasta que los jueces nos den la venia para salvar vidas?