Un restaurante no apto para niños

Un restaurante de Bilbao ha conseguido su cuarto de hora de fama y su publicidad gratuita porque, por lo visto, es el primero de la Villa —no sé si de Euskadi o incluso del Estado— que prohíbe la entrada de niños. O para ser más exactos, de menores de 18 años, que no es lo mismo. La justificación del responsable de marketing del local va de lo medianamente lógico a lo peregrino. Por un lado, se supone que se pretende crear un ambiente donde los adultos estén cómodos y, en el doble tirabuzón final, se arguye que los sabores de su carta seguramente no son aptos para paladares infantiles. Como excusatio non petita, se añade que el mismo grupo posee otros establecimientos específicamente dedicados a las familias en los que las criaturas son recibidas con los brazos abiertos.

Si me preguntan qué hay de malo en la iniciativa empresarial en cuestión, les diré que, en principio, nada. Otra cosa es que mi imaginación vuele y les plantee directamente a ustedes qué nos parecerían otras limitaciones de edad. Fíjense que no lo voy a poner fácil preguntando si sería lícito o moralmente defendible un restaurante que no admitiera mujeres, personas LGTBI o inmigrantes. Qué va. Centrémonos solo en los calendarios vividos. Me consta que hay tasqueros que echan las muelas porque en sus garitos se apalancan abuelos y abuelas que pasan la tarde entera consumiendo un café con leche y, además de espantarles otro tipo de clientela, no les salen nada rentables. ¿Sería admisible que impidiesen el acceso a mayores de 65 años? Si nos parece que no, ¿por qué, sin embargo, le encontramos una lógica al veto a los niños?

Diario del covid-19 (32)

No sé si por cinismo, por cansancio resignado o por querencias de partido, me dicen algunos que debería darnos igual el giro de acera de las caderas de Sánchez con la cuestión de las salidas de los menores a la calle. Lo importante es que la chavalería va a poder airearse y se aparca la barbaridad de permitirles solo que acompañaran a los progenitores a la compra, viene a ser la conclusión de mis interlocutores. Algo así como que está bien lo que bien acaba.

Será que esta semiclausura que ya supera los cuarenta días me ha vuelto aun más tiquismiquis, pero ni siquiera puedo aceptar eso último como realidad. Lo cierto es que todavía no sabemos cómo ha acabado. La única evidencia es que un titubeante Salvador Illa se marcó un Rajoy cuando le preguntaron bajo qué circunstancias se iba a hacer efectiva la medida. “Dar un paseo es dar un paseo”, sentenció el ministro. Al día siguiente, es decir, ayer, se filtró convenientemente a los medios amigos un documento difuso que abre la puerta a garbeos de hasta un adulto con tres niños. Tremenda diferencia respecto al original, ¿no les parece? Y más, si piensan que el tan bien ponderado Fernando Simón no parece tenerlas todas consigo en el asunto de relajar el confinamiento infantil. ¿Habrá nuevas rectificaciones? Yo, desde luego, no lo descarto en absoluto.

Diario del covid-19 (31)

Cómo se conoce uno a sus clásicos. Un minuto después de enviar la que debería haber sido esta columna, poniendo de vuelta y media al gobierno español por lo que pretendía hacer con las criaturas para el desconfinamiento, corrí a Twitter a dejar por escrito mis sospechas de que habría donde-dije-digo-digo-Diego… y tendría que volver a teclear otro puñado de líneas. Pues aquí me tienen, con el párpado a medio asta de quien se levanta a las cinco de la mañana, cumpliendo mi autoprofecía.

Y sí, se sabe uno lo de la sabiduría de la rectificación, pero también llevo las suficientes renovaciones de carné para discernir cuándo una enmienda es, en realidad, un grosero bandazo más de quien se maneja a golpe de puñetera ocurrencia. Por lo demás, me parece de cine que haya imperado la cordura y, en efecto, se vaya a permitir que los churumbeles den paseos en lugar de la soplagaitez de acompañar a sus progenitores a esa guerra en que se ha convertido la compra. Lo que ni es de recibo ni cuela es que haya habido nueve horas de diferencia entre el pomposo anuncio inicial y el giro de 180 grados. Anoto que es la segunda vez en diez días en que el ministro Illa, un tipo que tengo por muy serio, sale a desmentir al cien por ciento a la portavoz de su gobierno. Uno de los dos está de más, salvo que sea estrategia.

Diario del covid-19 (29)

Otro Cabo de Hornos que acabamos de doblar: el de los 1.000 muertos en los tres territorios de la CAV. Si mis apuntes no fallan, fue el 4 de marzo cuando dimos cuenta del primer fallecido, un hombre de 82 años que estaba ingresado en el hospital de Galdakao. En ese caso y en unos cuantos de los que vinieron después pudimos todavía aportar algún dato personal. Pero pronto el goteo se volvió torrente y los seres humanos se convirtieron en apunte para el macabro sumatorio. O para los malabarismos estadísticos, que es poco más o menos donde estamos ahora, intuyendo que pronto veremos el descenso, si bien la serie diaria sigue haciendo caprichosos dientes de sierra. Fíjense en la secuencia de los últimos siete días: 36, 39, 27, 28, 43, 54, 36.

Todo esto, mientras ya sabemos que habrá una nueva prórroga del confinamiento más allá del 26 de abril. Como poco, hasta el 9 de mayo. Una vez más, no es ninguna sorpresa para una ciudadanía que, en conjunto, está demostrando su mayoría de edad y comprende perfectamente las razones del sacrificio. Sería una gran noticia que, al margen de las fechas, se permitiera cuanto antes que los niños y los adolescentes puedan salir a la calle del modo más ordenado y menos arriesgado que sea posible. Parece una demanda no solo justa sino cada vez más necesaria. Se ha anunciado que se hará. Está por ver cómo se lleva a cabo.