«La vida de otra manera»

Andaba yo buscando infructuosamente una forma de nombrar lo que empezará para los ciudadanos de la CAV a partir de mañana. No me servían por pedantes o imprecisas ni “Nueva normalidad” ni “Post-pandemia” ni “normalidad” a secas. A punto de abandonar la empresa, escuché de refilón al portavoz del Gobierno vasco, Bingen Zupiria, hablar de “La vida de otra manera” y pensé que eso era lo más aproximado para definir el tiempo que estrenamos dentro de unas horas. Con el fin de las principales restricciones y el decaimiento del decreto de emergencia sanitaria reconquistaremos una parte de nuestra existencia anterior a la irrupción del virus. Volveremos a disfrutar de un pintxo y una caña en la barra, podremos juntarnos sin límite alrededor de una mesa —con la mascarilla todavía, ojo— y no tendremos que mirar el reloj para entrar en según qué locales. Sin ánimo de ser cenizo, haremos bien, sin embargo, en tener muy presente que la pandemia todavía no ha terminado y que sigue habiendo motivos para ser prudentes. Este es el minuto en que la ciencia no tiene claro, por ejemplo, si será necesario volver a vacunarnos o si tendremos que hacerlo con cierta periodicidad.

Más allá de eso, me atrevo a pedir que no seamos tan olvidadizos como de costumbre. Por más prisa que tengamos en dejar atrás la pesadilla, nos haremos un flaco favor si no extraemos las lecciones oportunas, que son unas cuantas. Sin regodearnos, sin permitir que el miedo nos paralice, es preciso que hagamos lo posible por mantener la memoria de lo que hemos vivido desde marzo de 2020. Se lo debemos a los millones de personas que se han quedado en el camino.

Un último esfuerzo

Tengo a mi entorno futbolero con un enorme disgusto entreverado de cabreo. Como imaginarán, su rebote viene a cuento de la decisión del Gobierno vasco de mantener vigente la actual limitación de aforos en los estadios, a pesar de que en el conjunto de Estado ya este fin de semana se podrán llenar los graderíos al cien por cien. Lamentan que en los tres territorios de la CAV siempre vayamos por detrás y no son pocos los que se encomiendan a San Cosme y San Damián, es decir, a San Javier Tebas y San Luis Garrido para que vuelvan a tumbar la medida, como la vez anterior. No me cabe la menor duda de que si hay recurso, así será.

Comprendo en lo humano el malestar de los aficionados al llamado deporte rey. Sin embargo, creo que el retraso de unos días para volver a la capacidad completa de los campos es una contrariedad perfectamente asumible. Todos tenemos ganas de recuperar la vida anterior a la pandemia, y si somos medio sinceros, reconoceremos que incluso en el fragor de la quinta ola que tenemos ya cautiva y desarmada, hemos hecho muchas cosas que quizá no debíamos; las cifras del turismo o de la hostelería este verano así lo atestiguan. Los datos actuales y, por encima de todos ellos, la vacunación del 95 por ciento de la población diana, invitan, esta vez sí, a mirar al futuro con optimismo. Pero ni las prisas ni las ansiedades han sido jamás buenas consejeras. Dentro de menos de una semana, salvo sorpresa monumental, el LABI levantará las restricciones que quedan —excepto el uso obligatorio de la mascarilla en interiores— y estaremos en condiciones de decir que lo peor ha pasado.

Nuevo curso sin tanto ruido

¡Aleluya! Parece que el nuevo curso escolar ha empezado de un modo infinitamente más razonable y calmado que el año pasado. Es verdad que los contumaces miembros de la tribu de M’Opongo (aprovecho para recomendarles la canción de Académica Palanca) siguen echando cagüentales por las esquinas. Y también se escucha de fondo el rezongar ventajista de ciertos llamados agentes educativos que, siempre al pille, echan la red a las aguas revueltas y, si no pescan algo, por lo menos embarran el patio. Fuera de ese ruido amortizado, la chavalería ha vuelto a las aulas con una normalidad más que notable. La misma que presidió, por otra parte, el curso anterior en cuanto los hechos contantes y sonantes se impusieron a las profecías apocalípticas.

Merece la pena que, como en la genial película Amanece, que no es poco, hagamos flashback y nos remontemos a doce meses atrás. O mejor, doce meses y una semana, porque fue con el comienzo exacto de septiembre cuando empezó todo el ceremonial catastrofista; agosto no es mes para reivindicar. Reconozco, como hará cualquier madre o padre, que yo no era ajeno a un puntito de incertidumbre. Nos enfrentábamos a una situación inédita y el principio más elemental de prudencia invitaba a tomar precauciones. Sin embargo, los Nostradamus de lance anunciaban la multiplicación por ene de los contagios y, sin rubor, culpaban a las autoridades sanitarias del seguro colapso hospitalario y funerario. Las medidas que se adoptaron, el gran trabajo de docentes y no docentes y la actitud del alumnado fueron suficientes para que todo fluyera sin apenas sobresaltos.

La curva se revuelve

Aquí estamos, otra vez con cara de pasmo viendo cómo la curva se da la vuelta de nuevo y emprende la subida que no esperábamos. O que no queríamos esperar. ¿Cómo ha sido posible? Vistos los peledengues al bicho con cuernos, toro. Vamos, que no hace falta tener un máster en epidemiología para intuir que todo viene, una vez más, de haber querido correr más de la cuenta, del exceso de confianza y, en fin, de la condición humana, que tiende al autoengaño. Creo que nadie lo ha explicado mejor que el exconsejero de Salud de Navarra Fernando Domínguez. Decía el doctor en un tuit memorable que se han cancelado las fiestas patronales, pero que el gobierno foral permite comidas populares de hasta 150 personas, prolonga el horario de cierre de las discotecas hasta la cuatro de la madrugada y deja que se celebren encierros y suelta de vaquillas. ¿Quién se va a creer que no son fiestas? Ah, no claro, que dicen los doctores Tragacanto citando estudios de conveniencia que el peligro no está en las farras, sino en el laburo. Supongo que por eso se ha dado el brutal reventón de positivos de Hernani, cuyo alcalde reclama ahora un cribado masivo.

Por lo demás, poniendo la lupa a los datos (y esto también desmiente a los listillos), resulta que mientras los del babyboom a los que el ministro Escrivá nos va a crucificar ofrecemos cifras razonables, los menores de cuarenta y no digamos los de veinte muestran incidencias de escándalo. Esto nos confirma la importancia de las vacunas y nos revela el colectivo sobre el que hay que centrar los esfuerzos de contención. Ahora, si el ejemplo es Mallorca, apaga y vámonos.

Diario del covid-19 (53)

Una hora después de que el ultramonte motorizado pusiera la nota bicolor —rojo y gualda— por el sufrido asfalto de varias ciudades hispanistaníes, incluyendo Bilbao y Gasteiz, el Timonel Sánchez emitió una suerte de adelanto de último parte de guerra. Faltaría más, no dio por cautivo y desarmado al bicho, puesto que todavía queda un rato para seguir ordeñándolo como se hace con las benditas maldiciones, pero sí apuntó que la nueva normalidad, o sea, la vieja tuneada, está a la vuelta de la esquina. Apertura al turismo extranjero ya en julio, no vaya a ser que los italianos, a los que se ha seguido al milímetro en cada mala decisión, y que ya se han adelantado en ese terreno, le coman la merienda a la tierra que nació entre flores, fandanguillos y alegrías.

Y la cosa es que no seré yo quien critique tal decisión, del mismo modo que me parece absolutamente razonable celebrar a mediados de ese mes unas elecciones si la situación sanitaria lo permite. Hasta entonces seguiremos en este columpiarnos de fase en fase o de desfase en desfase, con episodios como la toma al asalto y antes de tiempo de las playas, las colas kilométricas ante las terrazas o la cuchufleta del inicio de las fiestas de Beasain el viernes pasado que le costó la dimisión a una edil de EH Bildu que se dejó llevar por el jolgorio.

Diario del covid-19 (44)

Si el telón de fondo no fuera una enorme tragedia, resultaría hasta graciosa la suerte de votación de Eurovisión en que se convirtió el proceso para el salto o no de fase de la dichosa desescalada. Especialmente, teniendo en cuenta que los criterios sanitarios, los intereses económicos y las argucias politiqueras que entraron en juego tuvieron como contrapunto real la actitud de buena parte de la ciudadanía que desde hace una semana vive cuatro traineras por delante de la fase más avanzada. Les remito a mi columna anterior, que incluso se ha quedado en aguachirle a la vista del brutal incremento del desparrame de unos cuantos de nuestros semejantes.

Por lo demás, es imposible no reseñar entre el asombro y el cabreo que a los censados en la demarcación autonómica nos ha tocado una versión capada de la fase 1. Vamos, que nos han dejado en la 0,7, siendo muy generosos. Porque sí, de cine lo de las terrazas, las iglesias y los comercios, pero, a diferencia de lo que pasa en el resto del Estado, permanecemos enclaustrados en nuestro municipio, sin posibilidad de reencontrarnos con los seres queridos a los que no vemos desde hace dos meses. Seré muy obtuso, pero el mensaje no concuerda con los que nuestras propias autoridades habían lanzado sobre la necesidad de recuperar algo parecido a la normalidad.

Diario del covid-19 (17)

Conforme a lo previsto, España ha superado los 100.000 casos, con más de 800 muertos diarios. En Hego Euskal Herria hoy rozaremos —esperemos que sin sobrepasar— los 10.000 positivos y los 600 fallecidos. No deja de horrorizarme la facilidad que hemos adquirido para hacer tan siniestras previsiones y, por encima de todo, la normalidad con que manejamos semejantes cifras. Tampoco diré que es porque nos hayamos vuelto indiferentes. Creo, simplemente, que hemos perdido la perspectiva y que nuestra humana defensa es no profundizar demasiado. La paradoja es que casi nos aterran más los números pequeños, porque esos vienen con nombres y apellidos de círculos que se van estrechando sobre nosotros.

Por fortuna, hay un contrapeso al que abrazarnos como vía para la esperanza. Igual que lo extraordinario se nos ha vuelto ordinario, en el partido de vuelta, lo ordinario se demuestra extraordinario. Hablo, sí, de todas esas y todos esos profesionales que siempre habían estado cuidándonos y en los que ahora reparamos, pero también de vecinos anónimos que en estas circunstancias han revelado capacidades inesperadas incluso para ellos. Quede aquí constancia de mi admiración, por ejemplo, por la mujer que anima la tarde-noche de mi barrio pinchando discos desde su balcón. Y por tantos más que lo hacen menos difícil.