Los necesarios límites al juego

Hace más de un año el cada vez más inconsistente ministro Alberto Garzón se daba pisto a sí mismo sobre las medidas que iba a tomar in-me-dia-ta-men-te para apretar las tuercas a las malvadas casas de apuestas que operaban por internet y a los locales físicos de juego. La inmensa mayoría de lo anunciado sigue sin cumplirse, como casi todo lo que sale del negociado de la otrora esperanza blanca de la izquierda. Pero no era ahí adonde quería ir a parar. Lo llamativo para mí de aquella comparecencia que tuvo su correlato en Twitter es que el tipo presentó la batería de decisiones como “una apuesta” de su ministerio.

Me llamarán tiquismiquis, pero el empleo de esa expresión delata todas nuestras contradicciones (no solo las del ministro) respecto a la cuestión de la que hablamos. Es lo mismo que nos ocurre respecto al alcohol. Resulta que el juego está infiltrado en nuestra forma ser hasta semisótanos de los que es casi imposible ser conscientes. Por eso, a la vez que alabo la decisión del Gobierno vasco de endurecer los requisitos para mantener abiertos los chiringos de apuestas o su publicidad a según qué horas, manifiesto mi mas profundo escepticismo. Quizá consigamos cerrar un puñado de despachos cercanos a centros escolares. Se tranquilizará nuestra conciencia, pero el problema seguirá estando ahí. Cualquier crío enviciado podrá ir dos calles más allá a pulirse una pasta que a saber cómo ha conseguido. Eso, sin pasar por alto que siempre le quedará el campo abierto que es internet o que, aquí nos duele, estamos hablando de un negocio perfectamente legal en toda la Unión Europea que genera miles de puestos de trabajo.

El precio de las mascarillas

Miren qué curioso. Apenas anteayer, envarados portavoces del gobierno español, empezando por la titular, porfiaban que era imposible bajar el IVA de las mascarillas porque la Unión Europea lo tenía prohibidísimo. Y cuando a los obstinados cacareadores se les hacía el inventario de los estados que ya habían reducido el impuesto de marras, se ponían a silbar a la vía. Eso, los menos audaces, porque la vocera oficial del PSOE en el Congreso, Adriana Lastra, se pegó el pìscinazo del siglo al asegurar que Italia, uno de los países que lo ha rebajado, se había saltado a la torera la reglamentación de los 27 y que España jamás cometería semejante deslealtad. Lo soltó así, en bruto, se lo juro, en una entrevista televisiva, menos de una hora antes de que la arriba mentada María Jesús Montero anunciara en las Cortes la inminente bajada del IVA de los tapabocas del 21 al 4 por ciento.

Qué contarles del cada vez más chisgarabís ministro de Consumo, Alberto Garzón, que se autofelicitó por una decisión que solo hace una semana tachó de ineficaz porque únicamente ahorraba unos céntimos. Cómo explicarle al señorito lo vital de esos céntimos multiplicados por las ene mascarillas que cada mes tienen que utilizar las familias que, aunque él no lo imagine, viven a la cuarta pregunta. Bienvenida la medida. Aplíquenla ya.

El rey y sus vasallos

Aunque solo sea como pequeña distracción del monotema pandémico, tiene su punto el penúltimo motivo de encabritamiento de cortesanos políticos, judiciosos y, faltaría más, mediáticos. Desde butaca de patio y con gran provisión de palomitas, el espectáculo no puede resultar más divertido. A estas alturas del tercer milenio, la carcunda en pleno fuma en pipa porque el Gobierno (felón, radical, antisistema, ilegítimo…) de Pedro Sánchez le ha hecho a su Preparada Majestad la de la trece-catorce para dejarlo fuera de un sarao con mucha pompa que se celebraba en Barcelona, es decir, en la díscola Catalunya.

Fíjense que la cosa podía haberse quedado ahí, en tres bufidos de los predicadores habituales, pero por alguna razón —seguramente, la caliente sangre de los herederos del Cid—, el jefe caducado del llamado Poder Judicial montó el numerito en el acto de marras, que se cerró con un forofo dando un ¡Viva el Rey! más patético que épico. El protagonista ausente, en lugar de joderse y bailar, se las apañó para que se supiera que había llamado al pelota Lesmes para agradecerle la succión. Y ahí fue donde entraron un ministro y un vice que en su día prometieron sumisamente su cargo ante el hijo del emérito a acusar al que firma sus decretos de maniobrar contra el Gobierno. No me pierdo el próximo capítulo.

Garzón contra Garzón

La primera vez que te engaña Baltasar Garzón es culpa suya. La segunda, la tercera, la cuarta, la quinta… qué quieres que te diga, amigo progresí. Quizá empieza a ser menester que le des una vuelta a cómo las gasta el fulano extogado que veía amanecer, según la almibarada biografía escrita por Pilar Urbano, también conocida como Pilar Suburbano entre los veteranos del gremio periodístico.

Es probable que ni sepan los lectores a santo de qué saco a coalición al creador de aquella religión que se basaba (y aún se basa) en el mantra único Todo es ETA. Por fortuna, más allá de sus bien pagadas presencias en platós, mesas redondas y bolos varios, las andanzas del tipo se quedan en el córner de la actualidad. La última consiste en secundar al simpar Gaspar Llamazares en la creación de una candidatura para las elecciones de mayo bajo la marca Actúa, que hasta ahora era una escorrentía de Izquierda Unida. Se trataba de competir contra el partido nodriza con su propia pasta, con Garzón in person encabezando la lista a las europeas.

Para que no falte ningún detalle chusco, han aparecido unas grabaciones al estilo Villarejo —no por casualidad, compañero de cloacas del exmagistrado— que prueban la fechoría. “Este señor y yo nos tenemos que comer las candidaturas más importantes”, dice Gaspar en alusión a Baltasar (se diría que solo falta Melchor Miralles para completar la tripleta de reyes magos) en uno de los audios. Ahora, el otro Garzón, Alberto, el de la boda a lo duque de Alba, que todavía manda en la actual excrecencia de Podemos llamada IU, está que fuma en pipa por la traición. Como si no se la hubiera buscado.

Confluye o revienta

Le voy pillando el tranquillo a la nueva política. Consiste, básicamente, en decir una cosa y hacer exactamente la contraria. Coño, como la vieja, entonces. Qué va: a una velocidad y con una desvergüenza infinitamente mayores. Sin necesidad de preocuparse en explicar la contradicción porque nadie entre el rebaño lo va a pedir. Ojito, incluso, con soltar cerca de uno de los mansos borregos que el rey está desnudo, que caerán las hostias —dialécticas, gracias a Gramsci— como panes por mentiroso, Inda y manipulador.

Pues nada, sea. Comulguemos con la silueta recortada de la luna y digamos que es mentira y de las gordas que hace poco más de un año, los ilusos que quisieron montar una confluencia de izquierdas para ganar las elecciones del 20 de diciembre fueron tratados a baquetazos. Es trola también que el 25 de junio de 2015 San Pablo de Vallecas escupiera esto a los corintios confluyentes: “Sigue viviendo en tu pesimismo existencial. Cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas y de cosas, pero no te acerques porque sois precisamente vosotros los responsables de que en este país no cambie nada. Sois unos cenizos”.

Da lo mismo que esté escrito y accesible a quien lo busque en Google. Falso de toda falsedad, como lo es que al ser preguntado por una alianza electoral con IU, el líder supremo respondiera: “Ninguna. Cero. Fin de la cita. Cero. No hay manera de poner otro titular”. Qué parecido, por cierto, al “No. Punto. No vamos a entrar en Podemos. Punto” de la otra que tal baila. Pero qué más dará todo, ¿verdad?, si hoy los entonces meados a presión andan celebrando la absorción gritando oé, oé, oé.