Manos muy sucias

Permítanme que me vaya al córner de la actualidad. Con la(s) que está(n) cayendo aquí y allá, se ha quedado en suelto de aluvión el comienzo ayer en la Audiencia Nacional —casi nada— del macrojuicio por extorsiones sistemáticas al autoproclamado sindicato Manos Limpias y a su brazo expoliador llamado Ausbanc. Qué recuerdos, ¿eh? Hubo un día, y no demasiado lejano, en que esta patulea de fachuzos sacamantecas eran paseados a hombros en las pocilgas cavernarias como martillo de herejes rojoseparatistas.

Y claro, el primer nombre que me viene a la cabeza es el de Juan Mari Atutxa. Me pregunto qué pensará desde su recién estrenado retiro de la vida pública al ver en el banquillo a los facinerosos que iniciaron —insisto que con el aplauso unánime y entusiasta del ultramonte mediático y político— el acoso y derribo contra quien actuó en conciencia cuando era presidía el Parlamento Vasco. Gran diferencia, no puedo evitar anotar al margen, con el socio de los más levantiscos y rebeldes de la Vasquidad, apellidado Torrent, que por no comerse un marronaco, ha acatado sumisamente el mandato de la Justicia española de segar la hierba bajo los pies de su supuesto aliado en el camino hacia la independencia.

Concluiré, uniendo lo uno y lo otro, que el tiempo acaba poniendo a cada cual en su sitio. Atutxa, después de un viacrucis cruelmente prolongado, puede exhibir un expediente judicial tan inmaculado como su conciencia y vivir con placidez el resto de sus días. Miguel Bernard y su secuaz Luis Pineda van camino de la trena, ojalá que para una larga temporada, entre los escupitajos olvidadizos de los que tanto los jaleaban.

Justicia de ayer… y hoy

Conforme a lo previsto, los iluminados jurídicos de guardia cacarean que la anulación de la sentencia contra Juan María Atutxa, Gorka Knörr y Kontxi Bilbao es la prueba del funcionamiento del Estado de Derecho a pleno pulmón. No faltan los tocaentrepiernas que añaden que la decisión del Supremo no implica la inocencia de los arrastrados por el fango y ahora compensados con una palmadita en la espalda. Y como colofón, algún que otro memo con balcones a la calle tuitea que el perjuicio tampoco fue para tanto y que vaya ganas de exagerar por una inhabilitación de nada. Pena que al fulano en cuestión no le caiga mañana mismo una persecución judicial por tierra, mar y aire de la que tenga que defenderse con sus propios medios y que no pueda quitarse de encima hasta pasados tres lustros.

Todo eso, para más tristeza, rascado entre el ínfimo eco que la noticia ha tenido en lo que Xabier Arzalluz llamaba “allende Pancorbo”. En la hora de lo que debía ser la restitución de su honor, se han secado aquellos ríos de tinta y babas tóxicas que corrieron en el fragor del acoso y derribo de los tres miembros de la Mesa del Parlamento Vasco que hicieron lo que les dictaba su deber y su conciencia. Bien es cierto que a estas alturas no nos sorprende en absoluto la sordina incluso de los medios que pasan por la releche de la progritud. El asunto que se dilucidaba no es un vestigio del pasado remoto. En este preciso instante, la Brunete togada española tiene su artillería desplegada contra otra institución, el Parlament de Catalunya, que defiende su derecho, no ya a legislar, sino simplemente a debatir. La Historia se repite.

Alegría y rabia

Naturalmente que me alegra la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre Juan Mari Atutxa, Gorka Knörr y Kontxi Bilbao, pero reconozco que soy incapaz de reprimir la sensación de rabia infinita que me invade. ¿Quién y cómo repara ahora el inmenso daño causado a tres personas que simplemente obraron en conciencia ante una arbitrariedad como la copa de un pino dictada por una instancia judicial que actuaba, como era (y sigue siendo) costumbre, por impulso político?

Por contundente que suene lo de la condena a España, se me queda muy corta. Aparte de que ni siquiera entra en el fondo del asunto, sabemos que a nadie le va a enrojecer el enésimo tironcente de orejas por pisotear alevosamente y por sistema los principios más básicos. No habrá nada parecido a una disculpa por haber propiciado un martirio que se ha prolongado durante casi tres lustros. Al contrario, esos que tanto elevan el mentón al exigir a los demás que reconozcan el sufrimiento causado están ya fumándose un puro con la sentencia.

Y por triste y vomitivo que parezca, no muy lejos de ellos se encienden otro caliqueño los que un día convirtieron a Atutxa en su peor pesadilla. Hablo, claro, de los que jalearon los innumerables intentos de ETA por mandarlo al otro barrio y ayer no disimulaban el disgusto por el fallo de los magistrados de Estrasburgo. No esperaba uno que la miseria moral y el resentimiento rancio pudieran alcanzar tales cotas. Qué gran retrato de aquellos años de plomo y mierda ideológica, el rechinar de dientes compartido por los hooligans de esta y aquella orilla. Los unos sin los otros nunca fueron nada.