Manos muy sucias

Permítanme que me vaya al córner de la actualidad. Con la(s) que está(n) cayendo aquí y allá, se ha quedado en suelto de aluvión el comienzo ayer en la Audiencia Nacional —casi nada— del macrojuicio por extorsiones sistemáticas al autoproclamado sindicato Manos Limpias y a su brazo expoliador llamado Ausbanc. Qué recuerdos, ¿eh? Hubo un día, y no demasiado lejano, en que esta patulea de fachuzos sacamantecas eran paseados a hombros en las pocilgas cavernarias como martillo de herejes rojoseparatistas.

Y claro, el primer nombre que me viene a la cabeza es el de Juan Mari Atutxa. Me pregunto qué pensará desde su recién estrenado retiro de la vida pública al ver en el banquillo a los facinerosos que iniciaron —insisto que con el aplauso unánime y entusiasta del ultramonte mediático y político— el acoso y derribo contra quien actuó en conciencia cuando era presidía el Parlamento Vasco. Gran diferencia, no puedo evitar anotar al margen, con el socio de los más levantiscos y rebeldes de la Vasquidad, apellidado Torrent, que por no comerse un marronaco, ha acatado sumisamente el mandato de la Justicia española de segar la hierba bajo los pies de su supuesto aliado en el camino hacia la independencia.

Concluiré, uniendo lo uno y lo otro, que el tiempo acaba poniendo a cada cual en su sitio. Atutxa, después de un viacrucis cruelmente prolongado, puede exhibir un expediente judicial tan inmaculado como su conciencia y vivir con placidez el resto de sus días. Miguel Bernard y su secuaz Luis Pineda van camino de la trena, ojalá que para una larga temporada, entre los escupitajos olvidadizos de los que tanto los jaleaban.

Regreso a la caverna

Como la cabra tira al monte, he estrenado el año, no con la intención de desprenderme de mis vicios, sino reincidiendo en alguno de ellos. Podría alegar en mi defensa que ha sido para satisfacer una demanda, tampoco diré que universal, pero sí crecientemente extendida de unos meses a esta parte. “Cómo molaría ahora rescatar el Cocidito”, me dejaban caer aquí y allá a la vista del sabrosón panorama político hispanistaní, con un gobierno (supuestamente) rojoseparatista a las puertas. Y uno, que se debe a sus oyentes y lectores y que no es de piedra, ha cedido a la tentación de volver a frecuentar —ya veremos por cuánto tiempo— los tugurios cavernarios en los que en su día me dejé el hígado y los restos de inocencia que me quedaban.

La primera conclusión tras el retorno a las andadas es que en los prados de Diestralandia siguen pastando prácticamente los mismos tipos de siempre. Ha habido alguna que otra incorporación, pero en lo básico, la nómina de exabruptadores es idéntica a la de hace casi dos decenios. Cambian los objetos de sus demasías dialécticas, pero no los presuntos chistes, las cargas de profundidad ni los biliosos cagüentales.

Se reconfirma, pues, lo que siempre he tenido como tesis: el encabronamiento de paisanos que, por otra parte, son proclives a dejarse encabronar es un modo de vida. Quizá la única diferencia es que en el turbulento momento presente los aullidos herzianos y las derramas de tinta tóxica tienen su correlato en diferentes parlamentos, empezando por el español. Es verdad que asusta, pero también puede ser la mejor argamasa para unir a quienes estamos dispuestos a hacerles frente.

La cazadora cazada

Visto lo visto en los últimos años, a la lista de clásicos navideños habrá que sumar las broncas a cuenta de con quién sale o deja de salir la peña en las fotos. Ocurrió el año pasado con el reportaje entre fogones de Mendia y Otegi (como si no estuvieran también Ortuzar y Martínez) e igualmente con el brindis compartido en el ayuntamiento de Bilbao por el ya caído en desgracia concejal del PP Luis Eguiluz y, entre otros, la entonces portavoz de EH Bildu, Aitziber Ibaibarriaga.

Ya tiene guasa que este año le hayan cazado en las mismas a una de las más enfurruñadas con aquella instantánea. La mismísima presidenta del PP en Bizkaia, defenestradora de Eguiluz y otros históricos que se jugaron la vida por el partido cuando ella ni estaba ni se la esperaba, Raquel González, ha sido retratada en idéntico renuncio celebratorio compartido con la batasunidad. En este caso, quien sujeta la copa inductora del pecado es nada menos que Jone Goirizelaia, lo que a ojos de la carcundia caspurienta hispanistaní es como si González hubiera topado su santo cáliz con Satanás en persona.

Pasaron horas y horas de risas de quienes nos tomamos a chunga estos deslices de los campeones de la castidad política y de encendidos cagüentales cavernarios, antes de que la atribulada líder del cada vez más ultramontano PP de Bizkaia compareciera en Twitter para pedir disculpas por el desvío sobre su propio catecismo. Tras despejar a córner con el manido “no fue una foto buscada”, a modo de padrenuestro expiatorio, rezó la letanía de rigor: “No tenemos nada que hablar con Bildu y siempre estaremos con las víctimas del terrorismo”. Aaaaamén.

En la muerte de Setién

De entre los miles de exabruptos que coseché en los años del Cocidito madrileño, pocos causan el efecto del regüeldo que soltó unas navidades —y nada menos que en la COPE, la cadena de la Conferencia Episcopal española— un tipo que atiende por Alfonso Ussía. Pongan cuerpo a tierra porque el tiempo no ha borrado la capacidad del pretendido villancico satírico para provocar una náusea inmensa: “En el portal de Belén nadie toca la zambomba porque un hijo de Setién ha colocado una bomba”.

Fíjense qué curiosa es la mente humana, que esa coplilla hedionda fue lo primero que me vino a la cabeza ayer por la mañana, cuando llegó a la redacción de Onda Vasca la noticia de la muerte del obispo emérito de Donostia. Y luego siguieron en tromba las incontables demasías que en aquellos días de plomo real y verbal despachaba la tertuliada de entonces —alguno, reconvertido ahora en progre de guardia— contra el monseñor que envenenaba sus sueños. Solo Xabier Arzalluz y Juan José Ibarretxe despertaban un odio similar entre la caterva de latigadores del dial y la pluma.

Tanto daba, como anoté en el primer libro recopilatorio, hace tres lustros, que en su dilatado ministerio, Setién hubiera condenado con dureza cada asesinato de ETA y que fproclamara sin ambages su rechazo visceral a la violencia. Su apuesta por un final dialogado del terrorismo hizo que los opinadores lo convirtieran, casi literalmente, en el anticristo. Cuando le pregunté por esa inquina indecible, se encogió de hombros y respondió: “Que a uno lo interpreten mal no es razón para que deje de decir lo que tiene que decir”. Ese era Monseñor Setien. Descanse en paz.

Vuelve, Aznar

Sí, tal y como lo están leyendo. La coma del encabezado está bien puesta. No es un enunciado sino una petición, de ahí el imperativo. Mi lado oscuro —el mismo que hace diez días se ponía cachondón ante la perspectiva de unas elecciones generales inminentes— es ingobernable. Ahora anda palote fantaseando con la vuelta de José María Aznar López a la primera fila política. Ya sé que lo suyo es simular susto o repelús, pero si le dan media vuelta y se sueltan el corsé mental, seguro que acaban reconociendo que también les provoca cierto gustirrinín masoquista juguetear con la idea del regreso de un tipo que no llegaremos a saber si es más malvado que ególatra o ambas cosas al mismo tiempo. Incluso si lo miran por el lado maquiavélico, piensen si ha habido alguien que nos haya unido más. No hace falta que les diga a qué me refiero.

La ventaja de esta hipotética reencarnación es que, o mucho me equivoco, o el monstruo habrá perdido toda su capacidad de hacer daño. Hasta quienes fueron sus más entregados acólitos —véase Alfonso Alonso o Borja Sémper— gritan hoy a voz en cuello que el fulano es la peste personificada. Tarde se han dado cuenta de que él en sí mismo es como esas armas de destrucción masiva que le sirvieron de disculpa para justificar una guerra en compañía de sus amigotes de las Azores. Es ahora cuando, como un plazo que vence, ha surtido efecto el poder mortífero. El estrepitoso hundimiento del PP al que acabamos de asistir tiene su origen en la podredumbre sistemática que Aznar instiló en las arterias del partido. De aquellos polvos tóxicos proceden los lodos actuales. Doce de sus catorce ministros, enmarronados. Y se presenta como el gran regenerador. Vaya rostro.

Informe cavernario

Después de varios años limpio, he vuelto a enviciarme con las ondas cavernarias. Nada grave, espero. Una vaina a medio camino entre el divertimento tontorrón e inocuo —digan lo que digan, no me hacen el menor daño—, el curro necesario para servir a los oyentes de Euskadi Hoy unos minutos de lo que muchos siguen añorando y, como resumen y corolario, el espionaje de la carcunda. Es justamente esta última faceta la que da origen a las próximas líneas, en las que comparto con ustedes mis informes sobre cómo respira el bando carpetovetónico tras los últimos acontecimientos, es decir, el encarcelamiento por las bravas de más de medio Govern y la declaración en rebeldía de los fugados a Bélgica.

Como imaginarán, no han derramado una sola lágrima, ni se les ha hinchado la carótida como cuando, por ejemplo, los políticos entrullados son venezolanos. Al contrario, entre los más recalcitrantes, se han escuchado vivas a la jueza campeadora, al tiempo que han empezado las rogativas para que la faena no se quede ahí: quieren ilegalizaciones y las quieren ya.

No crean, sin embargo, que en todo el ultramonte crece el mismo orégano. Un buen número de los predicadores ejecutan todo tipo de cabriolas sobre el alambre. Después de soltar la melonada de rigor sobre el trato que elestadodederecho (pronúnciese así, de corrido) dispensa a quienes infringen la ley, dejan caer por lo bajini que, hombre, a lo mejor no había que llegar a tanto, que bastaba con un susto, y que con lo bien que estaba yendo el encalomamiento del 155, a ver si ahora los de enfrente se encabronan y vuelven a ganarles de calle el 21 de diciembre.

Mendia, secesionista

Era lo que nos faltaba por ver. En las últimas entregas del cronicón cavernario, Idoia Mendia es tratada y retratada como peligrosa secesionista. Entre otras jeremiadas, a la secretaria general de los socialistas vascos se le achaca haber “pisoteado la línea roja del PSOE de la unidad de España”. Y eso es casi precio de amigo al lado de la imputación de traición a las víctimas del terrorismo que le ha lanzado Rosa de Sodupe; sí, esa señora que chupó de la piragua un rato largo en un gobierno conformado por el mismo binomio de siglas que ahora le revuelve el estómago. Fuera de concurso, los barones, baronzuelos, pajes y pajuelos que andan haciéndose lenguas de no se sabe qué desconsideración hacia la camarilla interina que manda en Ferraz, también llamada Gestora, por no haberse dejado mangonear durante la negociación del acuerdo con el PNV.

Estamos ante un “ladran, luego cabalgamos” de libro. La Historia reciente demuestra que es un magnífico síntoma tener al ultramonte cabreado. De hecho, el PSE firmó sus mejores resultados electorales de todos los tiempos —más del triple de los votos cosechados en los comicios del 25 de septiembre— cuando, tras liberarse del yugo que lo uncía al PP de Mayor Oreja, se convirtió en pim-pam-pum de la diestralandia mediática que hasta entonces lo trataba con mimo exquisito. No parece casualidad que el declive imparable comenzara en el mismo instante en que, merced a la nueva alianza santa con la sucursal vasca de Génova en el infausto marzo de 2009, volvió a ser objeto de elogio y carantoña de la prensa de choque. Se avecinan tiempos de lo más interesantes.