Regreso a la caverna

Como la cabra tira al monte, he estrenado el año, no con la intención de desprenderme de mis vicios, sino reincidiendo en alguno de ellos. Podría alegar en mi defensa que ha sido para satisfacer una demanda, tampoco diré que universal, pero sí crecientemente extendida de unos meses a esta parte. “Cómo molaría ahora rescatar el Cocidito”, me dejaban caer aquí y allá a la vista del sabrosón panorama político hispanistaní, con un gobierno (supuestamente) rojoseparatista a las puertas. Y uno, que se debe a sus oyentes y lectores y que no es de piedra, ha cedido a la tentación de volver a frecuentar —ya veremos por cuánto tiempo— los tugurios cavernarios en los que en su día me dejé el hígado y los restos de inocencia que me quedaban.

La primera conclusión tras el retorno a las andadas es que en los prados de Diestralandia siguen pastando prácticamente los mismos tipos de siempre. Ha habido alguna que otra incorporación, pero en lo básico, la nómina de exabruptadores es idéntica a la de hace casi dos decenios. Cambian los objetos de sus demasías dialécticas, pero no los presuntos chistes, las cargas de profundidad ni los biliosos cagüentales.

Se reconfirma, pues, lo que siempre he tenido como tesis: el encabronamiento de paisanos que, por otra parte, son proclives a dejarse encabronar es un modo de vida. Quizá la única diferencia es que en el turbulento momento presente los aullidos herzianos y las derramas de tinta tóxica tienen su correlato en diferentes parlamentos, empezando por el español. Es verdad que asusta, pero también puede ser la mejor argamasa para unir a quienes estamos dispuestos a hacerles frente.

Informe cavernario

Después de varios años limpio, he vuelto a enviciarme con las ondas cavernarias. Nada grave, espero. Una vaina a medio camino entre el divertimento tontorrón e inocuo —digan lo que digan, no me hacen el menor daño—, el curro necesario para servir a los oyentes de Euskadi Hoy unos minutos de lo que muchos siguen añorando y, como resumen y corolario, el espionaje de la carcunda. Es justamente esta última faceta la que da origen a las próximas líneas, en las que comparto con ustedes mis informes sobre cómo respira el bando carpetovetónico tras los últimos acontecimientos, es decir, el encarcelamiento por las bravas de más de medio Govern y la declaración en rebeldía de los fugados a Bélgica.

Como imaginarán, no han derramado una sola lágrima, ni se les ha hinchado la carótida como cuando, por ejemplo, los políticos entrullados son venezolanos. Al contrario, entre los más recalcitrantes, se han escuchado vivas a la jueza campeadora, al tiempo que han empezado las rogativas para que la faena no se quede ahí: quieren ilegalizaciones y las quieren ya.

No crean, sin embargo, que en todo el ultramonte crece el mismo orégano. Un buen número de los predicadores ejecutan todo tipo de cabriolas sobre el alambre. Después de soltar la melonada de rigor sobre el trato que elestadodederecho (pronúnciese así, de corrido) dispensa a quienes infringen la ley, dejan caer por lo bajini que, hombre, a lo mejor no había que llegar a tanto, que bastaba con un susto, y que con lo bien que estaba yendo el encalomamiento del 155, a ver si ahora los de enfrente se encabronan y vuelven a ganarles de calle el 21 de diciembre.