Inquisidores en Lakua

Después de una búsqueda de días por tierra, mar y aire, a las diez y media de la mañana del lunes cerramos una entrevista con quien acaba de ser designada para un cargo de nueva creación en el Gobierno vasco. Ella misma se puso en contacto con una de las tres personas que la habíamos tenido en caza y captura y confirmó, toda amabilidad, su presencia. Lo celebramos como la ocasión requería: con un cruce de sms entre triunfales y desconfiados. Apenas dos horas después, quedó demostrado que teníamos razones para recelar. Una vez más en carne mortal, la interfecta llamó para desconvocarse. Le había salido —¡ja!— un compromiso ineludible. ¿Y a otra hora? No. ¿Otro día? Tampoco. ¿Y…? Que no, que ya os llamaré yo.

No hace falta ser adivino para saber qué ocurrió en el lapso entre el OK y las calabazas. Seguramente sin sospechar que estaba a punto de cometer un pecado mortal según el catecismo de Nueva Lakua, nuestra fallida invitada comunicó la cita al cancerbero de turno. Ahí a alguien se le pararon los pulsos y comenzó a echar espumarajos. ¿Una entrevista, y encima, la de estreno, en esa casa donde habita el mal? ¡Vade retro! Antes pasará una manada de rinocerontes por el ojo de una aguja que dejará escuchar su voz en Onda Vasca el más insignificante de los centuriones de López.

Me gustaría haber contado una anécdota, pero por desgracia, es una categoría. Si en los primeros meses de vida de la emisora caía de Pascuas a Ramos un consejero o consejera, desde hace mucho no tenemos un mal subalterno que echarnos a la boca. Inasequibles al desaliento, seguimos llamando y llamando. Cuando hay suerte, recibimos una excusa atrabiliaria o la avergonzada confesión en confianza de que cualquiera que rompa la fatwa lo pagará muy caro. Y ya cansa, estomaga, aburre y revienta algo que va más allá del boicot de unos alevines enfurruñados. Es un delito contra la libertad de información. Así de claro.

Euskobarómetro y dudas

El Euskobarómetro de mayo salió anteayer, 22 de julio, a las puertas de un puente que marca el finiquito real de este curso político. Para el martes, la ensalada de datos no sólo estará digerida sino directamente desintegrada. Quedará, como mucho, en el desván estadístico para uso y disfrute de los muy cafeteros de la demoscopia y sus hierbas. El común de los ciudadanos, que es para quien se supone que se hacen estos estudios que rascan un puñado de euros de las arcas públicas, apenas si se habrá enterado del bochornoso cate (y van…) que ha vuelto a cosechar el Gobierno de Patxi López.

¿Hay intencionalidad en el retraso y, sobre todo, en la elección del momento de la publicación? No nos precipitemos en el juicio. De saque, el mero hecho de que haya motivos para que se plantee esa pregunta ya indica que los cocineros de encuestas no han andado demasiado finos. Como científicos sociales que dicen ser, son los primeros que deberían saber que desde hace mucho su credibilidad está en entredicho por razones tan consistentes como la conocida cercanía (eufemismo) al PSE de su director, Francisco Llera. No parece que al presentar esta entrega en la antesala de los minutos de la basura de la actualidad le hayan hecho exactamente un favor a su imagen.

Cualquiera con tres nociones básicas sobre comunicación podría haber intuido fácilmente cómo iba a interpretarse la demora. Ahí surge, inevitablemente, una duda un poco más peliaguda: que a lo peor quien tomó la decisión no tenía sólo esas tres nociones básicas sobre comunicación que mentaba, sino cinco. Es decir, que asumió como coste menor las posibles críticas de cualquier columnista tocapelotas en un periódico no adicto frente a la ventaja indudablemente más suculenta que suponía reducir prácticamente a cero el impacto negativo de la enésima encuesta desfavorable a los cambistas de Lakua. Tal vez haya otra explicación. Pero no la han dado.