Pues no nos callamos

Nada por lo que sorprenderse. Venía en el manual de media cuartilla en que cabe toda la doctrina árida y pastórida. De hecho, es incluso condensable en una sola frase: aquí te espero, Baldomero o, en adaptación al caso que nos ocupa, arrieritos somos y en el reparto de licencias de radio nos encontraremos. Sobre 32 concesiones, una sola para la segunda emisora privada de este país, una que, puñetera casualidad, lleva el nombre que envenena los sueños de los moradores de lo que por poco tiempo seguirá siendo Nueva Lakua.

Onda Vasca, esa cáscara de nuez que creció a txalupa y luego a velero capaz de navegar contra todos los pronósticos y contra todos los vientos, se ha erigido en Pepito Grillo, china en el zapato y altavoz de las vergüenzas de Patxinia. Comprendo que eso duela, que joda incluso, que te arranque un cagüental al verte retratado metiendo los dedazos en el tarro de la mermelada, como les hemos pillado tantas y tantas veces. Sin embargo, ni de lejos me entra en la cabeza que las verdades incómodas que han difundido nuestras antenas hayan podido traducirse en una inquina tan superlativa como la que nos dispensan. “Esos hijos de puta” es la jaculatoria mínima que nos dedican en los conciliábulos de puño y rosa donde se amenaza con la excomunión al militante que osara tener cualquier trato con el maligno, o sea, nosotros.

Lo que debería haberse gestionado con cintura y técnicas de comunicación básicas —el PP lo ha hecho de cine—, terminó siendo una cuestión personal, casi de honor. Hubo quien se juramentó para acabar con la mosca cojonera aunque fuera lo último que hiciera. Efectivamente, lo último: justo antes de recibir el tremendo patadón que vendrá de las urnas, alguien ordenó acelerar frenéticamente un proceso que iba para largo y, por malos, nos han castigado sin frecuencias. Se acusa la patada en la espinilla y se devuelve con una sonrisa sardónica; no nos callamos.

Inquisidores en Lakua (II)

Sigo donde lo dejé ayer. No fue un perrenque momentáneo por la pérdida de una entrevista ya cerrada lo que me hizo acordarme de las muelas de los que hacen luz de gas informativa a Onda Vasca . Mis penas por las negativas, tanto cuando voy de paisano como cuando llevo uniforme de piar, me las zampo con patatas. El quebranto causado por un invitado que se cae o no sale es un gaje ínfimo de un oficio en el que vestirse de lagarterana es un aprendizaje elemental. Por lo demás, echar un ping-pong en antena con este o aquel interlocutor gubernamental no figura entre mis placeres inconfesables. Puro curro, no hay más misterio.

Bueno, en realidad, ese es el misterio. Estamos hablando de trabajo, de uno —como casi todos, por otra parte— en que las apetencias personales de quien lo desempeña no tienen cabida. Lo importante es poder hacer un producto que satisfaga al cliente, es decir, al oyente. Y ahí es donde la cerrazón de los porteros de discoteca de López deja de ser una afrenta a un medio o a unos profesionales concretos para derivar en un insulto a decenas de miles de personas. Estamos rondando la prevaricación o, como escribí ayer, el delito contra la libertad de información.

Un estudiante que no acabó ingeniería o un lavacoches tienen todo el derecho del mundo a mandarnos a esparragar si les pedimos una entrevista. Un lehendakari, un consejero (y de ahí para abajo en el organigrama) no lo pueden hacer tan alegremente. ¿Por nuestra cara bonita, porque nosotros lo valemos? Qué va. Simplemente porque les va en el cargo y en el sueldo. ¿y tiene que ser cuando nosotros queramos? No. Somos comprensivos con las agendas.

Antes del punto final, un dato para la reflexión: el PP, que tendría tantos motivos o más que el PSE para enfurruñarse y no respirar, jamás nos ha dado con la puerta en las narices. Aun en cuestiones que invitaban a esconder la cabeza bajo el ala, no nos ha faltado su voz.

Inquisidores en Lakua

Después de una búsqueda de días por tierra, mar y aire, a las diez y media de la mañana del lunes cerramos una entrevista con quien acaba de ser designada para un cargo de nueva creación en el Gobierno vasco. Ella misma se puso en contacto con una de las tres personas que la habíamos tenido en caza y captura y confirmó, toda amabilidad, su presencia. Lo celebramos como la ocasión requería: con un cruce de sms entre triunfales y desconfiados. Apenas dos horas después, quedó demostrado que teníamos razones para recelar. Una vez más en carne mortal, la interfecta llamó para desconvocarse. Le había salido —¡ja!— un compromiso ineludible. ¿Y a otra hora? No. ¿Otro día? Tampoco. ¿Y…? Que no, que ya os llamaré yo.

No hace falta ser adivino para saber qué ocurrió en el lapso entre el OK y las calabazas. Seguramente sin sospechar que estaba a punto de cometer un pecado mortal según el catecismo de Nueva Lakua, nuestra fallida invitada comunicó la cita al cancerbero de turno. Ahí a alguien se le pararon los pulsos y comenzó a echar espumarajos. ¿Una entrevista, y encima, la de estreno, en esa casa donde habita el mal? ¡Vade retro! Antes pasará una manada de rinocerontes por el ojo de una aguja que dejará escuchar su voz en Onda Vasca el más insignificante de los centuriones de López.

Me gustaría haber contado una anécdota, pero por desgracia, es una categoría. Si en los primeros meses de vida de la emisora caía de Pascuas a Ramos un consejero o consejera, desde hace mucho no tenemos un mal subalterno que echarnos a la boca. Inasequibles al desaliento, seguimos llamando y llamando. Cuando hay suerte, recibimos una excusa atrabiliaria o la avergonzada confesión en confianza de que cualquiera que rompa la fatwa lo pagará muy caro. Y ya cansa, estomaga, aburre y revienta algo que va más allá del boicot de unos alevines enfurruñados. Es un delito contra la libertad de información. Así de claro.