No me parece ni bien ni mal ni regular la inauguración en Bilbao de un establecimiento comercial que abrirá durante dieciocho horas los 365 días del año. Es, sin más, un hecho, y si se ha elevado a la categoría de noticia es únicamente porque hasta ahora no existían otros precedentes que no fueran un puñado de tiendas regentadas generalmente por orientales… y que yo casi siempre he visto vacías en los horarios intempestivos. Como tengo certificado desde que trabajo de noche, Azkuna City se muere de golpe a eso de las nueve y no recupera el pulso hasta las siete de la mañana siguiente. Los periodistas de hace dos generaciones, esos que salían a quitarse el olor del plomo y la tinta con alcohol destilado, no tendrían hoy dónde hacer aquellas gloriosas libaciones post parto. Los viernes y, en menor medida, los jueves estudiantiles son la excepción al toque de queda instaurado por nuestras costumbres más europeizantes. Sólo en zonas muy determinadas, además. Todo lo demás es páramo.
Llevados por un entusiasmo que me ha parecido exagerado, los cronistas han escrito que la capital vizcaína ha entrado en la modernidad de la mano de este bazar after-hours. Hace cuarenta años en mi barrio había un ultramarinos donde se podía comprar en cualquier momento porque su dueño dormía dentro. Bastaba golpear la persiana con insistencia para ser atendido a la luz de una linterna alimentada con pila de petaca. Hoy mismo, en el pueblo zamorano donde veraneo, que no es Nueva York, puede uno agenciarse medio kilo de anchoas cerca de las doce de la noche en el camión-tienda que todavía anda rulando por las calles mal asfaltadas. Y si te hace falta azúcar para el vaso de leche de antes de acostarse, siempre puedes ir en pijama a tocar el timbre de Carmen, la tendera, que a veces lo oye y sale en tu auxilio. Que yo sepa, nadie se las ha dado de cosmopolita por gozar de esta flexibilidad comercial rural.
¿Templo del consumismo?
En la acera opuesta, me han resultado también tres diapasones fuera de lugar los lamentos de quienes se malician que el nuevo local y su amplitud de horarios son una muesca más en la culata del consumismo que nos oprime. Va a ser divertido ver dentro de unos meses a muchos de los que sostienen eso haciendo cola a media noche para ser los primeros en adquirir no sé qué tabletita o no sé qué smartphone con una manzana mordida grabada en la contratapa.
Desde ayer hay en Bilbao un comercio que sólo baja la persiana durante seis horas al día. No hay mucho misterio ni parece que vaya a haberlo.