Poner coto a los acaparadores

Al gobierno español no le llegan los dedos de los pies y de las manos para tapar las vías de agua. Una de las más pequeñas que parece haber cubierto es la que provocan los acaparadores compulsivos. En el trolebús de las últimas medidas a la desesperada se cuenta permitir a los comercios que, en circunstancias excepcionales, limiten el número de unidades de un determinado producto que los clientes pueden adquirir en una misma compra. Si se paran a pensarlo, es de una lógica apabullante y, en caso de que algo resultara sorprendente, sería el hecho de que tal cuestión de cajón de madera de pino no estuviera legislada hasta la fecha. Por lo visto, ni las lisérgicas escenas de carros hasta las cartolas de papel higiénico, cervezas o natillas de bote que vimos en los primeros meses de la pandemia habían puesto sobre la pista a las autoridades.

Así las cosas, cuando la invasión de Ucrania hizo volver a las andadas a los arrampladores de estantes, tuvieron que ser las propias cadenas de distribución las que intentasen pararles los pies restringiendo las ventas de las mercancías que eran objeto de codicia desmedida. No se me va a olvidar que las primeras que saltaron contra esta decisión fueron las autoproclamadas organizaciones de defensa de los derechos de los consumidores. Según las beatíficas instituciones, el acopio de los egoístas que dejan a dos velas a sus congéneres y hace que se multipliquen los precios es un derecho inalienable, toquémonos las narices. Pero bien está lo que bien acaba, y esta vez procede aplaudir al gobierno que ha tenido que regular por ley uno de los principios más básicos de la solidaridad.

Comercio o contrabando

Sin duda, el titular tenía gancho: “Desmantelada en Durango una trama de contrabando de maquinaria destinada al programa nuclear de Irán”. En una sola frase, las palabras desmantelada, trama, contrabando, nuclear e Irán, todas ellas con un profundo poder sugestivo para que el lector medio armase en su cabeza su propia película o, como poco, un capítulo de la segunda temporada de The Wire. Escuchas telefónicas, emails cifrados interceptados, tipos de tez morena y bigotillo negro paseando maletines en las inmediaciones de Tabira sin saber que los está fotografiando un agente del CNI disfrazado de cashero… y hasta plutonio camuflado en botes de leche en polvo embarcando en un container en el puerto de Bilbao. Buen trabajo del plumilla de la Hacienda española que redactó la nota sabiendo que, primero las agencias de prensa y después los periódicos, se limitarían —¡ay, la precariedad económica y la profesional!— a copiar y pegar. Faltaba en el texto el adverbio “presuntamente”, pero bueno, quién va echar de menos una nimiedad tan superflua. En contrapartida, abundancia de pelos y señales sobre la empresa acusada (ni ese verbo se empleaba) de tener apaños turbios con el maligno Ahmadineyad.

Ahí viene la segunda parte, más enjundiosa si cabe que lo de las licencias narrativas, porque directamente entra en el terreno de la arbitrariedad y la hipocresía de la llamada legalidad internacional. Los tratos comerciales son un delito del quince según con quién se establezcan. Si se venden unos molinillos a Irán para que el cliente disponga de ellos como tenga a bien o, ejem, a mal, estamos ante una fechoría tremebunda. Ahora bien, si se suministran bombas, gases, rifles, carros de combate o cualquier cosa que mate a otros regímenes tan deleznables como el de Teherán o incluso a multinacionales del crimen de conveniencia, el asunto se queda en ejercicio de la sacrosanta libertad de mercado.

Vales por votos

Se van a morir de envidia quienes lean estas líneas en Noticias de Navarra, que por los malvados efectos colaterales de la división administrativa quedan excluidos de participar en la tómbola que se acaba de sacar de la sobaquera el ocurrente gobierno de este lado del paraíso. El invento se llama Plan Compra Aqtiva, así con q de quilombo, supongo que por no tomar partido identatitario por la c o la perversa k. Lo de Compra tiene toda la pinta de ser polisémico. En la lectura inocente, se trataría de lo obvio, pues la iniciativa con forma de rifa se anuncia como una forma de incentivar el consumo. Basta echar un ojo al calendario -¡anda, si tenemos elecciones en nada!- para olerse que el auténtico mercadeo que se busca es el de votos. Nada nuevo, por otra parte. En muchos lugares de Latinoamérica sigue siendo práctica habitual canjear planchas o tostadoras por el compromiso de introducir en la urna la papeleta del generoso obsequiante. Es un trapicheo del quince, pero por lo menos, el trueque es un quid pro quo limpio y directo. Aquí, tal vez por nuestra larga tradición de sortear desde cerdas en Santo Tomás a cestas de navidad a beneficio del viaje de fin de curso a Salou, pasando por viviendas de protección oficial, los pisamoquetas de Lakua han optado por la fórmula de la lotería. Ha debido de ser idea del sector vasquista.

Hagan juego

Atentos, futuros agraciados de esta pelotilla, que hay medio millón de euros en juego. ¡Guau! ¿Toditos para una sola persona? No me sean egoístas… ni ingenuos. Demasiado dinero para un solo voto. La tasa oficial que han estimado los justiprecistas de López para cada sufragio, basándose seguramente en sí mismos, oscila entre 50 y 100 euros, que son las cantidades nominales de los vales de compra que se pondrán en juego. Eso sólo es para nota, pero el cum laude llega en el brillante método pergeñado para repartir los aguinaldos. No hay que adquirir papeletas ni apuntarse en una lista. Se trata de que la fortuna nos pille en el mismo instante en que estamos ejerciendo el cívico derecho y deber de consumir. Quien dice “la fortuna”, dice una de las 24 personas “debidamente acreditadas” que se patearán las calles y entrarán por sorpresa en un comercio “elegido ante notario” para soltarle la choja a la persona que en ese momento esté apoquinando.

Tan patético, paternalista y naif como suena. Sería para descogorciarse de risa si no fuera porque todo lo que se le ocurre al actual Gobierno vasco para atajar la crisis del comercio es montar un casinillo.

Abierto 18 horas

No me parece ni bien ni mal ni regular la inauguración en Bilbao de un establecimiento comercial que abrirá durante dieciocho horas los 365 días del año. Es, sin más, un hecho, y si se ha elevado a la categoría de noticia es únicamente porque hasta ahora no existían otros precedentes que no fueran un puñado de tiendas regentadas generalmente por orientales… y que yo casi siempre he visto vacías en los horarios intempestivos. Como tengo certificado desde que trabajo de noche, Azkuna City se muere de golpe a eso de las nueve y no recupera el pulso hasta las siete de la mañana siguiente. Los periodistas de hace dos generaciones, esos que salían a quitarse el olor del plomo y la tinta con alcohol destilado, no tendrían hoy dónde hacer aquellas gloriosas libaciones post parto. Los viernes y, en menor medida, los jueves estudiantiles son la excepción al toque de queda instaurado por nuestras costumbres más europeizantes. Sólo en zonas muy determinadas, además. Todo lo demás es páramo.

Llevados por un entusiasmo que me ha parecido exagerado, los cronistas han escrito que la capital vizcaína ha entrado en la modernidad de la mano de este bazar after-hours. Hace cuarenta años en mi barrio había un ultramarinos donde se podía comprar en cualquier momento porque su dueño dormía dentro. Bastaba golpear la persiana con insistencia para ser atendido a la luz de una linterna alimentada con pila de petaca. Hoy mismo, en el pueblo zamorano donde veraneo, que no es Nueva York, puede uno agenciarse medio kilo de anchoas cerca de las doce de la noche en el camión-tienda que todavía anda rulando por las calles mal asfaltadas. Y si te hace falta azúcar para el vaso de leche de antes de acostarse, siempre puedes ir en pijama a tocar el timbre de Carmen, la tendera, que a veces lo oye y sale en tu auxilio. Que yo sepa, nadie se las ha dado de cosmopolita por gozar de esta flexibilidad comercial rural.

¿Templo del consumismo?

En la acera opuesta, me han resultado también tres diapasones fuera de lugar los lamentos de quienes se malician que el nuevo local y su amplitud de horarios son una muesca más en la culata del consumismo que nos oprime. Va a ser divertido ver dentro de unos meses a muchos de los que sostienen eso haciendo cola a media noche para ser los primeros en adquirir no sé qué tabletita o no sé qué smartphone con una manzana mordida grabada en la contratapa.

Desde ayer hay en Bilbao un comercio que sólo baja la persiana durante seis horas al día. No hay mucho misterio ni parece que vaya a haberlo.