Siempre se ha dicho que para dedicarse al arte de afanar lo ajeno hay que tener un morro de aquí a Lima y actuar con sangre fría y pasmosa naturalidad. Hace unos años, un par de tipos enfundados en un buzo entraron en pleno día a una gran superficie comercial, caminaron con decisión hacia una motocicleta expuesta, sacaron unas llaves inglesas y unos destornilladores para liberarla del expositor y se la llevaron tan ricamente sin que nadie sospechara que aquello era un robo. Una escena similar se repitió el pasado viernes en la Casa de Juntas de Gernika, cuando un individuo de gafas vestido con traje azul arrampló a la vista de todo el mundo, notabilísimos y venerables personajes incluidos, con 75 años años de autogobierno vasco.
Patxi López, cuentan que se llama el autor de la sisa con luz y taquígrafos. Hacen falta nervios de acero y, sobre todo, rostro de alabastro, para que quien lleva dos y años medio ciscándose con los hechos en la memoria de los que dieron aquel primer paso venga ahora a apropiarse de sus espíritus. Previamente vaciados de su esencia, claro. Los Aguirre, Nardiz, Aznar, Espinosa o Astigarrabia nombrados en vano por el inquilino incidental de Ajuria Enea no son realmente los que un día se jugaron la vida por un ideal y miles de sus conciudadanos, sino una versión falsificada a beneficio de obra por los que le escriben los discursos a López.
Los discursos… y las colaboraciones en prensa, que el día de autos apareció también un artículo con su firma en el mismo diario que saludó con vítores la entrada del bando nacional y la fuga —“como ratas”, se escribió— del Gobierno que anteayer se reivindicaba. El Cyrano que tecleaba por el portugalujo pretendía convertir en símbolos los abrazos de José Antonio Aguirre e Indalecio Prieto en 1936 y de Carlos Garaikoetxea y Ramón Rubial en 1977. Se omitía, casualidad, el abrazo del ínclito López con Basagoiti en 2009.