Ayer… como hoy

Desconozco si fue casualidad o causalidad, pero el caso es que el pasado domingo, los diarios del Grupo Noticias traían dos piezas que yo diría estaban cosidas por hilos espacio-temporales y afectivos invisibles. Por una parte, Iban Gorriti rescataba del no tan lejano anteayer cómo el lehendakari José Antonio Aguirre cumplió la palabra dada al president Lluís Companys de acompañarlo cuando le llegara el momento de salir al exilio. Le faltó tiempo a mi muy apreciado senador Jon Inarritu para tuitear la página correspondiente —sin que se viera el medio de procedencia, ejem—, acompañada del latinajo “O tempora, o mores”, que viene a querer decir que cómo cambian las cosas.

Podría caber la carga de profundidad si no fuera porque a unas páginas de distancia, amén de destacadísima en primera, venía la extensa crónica en la que Humberto Unzueta detallaba al milímetro cómo fue la mediación de Iñigo Urkullu que estuvo a punto de cambiar el guión del procés. Mediación pedida expresamente y con apremio por un agobiadísimo president Carles Puigdemont en un instante en el que veía que se le venía encima todo el peso de la Historia.

Es verdad que, como sabemos y como se cuenta de forma fidedigna, el intento se fue al garete en 18 minutos más histéricos que históricos. Sin embargo, la esencia de lo sucedido, ese hilo que une presente y pasado que mencionaba al principio, está ahí: de nuevo, en un momento crítico, un lehendakari está al lado de un president que le ha requerido su ayuda. Es lo que va de predicar a dar trigo, o en términos actuales, de hacer politiqueo de selfi y pancarta a hacer política de verdad.

Dando la nota

Es la sabiduría del azulejo de tasca. Hace un día estupendo; ya verás cómo viene alguno y lo jode. Tal cual, oigan. Prácticamente todo el arco ideológico —cómo pica, ¿eh?— con la emoción aún a flor de piel por el bello homenaje al heroico y pluralísimo primer gobierno vasco, y tenían que venir las excrecencias tiñosas a montar el lío. Me apresuro a aclarar que no me refiero a los sindicatos que, creo que con bastante razón, mostraron su malestar por no haber sido invitados.

Hablo, por ejemplo, de quienes, con dos bemoles, se arrogaron la continuidad histórica de algunos de los partidos presentes en aquel ejecutivo. El hilo entre la Izquierda Republicana de Azaña y la minúscula camarilla que lleva hoy el mismo nombre es puro choteo. Y en cuanto al PCE-EPK, lo que me iba a reír si los fundadores se levantaran de la tumba y se encontraran lo que han hecho con sus siglas. Por cierto, unas y otras (IR y EPK) integradas en una coalición llamada en la CAV Ezker Anitza, que ha concurrido a los dos últimos comicios con Podemos. Pues miren ustedes que en Gernika sí estuvo el viernes su candidata a lehendakari, Pili Zabala. ¿Es que no la reconocen como representante?. No hace falta respuesta: esto va de fulanismo, de estar en la foto, o si no, me enfado y suelto que todo es una peneuvada, aunque en el acto vimos a Garaikoetxea, Otegi, López, Mendia, la citada Zabala y hasta Carmelo Barrio.

Eso, sin mentar el trato infame que dio el EPK ortodoxo de Ormazábal a su consejero. Lo expulsó tachándolo de traidor. No por casualidad, Juan Astigarrabia murió en 1989 como militante de Euskadiko Ezkerra. Leamos más.

Razones para un festivo

Gernika, Casa de Juntas, 7 de octubre de 1936. No muy lejos resonaban los bombardeos asesinos de quienes todavía no han sido repudiados por muchos que se dicen demócratas. Mientras la sinrazón avanzaba, desgraciadamente imparable, bajo el árbol que a partir de esa fecha tendría un simbolismo aun mayor, once hombres comenzaban a escribir una de las páginas más heroicas —y desde luego, más hermosas— de nuestra Historia. Contemplado el episodio desde estos días de pandemia de canallas, cobardes e interesados, emociona la generosidad de aquellas personas tan distintas en lo vital y en lo ideológico que se disponían a entregarse a una causa que sería la de toda su vida. Muy pronto, de hecho, alguno pagó con ella.

Al frente del grupo irrepetible, José Antonio Agirre Lekube, un tipo bueno en el sentido machadiano, juraba “en pie sobre la tierra vasca” desempeñar fielmente su cargo. Los hechos dan fe de que lo hizo largamente. En medio de una guerra, asediado por un enemigo implacable y ventajista que tuvo la ayuda de grandes matarifes, el primer Gobierno vasco fue capaz de levantar los cimientos de un país en los apenas ocho meses que tardó en llegar la amarga derrota.
Luego, en el largo exilio, la mayoría de sus componentes —¡de nada menos que seis partidos que hacía muy poco se habían llegado a sacar las pistolas!— se mantuvieron inquebrantablemente leales entre sí y al pueblo que representaban. 80 años de semiolvido después, exactamente hoy, el calendario oficial de la demarcación autonómica celebra su gesta. Lástima que muchos no sepan que les debemos bastante más que un fin de semana prolongado.

Hospital Alfredo Espinosa

Alabo el buen gusto, el tino y el sentido de la justicia de quienes eligieron a Alfredo Espinosa para dar nombre al nuevo hospital de Urduliz. Pocas figuras encarnan mejor la entrega desinteresada a los demás que el consejero de Sanidad del heroico gobierno de José Antonio Aguirre. Entrega hasta sus últimas consecuencias, pues como se sabe —o debería saberse—, el doctor Espinosa, miembro de Unión Republicana, dejó su vida en el paredón de la prisión de Vitoria a tres meses de cumplir 34 años.

Apenas dos horas antes de ser acribillado por las balas de sus captores franquistas, plenamente consciente de su destino, tuvo la presencia de ánimo de escribirle a su lehendakari y, sobre todo, amigo, una carta que es imposible leer sin que los ojos se humedezcan y sin sentir una profunda y genuina admiración. En esas líneas está el retrato de un hombre de una pieza y, de alguna manera, el de una generación irrepetible compuesta por servidores de lo público que nada tienen que ver con la frecuente canalla política actual, tan dada a la impostura.

Les invito a buscar la carta y a dejarse conmover por su contenido. Como anticipo, permítanme que comparta con ustedes uno de sus párrafos: “Dile a nuestro pueblo que un consejero del Gobierno muere como un valiente y que, gustoso, ofrenda su vida por la libertad del mismo. Diles, asimismo, que pienso en todos ellos con toda mi alma y que muero no por nada deshonroso, sino todo lo contrario, por defender sus libertades y sus conquistas legítimamente ganadas en tantos años de lucha. Que mi muerte sirva de ejemplo y de algo útil en esta lucha cruel y horrible”.

Enseñanzas de Aguirre

7 de octubre de 2013, benditas efemérides. Exactamente 77 años después de jurar su cargo, el lehendakari José Antonio Aguirre recibió, en la más presente de las ausencias, la insignia que lo reconoce como miembro del Parlamento que no pudo elegirlo, simplemente porque en plena guerra no había forma de convocarlo. Una reparación tardía, como tantas y tantas, por no hablar de las que siguen aguardando y de las que tal vez nunca lleguen. Pero reparación al fin, que en el caso del primer presidente del Gobierno vasco se une a otros gestos de restauración de su memoria y de su valor histórico que han ido cayendo por su propio peso… incluso de parte de quienes durante mucho tiempo le dispensaron un indisimulado desprecio. Y que conste que no lo cito como ataque hacia los que procedieron así, sino al contrario, como aplauso a la capacidad de rectificar.

Esa es una de las copiosas enseñanzas que nos legó Aguirre: no hay desdoro en enfrentarse a los errores propios cuando existe la firme disposición de enmendarlos. En no pocos de sus textos y de sus vibrantes alocuciones se refirió sin tapujos a lo que él mismo no hizo como al cabo de los años comprendió que quizá debería haber hecho. Sin caer jamás en el arrepentimiento —no tenía de qué—, sin renegar ni de sus actos ni mucho menos de sus convicciones, tuvo el coraje hacer un repaso autocrítico de sus obras, cuando alrededor la tentación al uso era porfiar que todo, absolutamente todo, se hizo bien.

Por supuesto que hay muchísimo más: su magnetismo personal, su don para aglutinar en torno a sí a gentes de credos y caracteres muy diferentes, su entrega a sus ideas y el respeto a las de los demás, su creencia en una causa que consideraba justa y su coherencia al defenderla… Imposible pasarlo por alto. Pero junto a ello, quisiera que al trazar el retrato de Aguirre no perdiéramos de vista el arrojo para encararse con sus equivocaciones.

Aguirre vive

Pensé que era el tuit de un bromista o el de uno de tantos malintencionados que se divierten provocando: “EH Bildu reivindica el legado del lehendakari José Antonio Aguirre”. Luego llegó una segunda versión, una tercera y, finalmente, poco más o menos la misma frase lanzada al aire desde la cuenta oficial de la coalición. Ya para ese momento, las agencias y los periódicos digitales contenían más datos del acto donde se habían pronunciado esas palabras, incluyendo el que terminó de despedazarme los esquemas: el marco de la inusitada declaración fue el hotel Carlton de Bilbao, sede de aquel gobierno nacido en las duras y que jamás conocería las maduras. Simbolismo cuidado hasta el último detalle.

¿Qué ha pasado para que la izquierda abertzale rehabilite al “tibio” Aguirre —“más que chocolatero, fue un pastelero ideológico”, llegué a escuchar sobre él a un historiador de esa tendencia—, al hombre al que colgaron el baldón de “traidor de Santoña”, además de meapilas, amigo de los nazis, chivato de la CIA y tan españolazo que pudo ser presidente de la República en el exilio? La interpretación que más he leído en estas horas es que se trata de una estratagema electoral para levantarle un puñado de votos al PNV. Es verosímil, aunque a mi me gustaría pensar que esta especie de caída del caballo camino de Damasco tendrá más recorrido.

Si fuera así, estaríamos ante una gran noticia. Recuérdese que hace un año, en la conmemoración del 75 aniversario del primer Gobierno vasco, Patxi López y notables dirigentes del PSE también propusieron a Aguirre como ejemplo a seguir, pasando por alto que fue su partido quien tiró las mayores zancadillas a aquel ejecutivo. Sumemos —ya sé que es lo que se nos da peor— y tendremos que las tres fuerzas que representan la abrumadora mayoría vasca están de acuerdo, con sus matices, en que debemos aprovechar y seguir esa lección del pasado. Ojalá sepamos hacerlo.

Los abrazos de López

Siempre se ha dicho que para dedicarse al arte de afanar lo ajeno hay que tener un morro de aquí a Lima y actuar con sangre fría y pasmosa naturalidad. Hace unos años, un par de tipos enfundados en un buzo entraron en pleno día a una gran superficie comercial, caminaron con decisión hacia una motocicleta expuesta, sacaron unas llaves inglesas y unos destornilladores para liberarla del expositor y se la llevaron tan ricamente sin que nadie sospechara que aquello era un robo. Una escena similar se repitió el pasado viernes en la Casa de Juntas de Gernika, cuando un individuo de gafas vestido con traje azul arrampló a la vista de todo el mundo, notabilísimos y venerables personajes incluidos, con 75 años años de autogobierno vasco.

Patxi López, cuentan que se llama el autor de la sisa con luz y taquígrafos. Hacen falta nervios de acero y, sobre todo, rostro de alabastro, para que quien lleva dos y años medio ciscándose con los hechos en la memoria de los que dieron aquel primer paso venga ahora a apropiarse de sus espíritus. Previamente vaciados de su esencia, claro. Los Aguirre, Nardiz, Aznar, Espinosa o Astigarrabia nombrados en vano por el inquilino incidental de Ajuria Enea no son realmente los que un día se jugaron la vida por un ideal y miles de sus conciudadanos, sino una versión falsificada a beneficio de obra por los que le escriben los discursos a López.

Los discursos… y las colaboraciones en prensa, que el día de autos apareció también un artículo con su firma en el mismo diario que saludó con vítores la entrada del bando nacional y la fuga —“como ratas”, se escribió— del Gobierno que anteayer se reivindicaba. El Cyrano que tecleaba por el portugalujo pretendía convertir en símbolos los abrazos de José Antonio Aguirre e Indalecio Prieto en 1936 y de Carlos Garaikoetxea y Ramón Rubial en 1977. Se omitía, casualidad, el abrazo del ínclito López con Basagoiti en 2009.