Mal menor o así

Ayer tuve un cariñoso cruce de cargas de profundidad con mi apreciado Jon Iñarritu. Él tuiteó (creo que) con la socarronería aguda que lo caracteriza que no acababa de fiarse de la enésima promesa del gobierno español de ponerse manos a la obra con las transferencias eternamente pendientes. Dejando de lado que yo también tiendo a un escepticismo cimentado en quintales de incumplimientos, le anoté al diputado de EH Bildu que ese gobierno del que dudaba era exactamente el mismo al que hace un mes pelado había sido aupado por la abstención de su formación. Con agilidad gatuna, llegó la respuesta. Iñarritu me apuntaba, palabra arriba o abajo, que la experiencia le empujaba a la desconfianza, que iban a denunciar lo que no se hiciera y, como resumen y corolario, que este gobierno era el mal menor. De inmediato llovieron en tromba retuiteos y likes de su réplica a modo de zasca y chúpate esa, infecto pinchaglobos enemigo del pueblo.

Y vale, sí, que pulpo, animal de compañía, pero también que y sin embargo, se mueve. Quiero decir que, mal menor o bien mayor, Sánchez debe su reválida por los pelos a la abstención de la fuerza liderada por Arnaldo Otegi y, sobre todo, de sus socios de ERC. Bien podían haber hecho como los antiguos convergentes, ahora Junts per Cat, que le atizaron con su no en los morros al tipo que en campaña había prometido traer a su líder esposado desde Waterloo. Pero la coalición soberanista no solo no lo hizo, sino que tuvo guardados sus síes en la recámara por si algún socialista patriota ponía en peligro la investidura. Y todo fue, parafraseando a Otegi hace dos días, gratis et amore. No se olvide.


Ayer… como hoy

Desconozco si fue casualidad o causalidad, pero el caso es que el pasado domingo, los diarios del Grupo Noticias traían dos piezas que yo diría estaban cosidas por hilos espacio-temporales y afectivos invisibles. Por una parte, Iban Gorriti rescataba del no tan lejano anteayer cómo el lehendakari José Antonio Aguirre cumplió la palabra dada al president Lluís Companys de acompañarlo cuando le llegara el momento de salir al exilio. Le faltó tiempo a mi muy apreciado senador Jon Inarritu para tuitear la página correspondiente —sin que se viera el medio de procedencia, ejem—, acompañada del latinajo “O tempora, o mores”, que viene a querer decir que cómo cambian las cosas.

Podría caber la carga de profundidad si no fuera porque a unas páginas de distancia, amén de destacadísima en primera, venía la extensa crónica en la que Humberto Unzueta detallaba al milímetro cómo fue la mediación de Iñigo Urkullu que estuvo a punto de cambiar el guión del procés. Mediación pedida expresamente y con apremio por un agobiadísimo president Carles Puigdemont en un instante en el que veía que se le venía encima todo el peso de la Historia.

Es verdad que, como sabemos y como se cuenta de forma fidedigna, el intento se fue al garete en 18 minutos más histéricos que históricos. Sin embargo, la esencia de lo sucedido, ese hilo que une presente y pasado que mencionaba al principio, está ahí: de nuevo, en un momento crítico, un lehendakari está al lado de un president que le ha requerido su ayuda. Es lo que va de predicar a dar trigo, o en términos actuales, de hacer politiqueo de selfi y pancarta a hacer política de verdad.