Con suficiencia, altanería y facundia, los autoerigidos en depositarios de las esencias democráticas nos cascaban desayuno, comida y cena la pildorita dorada: “Batasuna ya sabe lo que tiene que hacer”. El taimado Pérez Rubalcaba, el martillo Caamaño, el apocado López, el amuchado Ares, el cambiante Jáuregui, y por supuesto, el talantudo Zapatero repetían el exordio como una letanía para conjurar la evidencia que los iba arrinconando y dejando sin excusas. Eran plenamente conscientes -unos, porque no nacieron ayer y otros, porque se lo habían explicado con cubitos los más listos- de que huían hacia adelante y de que al final de la escapada les aguardaba la pared. Por supuesto que la izquierda abertzale ilegalizada sabía lo que tenía que hacer. Lo había demostrado en Gernika y en Iruña, y ayer lo reconfirmó en Bilbao con una contundencia apabullante en el rechazo de la violencia, y con mención explícita de la ejercida por ETA para tembleque de canillas de quienes se iban a agarrar a ese clavo ardiendo en la justificación de su cerrilidad. ¿Ahora qué?
De acuerdo, me tiro yo mismo del guindo. Ahora, nada. Los heraldos del no se buscarán cualquier otra consigna o, con un par, seguirán ordeñando la misma. No están dispuestos a dejar que la realidad les despanzurre el chiringuito dialéctico al que están atornillados. Ya podían haber comparecido Rufi Etxeberria, Marian Beitialarrangoitia e Iñigo Iruin de picados de San Vicente de la Sonsierra, atizándose la espalda sangrante con el flagelo de puntas, que el veredicto habría sido idéntico: todavía es poco. Siempre será poco, y como son los dueños del balón, la única opción saludable es apretar los dientes, enfriar la bilis y continuar caminando.
Nuevo lenguaje
Nos puede ayudar en ese ejercicio de templanza echar la vista atrás. Aunque la tentación sea el desánimo, un examen de conciencia y de escenario sin derrotismos ni autocomplacencias nos mostrará que en apenas un año se ha avanzado más que en los treinta anteriores. Basta el lenguaje utilizado ayer en el Euskalduna, limpio de retóricas militaristas plúmbeas, directo al grano, genuinamente político, como prueba de que ya no estamos en la vieja, inútil y desesperante telaraña. La ausencia de ambigüedades certifica que quien tenía que ir en serio va en serio. De hecho, eso es lo que más miedo da a los que sólo saben jugar al catenaccio político porque se han quedado huérfanos de su comodín favorito y cada vez se verá con más claridad que los únicos que desean la continuidad de ETA son ellos.