Probemos de nuevo. No, en ningún caso quise decir ayer que estoy en contra del Proyecto de Ley Trans del Gobierno español. Y mucho menos que no me parece necesario (lo subo a imprescindible) que se garantice por ley la igualdad efectiva de trato para todas las personas más allá de su orientación afectiva y/o sexual. Eso queda fuera de toda duda y me he manifestado un millón de veces al respecto. Lo que pretendía poner sobre la mesa de un modo por lo visto muy torpe es que este proyecto se ha explicado pésimamente a la sociedad.
Para empezar, la idea general que ha quedado es que se ha tratado de una lucha de poder dentro del gobierno y, lo que es más grave, entre las asociaciones, colectivos y personalidades individuales que trabajan por la igualdad en cualquiera de sus mil vertientes. Y no ha sido una ilusión óptica. Han quedado por escrito las diatribas y gruesas descalificaciones cruzadas por personas que teóricamente comparten la misma causa.
El otro gran error ha sido centrarlo todo en la llamada autodeterminación sexual, promoviendo la idea de que se abría la barra libre para cambiar de género cada diez minutos. La paradoja es que, como señaló en Onda Vasca la portavoz de Naizen, Bea Sever, la norma supone un paso atrás en este sentido, sobre todo para los menores. La realidad es que los cambios en el Registro se venían realizando sin obstáculos por debajo de los doce años, que es el límite actual. Así que parece que de nuevo nos hemos quedado en el politiqueo en lugar de ir al fondo. Eso, mientras se servían en bandeja los argumentos para el ruido mediático y jurídico de la derecha.