84 años, cáncer terminal, un hijo discapacitado, y la desahucian. Otro triunfo del Estado Derecho, el Bienestar y LQTRM (lo que te rondaré morena). Que le pongan mañana mismo seis medallas de alabastro al heroico madero que diseñó un operativo que ríete tú del de la CIA para dar matarile a Bin Laden. Cuentan que nadie podía acercarse a doscientos metros de la casa de Malasaña de la que fue arrancada la anciana ayer por la mañana. ¿Acaso temían que se hiciera fuerte con un bazooka en el alfeizar de la ventana y se liara a disparar ese arsenal de pirulas que, según un candidato de UPyD, tienen por fea costumbre coleccionar los viejos?
En realidad, no. Bien sabían que el munipa más esmirriado se habría bastado para sacar en volandas a Victoria y a su hijo, que se han dejado todas las fuerzas en luchar y perder contra la vida, la puñetera vida. El miedo de los apatrulladores era a esa arma mortífera (si bien, muy poco frecuente) llamada solidaridad. Antes de la definitiva, los cañís hombres de Harrelson se habían tenido que volver dos veces de vacío al cuartelillo ante la oposición de un grupo formado por esos que dicen perroflautas, reforzados por vecinos que en su humildad conservan la dignidad que jamás se ha visto sentada en un escaño.
A la tercera, sin embargo, fue la vencida. Actuando con sigilo, o sea, a traición, las gloriosas fuerzas del orden dieron esquinazo a los desharrapados y se hicieron con sus trofeos humanos. La radio de las lecheras atronaba: Alfa, Bravo, Charly, Delta, operativo completado. Tenemos a la sospechosa y a su hijo y nos disponemos a depositarlos en la puta calle. Otra casa vacía para el censo.
Fin de la historia. La moraleja, si es que les queda cuerpo, la ponen ustedes, que viven —vivimos— en la misma sociedad donde ocurren estas cosas dos docenas de veces al día. Repitan conmigo: 84 años, cáncer terminal, un hijo discapacitado, y la desahucian.