Nada más escuchar el nombre del inesperado premio Nobel de Literatura de este año, escribí en Twitter: “Vargas Llosa o la demostración de cómo la obra supera al autor”. Dos o tres segundos después, un tal Pérez me replicaba: “¿No es un oxímoron? Y si no, es una grandísima paradoja”. Pastelero que es uno, acepté a medias la sentencia y propuse una transaccional: “Entonces es el autor el que supera al humano que hay debajo”. Ahí llegó un consenso que, según he podido comprobar estos días, es muy amplio. Entre los que cojeamos del mismo o parecido pie ideológico, el ser humano Vargas Llosa no goza de la menor simpatía y, sin embargo, tenemos la absoluta convicción de que el autor Vargas Llosa es uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo.
¿Qué tiene eso de extraordinario? Si lo piensan, bastante, porque lo habitual es hacernos un engrudo con las ideas y las obras, de tal modo que solemos ser incapaces de reconocer el más insignificante mérito a quien no hace funambulismo en nuestra cuerda. Ni se imaginan las veces que me han acusado de padecer el síndrome de Estocolmo por alabar la exquisita cultura y la calidad de la prosa de Federico Jiménez Losantos. Lo Cortez no quita lo Atahualpa, suelo explicarme yo, citando el afortunado título de un disco que sacaron juntos Alberto Cortez y Atahualpa Yupanqui.
Amaño de pijoprogres
Cierto es que en este pecado de la soberbia artístico-ideológica, los de Villabajo no llegamos al hooliganismo de los de Villarriba, y la prueba es esta reverencia respetuosa que le estamos haciendo a Don Mario. Por allá, en cuanto un sospechoso de rojoseparatismo recibe un laurel, las escopetas dialécticas disparan con las postas más gordas. Si lo sabrán Bernardo Atxaga, Unai Elorriaga o Kirmen Uribe, por poner unos ejemplos cercanos. Ninguno de los tres se libró del tradicional barnizado como enemigos del pueblo y, en el mismo viaje, el premio que recibieron -el Nacional de Narrativa- fue declarado vergonzoso amaño de pijoprogres.
Exactamente eso decían también del Nobel de Literatura. Es divertido ver con qué jolgorio lo festejan ahora y resulta aún más descacharrante comprobar cómo al glosar los méritos del hispano-peruano (o viceversa) dedican tres líneas de corta-pega a lo literario y se cascan una docena de párrafos con sus hazañas políticas. El año que viene, según de qué café se levanten sus miembros, la Academia Sueca tal vez toque con su varita a algún ignoto autor de ideas bermellonas y volverán las oscuras golondrinas a ciscarse en Escandinavia.