Piel de periodista

¡Vaya! Se oye comentar que los de Podemos no tratan muy bien a algunos de mis congéneres de la especie plumífera. La que se ha liado, de hecho, con la denuncia de la asociación gremial en la capital del reino, por buen nombre, Asociación de la Prensa de Madrid. ¿Cuánto habrá de verdad en la acusación sin nombres, piedra lanzada de mano inmediatamente escondida? Seguro que algo, no les voy a decir que no. Ya hemos visto a Iglesias Turrión y alguno de sus subalternos en plan matoncete o, según el café de esa mañana, perdonavidas con algún osado cronista que no ha bajado la testuz ante el sagrado manto morado. También sabemos, y en ese caso hasta por experiencia propia, lo cansinos que pueden ser los incontables troles —profesionales y/o voluntarios— al servicio de la formación.

¿Y es grave, doctor? Decididamente, no. Para los usos y costumbres de este oficio de tinieblas, lo anteriormente descrito se queda en incomodidad o en los tan mentados gajes, palabra que en origen significa, por cierto, sobresueldo. Es decir, que quizá proceda una queja o un par de cagüentales, pero no hay motivo para montar un campañón del carajo. Y menos, para que venga el egregio novio de Isabel Preysler a meter a ETA por medio. No soy en absoluto partidario de esa visión de los periodistas como héroes o mártires por obligación. Necesitamos comer exactamente igual que los sexadores de pollos. Sin embargo, sí tengo meridianamente claro que, salvo en el caso de determinados corchos humanos que siempre se dejan llevar por los vientos que toquen, dedicarse a esto implica disgustar mucho a muchos. Cada vez a más, me temo.

Vargas Llosa… también

Caramba, carambita, carambirulí. ¿Me dicen en serio que el superlativo bipatriota y expendedor de lecciones de moralidad a granel, Mario Vargas Llosa, también tenía su bisnes en el chiringuito del tal Fonseca? ¿De verdad que el campeón estratosférico de la dignidad, el tipo que nos canta las mañanas por insolidarios y egoístas a los pérfidos rojoseparatistas periféricos, se había buscado el modo de no contribuir a las dos grandes naciones de las que se ufana de ser hijo? Eso dicen los entretenidísimos papeles de Panamá. Hay constancia de que el Inca Garcilaso redivivo —así le escuché un día que se sentía— era titular, junto a su hoy abandonada santa, de una de las toneladas de sociedades de color marrón oscuro que gestionaba el famoso bufete de guante blanco. En concreto, una que operaba en las Islas Vírgenes británicas, paraíso en los sentidos literal y fiscal de la palabra.

Menos mal que como es un caballero español y peruano, habrá salido a reconocerlo gallardamente y a apechugar con las consecuencias, que en realidad son ninguna, ¿no? Más bien no. Lo que ha venido a decir el crepuscular descubridor del molinillo filipino es que el perro le comió los deberes. Y ni siquiera con su incomparable prosa, que para eso paga a unos propios. Ha sido su agencia la que ha salido a contar que no más fue la puntita y, además, por culpa ajena. “Solamente puede atribuirse a que algún asesor de inversiones o intermediario, sin el consentimiento de los señores Vargas Llosa, reservó esta sociedad para la realización de alguna inversión que se estaba estudiando”, zanja la nota supuestamente aclaratoria. Pues vaya.

Adulando a Galeano

He participado, lo confieso, en los excesos fúnebres, casi juegos florales, en torno a Eduardo Galeano. No me disculparé por ello. Era casi un imponderable físico o aritmético. Incluso, diría, puro determinismo vital. Pertenezco a la última (o como mucho, penúltima) generación que se dejó deslumbrar por lo que llamaron y creo que aún llaman boom latinoamericano. Qué gracioso o todo lo contrario, anoto al margen robándole una idea al gran Bernardo Erlich, que el único superviviente de aquella explosión de la izquierda literaria sea el que pegó el enorme brinco a la derechaza, o sea, Vargas Llosa.

Qué divertido también, sigo señalando paradojas, que muchísimos de los que se vinieron arriba en la hemorragia laudatoria del uruguayo lo hicieran esgrimiendo a modo de biblia Las Venas Abiertas de América Latina. No hacía ni un año que su autor había reconocido sin reparos que en la época en que escribió el libro que tantos tuvimos como verdad revelada, sus conocimientos de economía y política eran manifiestamente mejorables. Aunque aseguró que no se arrepentía de haberlo firmado, sí dijo que sería incapaz de leerlo de nuevo, y añadió: “Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría. Sería ingresado al hospital”.

Miren que Galeano fue un mago casi insuperable pariendo aforismos y frases redondas de apenas línea y media, pero encuentro pocas que me digan más que la que encabeza el entrecomillado. Ahí está el retrato de un tipo que no se dejó sobornar siquiera por su legión de aduladores. Bien es cierto —me apuesto algo— que la mayoría no se han dado por aludidos.

Hispanofobia

Rosa Díez presenta un libro titulado A favor de España. El primer susto es al pensar que la hija escasamente predilecta de Sodupe ha reincidido como autora, después de aquel incalificable Porque tengo hijos que dio a la imprenta cuando todavía se pagaba sus carísimos vicios gracias a la euro-canonjía que le había procurado su antiguo partido para tenerla lejos. La alerta roja pasa a naranja: solo firma uno de los capítulos. Del mal sería el menos, si no fuera porque el resto de los que han perpetrado el volumen son otros vividores y/o enredadores de la banda magenta como Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán, Francisco Sosa Wagner o Mario Vargas Llosa, que lo mismo escribe páginas sublimes —a ver quién se lo niega— que vomita panfletos de a duro sobre cuestiones de las que lo desconoce todo.

Anoto, como golfería al margen, que el opúsculo lleva rulando cuatro meses con más pena que gloria, pero que la editora (la antigua de Pedrojota) y la secta política que está detrás han pretendido hacerlo pasar por primicia del copón. La ocasión promocional la pintaba calva la visita de la delegación catalana a recibir el previsto portazo en las narices de las cortes españolas.

Todo lo demás comentable se resume en el tono plañidero. ¿Se acuerdan cuando los motejados nacionalistas periféricos éramos lo lloricas, victimistas y paranoides que nos pasábamos la vida de morros porque Madrid nos jodía? Bueno, pues ahora se han invertido las tornas. Son los patriotas españoles sedicentes los que gimen desconsolados por el desafecto y claman por algo que han dado en bautizar, menudo rostro, hispanofobia.

Marqueses por sus… poderes

En buena hora dudó el chismoso Peñafiel de la integridad testicular de Juan Carlos de Borbón. Primero, tuvimos que desayunarnos con la comercialmente provocadora portada de El Jueves, que desde hace tiempo tiene al campechano y a su familia como sus particulares gallinas de los huevos de oro (esta vez, en sentido casi literal). Y como no parecía suficientemente desagradable la visión, aunque fuera caricaturizada, de las criadillas regias, ha salido el propio interesado a hacer una exhibición metafórica de sus blindados dídimos en el Boletín Oficial del Estado. Cuatro marquesados, cuatro, se ha sacado del forro polar el suegro de Letizia Ortiz. Porque él lo vale, y porque esas prerrogativas feudales siguen vivas en lo que todavía algunos llaman Estado de Derecho. De pernada será. A ver quién dice ahora que no los tiene bien puestos.

Con ser escandaloso que a estas alturas del calendario se permitan estas gachupinadas medievales, todavía me ha resultado más obsceno el júbilo cortesano con que, salvo honrosísimas excepciones, se lo ha tomado la prensa. En lugar de abochornarse por la anacronía, los plumíferos -igual los del papel cuché que los otros- se han lanzado en plancha a reír la gracia del repartidor de títulos nobiliarios. En algunas de las informaciones, por lo menos, se percibía un cierto retintín, pero la inmensa mayoría estaban bañadas en un insoportable almíbar rancio.

Habilidad borbónica

Hay que reconocer que ha estado hábil el sucesor de Franco a título de rey. Para que la que plebe tragase aun con mayor entusiasmo del que suele mostrar, ha encabezado el cuarteto de nuevos hidalgos de plexiglás con Vicente Del Bosque, que en el imaginario patriotero cañí ya era un Grande de España. Nadie lo iba a discutir. Y tampoco al nuevo Marqués de Vargas Llosa, don Mario, que le pone un barniz simpático y cultureta a los nombramientos. Con el triunfador balompédico y el campeón de las letras al frente de la lista, pocos iban a reparar en los otros dos agraciados.

De Aurelio Menéndez, aupado a la dignidad de Marqués de Ibias, no hay mucho que decir, salvo que siempre ha estado en el séquito palaciego y que fue ministro preconstitucional. Más miga tiene, como ha señalado con subrayado doble Iñaki Anasagasti, el cuarto ennoblecido, Juan Miguel Villar Mir. Conspicuo servidor del Caudillo, de lo cual siempre se ha enorgullecido, y preboste actual de la gran industria, su único fracaso ha sido no llegar nunca a presidir el Real Madrid. Aunque parezca raro, eso no lo puede decidir el Borbón.

La obra, el autor y sus ideas

Nada más escuchar el nombre del inesperado premio Nobel de Literatura de este año, escribí en Twitter: “Vargas Llosa o la demostración de cómo la obra supera al autor”. Dos o tres segundos después, un tal Pérez me replicaba: “¿No es un oxímoron? Y si no, es una grandísima paradoja”. Pastelero que es uno, acepté a medias la sentencia y propuse una transaccional: “Entonces es el autor el que supera al humano que hay debajo”. Ahí llegó un consenso que, según he podido comprobar estos días, es muy amplio. Entre los que cojeamos del mismo o parecido pie ideológico, el ser humano Vargas Llosa no goza de la menor simpatía y, sin embargo, tenemos la absoluta convicción de que el autor Vargas Llosa es uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo.

¿Qué tiene eso de extraordinario? Si lo piensan, bastante, porque lo habitual es hacernos un engrudo con las ideas y las obras, de tal modo que solemos ser incapaces de reconocer el más insignificante mérito a quien no hace funambulismo en nuestra cuerda. Ni se imaginan las veces que me han acusado de padecer el síndrome de Estocolmo por alabar la exquisita cultura y la calidad de la prosa de Federico Jiménez Losantos. Lo Cortez no quita lo Atahualpa, suelo explicarme yo, citando el afortunado título de un disco que sacaron juntos Alberto Cortez y Atahualpa Yupanqui.

Amaño de pijoprogres

Cierto es que en este pecado de la soberbia artístico-ideológica, los de Villabajo no llegamos al hooliganismo de los de Villarriba, y la prueba es esta reverencia respetuosa que le estamos haciendo a Don Mario. Por allá, en cuanto un sospechoso de rojoseparatismo recibe un laurel, las escopetas dialécticas disparan con las postas más gordas. Si lo sabrán Bernardo Atxaga, Unai Elorriaga o Kirmen Uribe, por poner unos ejemplos cercanos. Ninguno de los tres se libró del tradicional barnizado como enemigos del pueblo y, en el mismo viaje, el premio que recibieron -el Nacional de Narrativa- fue declarado vergonzoso amaño de pijoprogres.

Exactamente eso decían también del Nobel de Literatura. Es divertido ver con qué jolgorio lo festejan ahora y resulta aún más descacharrante comprobar cómo al glosar los méritos del hispano-peruano (o viceversa) dedican tres líneas de corta-pega a lo literario y se cascan una docena de párrafos con sus hazañas políticas. El año que viene, según de qué café se levanten sus miembros, la Academia Sueca tal vez toque con su varita a algún ignoto autor de ideas bermellonas y volverán las oscuras golondrinas a ciscarse en Escandinavia.