Piel de periodista

¡Vaya! Se oye comentar que los de Podemos no tratan muy bien a algunos de mis congéneres de la especie plumífera. La que se ha liado, de hecho, con la denuncia de la asociación gremial en la capital del reino, por buen nombre, Asociación de la Prensa de Madrid. ¿Cuánto habrá de verdad en la acusación sin nombres, piedra lanzada de mano inmediatamente escondida? Seguro que algo, no les voy a decir que no. Ya hemos visto a Iglesias Turrión y alguno de sus subalternos en plan matoncete o, según el café de esa mañana, perdonavidas con algún osado cronista que no ha bajado la testuz ante el sagrado manto morado. También sabemos, y en ese caso hasta por experiencia propia, lo cansinos que pueden ser los incontables troles —profesionales y/o voluntarios— al servicio de la formación.

¿Y es grave, doctor? Decididamente, no. Para los usos y costumbres de este oficio de tinieblas, lo anteriormente descrito se queda en incomodidad o en los tan mentados gajes, palabra que en origen significa, por cierto, sobresueldo. Es decir, que quizá proceda una queja o un par de cagüentales, pero no hay motivo para montar un campañón del carajo. Y menos, para que venga el egregio novio de Isabel Preysler a meter a ETA por medio. No soy en absoluto partidario de esa visión de los periodistas como héroes o mártires por obligación. Necesitamos comer exactamente igual que los sexadores de pollos. Sin embargo, sí tengo meridianamente claro que, salvo en el caso de determinados corchos humanos que siempre se dejan llevar por los vientos que toquen, dedicarse a esto implica disgustar mucho a muchos. Cada vez a más, me temo.

Presuntos héroes

Admirado por lo que me contaba el hijo de un mugalari de la Red Comète que se había jugado el pellejo para salvar a decenas de pilotos derribados por los nazis en la segunda guerra mundial, interrumpí a mi interlocutor: “¡Su padre era un héroe!”, le dije. Sonriendo, él me contesto que una vez le había dicho esas mismas palabras y no se le había olvidado la respuesta: “Si fuimos héroes, ninguno nos dimos cuenta mientras lo hacíamos. No teníamos tiempo para pensar en tonterías”.

Me ha venido a la memoria el episodio al ver cómo determinada prensa -la que se imaginan- se ha lanzado a componer un cantar de gesta a Carlos García, el único concejal del PP en Elorrio. Asumo el riesgo de pasar por un desalmado que corre a ponerse al lado de los victimarios para infligir un martirio mayor aún a las víctimas (de ese pelo es el lenguaje que se utiliza), pero tengo la sospecha razonable de que, a diferencia del mugalari, García sí ha tenido tiempo de pensar que su actitud iba a ser contemplada como heroísmo. De hecho, y a la vista de su trayectoria anterior, creo que es ese barniz de leyenda lo que le ha movido a dar un paso tan vistoso como contraprudecente para lo que dice perseguir.

Sí, contraproducente. Caer en paracaídas y rodeado de cámaras que buscan carnaza en un pueblo que te es completamente ajeno no parece el mejor modo de templar y normalizar la convivencia. Se asemeja, más bien, al proceder de tantos bomberos pirómanos de que guardamos recuerdo, como Otaola, Mora, o el narciso Savater, que terminó cantando la gallina. De estos casos debemos aprender la fórmula para que la profecía no se cumpla a sí misma y el pregonero no tenga los tres cuartos que busca. El error con ellos fue suministrarles el alpiste que pedían. Los pasquines, las pintadas o las increpaciones callejeras son respuestas totalmente reprobables y, de propina, torpes. No hay desprecio como no hacer aprecio.