Me alegra infinitamente el relieve que se le está dando en los medios al 50 aniversario del Proceso de Burgos. Salvando los inevitables ventajistas que han pretendido llevar el agua de la conmemoración a su molino ideológico, son también muy de agradecer los planteamientos de los diferentes reportajes. Resulta imprescindible la vertiente humana de los supervivientes y ayudan mucho las aportaciones documentadas de los historiadores o los analistas. Sumando lo uno y lo otro, creo que nos acercamos a la verdadera dimensión de un episodio que, más allá de los tópicos habituales, marcó un antes y un después.
O quizá fueron varios. Lo ocurrido en aquel diciembre de hace medio siglo supuso cambios decisivos en el régimen franquista, en la oposición, en la mirada internacional sobre la dictadura y, por descontado, en ETA. Poco calcularon los prebostes totalitarios que lo que planearon como venganza y escarmiento acabaría mostrando su debilidad y, en el mismo viaje, engrandeciendo a quienes se le enfrentaban, un amplio cajón de sastre de credos que iban desde la democracia cristiana a la extrema izquierda. Emociona ver en las imágenes de la época esa unidad y valentía tanto de quienes defendieron con la toga a los acusados como de los que se la jugaron en las calles o en los manifiestos. Hicieron Historia.