Contra lo que suele decirse, entre bomberos sí es práctica habitual pisarse la manguera. En todas las épocas y bajo todas las direcciones de EITB he visto algunas zancadillas y unos cuantos episodios de guerra sucia. Despacheros que se ofrecían a hacer tal programa por la mitad, difusores de bulos apostados junto a la máquina de café, correveidiles que esprintaban para llevar el último chisme a la superioridad y hasta hijoputas que hacían listas de personal prescindible que entregaban a su bwana con los ojos inyectados en sangre. Aparte del hecho de que los integrantes de esta fauna han prosperado un congo en el último trienio, la cosa no era digna de mayor reseña. Nada que no se diera en unos grandes almacenes, un banco, un instituto, un taller mecánico o cualquier otro ecosistema laboral. Indeseables hay en todas partes.
Lo que no había visto nunca era una acción de guerrilla abierta y pública de un programa a otro. Aún me tengo que pellizcar para llegar a creerme el acoso y derribo que se ha ejercido desde el entorno (jopé, parezco Garzón) de “Robin Food” sobre el ya casi difunto “Voy a mil”. De saque, el encabronamiento ritual de la plantilla haciendo correr, primero por los pasillos y después a través de un email redactado como una perfecta nota de prensa, el despampanante presunto sueldo de la presentadora del espacio rival. Los ángeles (del infiermo) de Alberto, que en otras cuestiones saltan como guepardos con el desmentido entre los colmillos, se limitaron a encogerse de hombros.
Con la misma pasiva beatitud contemplaron cómo se utilizaban las redes sociales y el-periódico-de-siempre para darle con lo gordo de la minipimer a la competencia en la parrilla. Así, hasta que el sábado una redactora empotrada en el ejército ofensor certificó el éxito de la guarrindongada: “Le ha ganado la pelea a Gaztañaga. Y el premio es quedarse en el horario goloso”. Faltó un ¡Viva Rusia!