A un sargento del nobilísimo y valerosísimo ejército español le han metido un paquete por no respetar el escalafón. ¿Se saltó, tal vez, una orden de un teniente? ¿Dejó sin el saludo reglamentario a un comandante pecho-lata? Mucho más grave. El indisciplinado milico, de nombre Francisco Maceira Rodríguez -¡a sus órdenes!- y en situación de reserva, tenía la extravagancia de nadar a todo lo largo y a todo lo ancho de la piscina de un polideportivo de uso castrense de Ferrol, patria chica del glorioso Caudillo. Lo hacía, y ahí es donde se ha caído con todo el equipo, ignorando a conciencia la ordenanza interna de las instalaciones, que establece sin lugar a dudas que la primera de sus ocho calles es de disfrute exclusivo de almirantes, capitanes de navío y coronoles. De ahí para abajo, la tropa toda debe limitar sus ardores natatorios a lo que queda de la pileta, procurando no salpicar, miccionar en el medio líquido, ni hacerse aguadillas.
¿Cómo se distingue, yendo en bañador, a alguien que pertenece a una de las tres castas con permiso para ejercitarse en la calle uno de la soldadesca de menor graduación? También a mi me asalta la curiosidad, pero no lo aclara la circular, que sin embargo sí es expeditiva a la hora de señalar que los oficiales que se sientan invadidos por sus inferiores jerárquicos podrán solicitar al socorrista la ejecución de la norma. Esa es buena por partida doble. Por un lado, nos enteramos de que los bravos infantes de marina se bañan bajo vigilancia, no sea que se ahoguen y mengüen los efectivos de la armada hispana. Por otro, resulta que el auténtico mando en plaza -o sea, en piscina- lo tienen los custodios del local.
Crimen y castigo
Haciendo oídos sordos, como hemos dicho, a este peculiar reglamento bendecido por el ministerio español de Defensa, el insurrecto Maceira se explayaba a su gusto por la zona vedada y, de natural levantisco, no dudaba en meterse en trifulcas con quienes le superan en estrellas y galones cuando le recriminaban su actitud expansiva. Pero en una temporada no podrá volver a hacerlo. El jueves pasado recibió una carta firmada por el capitán de navío Saturnino Suanzes Edreira, a la sazón, jefe de las instalaciones deportivas (o sea, juez y parte), en la que se le comunicaba la prohibición de acceder a la alberca de la discordia en los próximos treinta días. Se puede dar con un canto en los dientes el sedicioso bañista. Llegamos a estar en tiempo de guerra, y lo fusilan al amanecer o, como poco, lo confinan en una celda de aislamiento.