Si no había motivos para indignarse, sulfurarse y hasta encabronarse, taza y media. Con la caña de pescar bien cebadita de suficiencia paternalista y curil a partes iguales, Patxi López se dirige en video y por escrito a lo que enseguida se ve que para él es una chavalada revoltosilla. Tiene guasa. El día 3 del corriente puso proa a la petición de Bildu para reunirse con él alegando que su menda no se arrejuntaba con proscritos, pero ahora pierde el cinturón para ver si pilla cacho en este río revuelto. Otro indicio que revela que en su imaginario y en el de los contumaces palmeros que lo aconsejan, los que se han echado a la calle son una panda de primaveras que se puede merendar con un poco de labia y cuatro trucos de asesoría de imagen. Dicho en el lenguaje ya en desuso de su generación y la mía, va de guay.
Y, aunque no lo sepa, no se va a comer un colín con forma de voto porque él encarna, junto a muchos políticos de todos los partidos, justamente aquello que ha provocado la cólera que cada vez llena más metros cuadrados de asfalto. Aunque se los retrata como soñadores que piden el poder para los soviets, la reclamación principal es que dejen de tomarlos por tontos de baba. Son aspiraciones que se contestan con hechos, no con palabras ni palmaditas comprensivas y falsarias en el lomo.
Anda tarde López para coger ese tren. Tiene demasiada bibliografía presentada. Pacta con quien había jurado no pactar, defiende a muerte a quien enmierda la cooperación internacional y se compra terrenitos en Somoto y Marbella, silba mirando a la vía ante sus conmilitones que cobran dietas que no les corresponden, fumiga ideológicamente a discreción, pone al de la porra al frente de su aparato de propaganda y se cepilla en dos años diez de avances sociales. Como símbolo de su mandato, una foto de nuevo rico repatingado en una chaselongue. Y ahora finge empatía con los que él mismo ha contribuido a cabrear.