Intereconomía, Época, Marichalar

Ya sé que no es para estar orgulloso de ello, pero éste que teclea con sus dos titubeantes dedos es una de las primeras personas que esnifó las ondas de la actual Intereconomía. Aclaro lo de “actual” porque antes de convertirse en el embrión del monstruo ultramontano que es hoy, esa marca ya estaba en el dial y, con más pena que gloria, hacía honor a su nombre dedicándose a dar consejos sobre qué acciones comprar o vender a la entonces creciente tropa de jugadores de bolsa amateurs. Fue en septiembre de 2004, recién caído el aznarato, cuando buena parte de los juglares del régimen desalojados de Radio Nacional desembarcaron en lo que yo bauticé para el Cocidito como “txiki-emisora alegal”, en alusión al tamaño y a la utilización de frecuencias que nadie les había asignado.

No sé cómo estará ahora lo de la legalidad, pero lo que sí es evidente es que lo de “txiki” ya no retrata a un emporio que a su radio ha unido uno de los canales de televisión no convencional más vistos de la TDT, dos revistas de heavy metal ideológico, un portal de internet muy frecuentado y un diario –La Gaceta– que se defiende divinamente en los kioskos, pese a la anunciada muerte del papel. Sus compañías en la trinchera mediática requetediestra, que al principio miraban por encima del hombro a los advenedizos, han tenido que echar la rodilla a tierra y admitir al grupo como miembro de pleno derecho de su club.

Milagro

¿Cómo se ha obrado este milagro político-empresarial? Con la más simple y vieja de las recetas, una que no se enseña en sofisticados MBAs: montando bulla y consiguiendo que se hable de ellos, aunque sea mal; incluso, mejor si es mal, que eso da más réditos. Ahí entran acciones como montarle un pifostio a alguien cuyo único delito es ser sobrina de Iñaki Gabilondo, liársela parda al Gran Wyoming, insultar a los homosexuales so pretexto de defender los derechos de los heterosexuales, o llamar “zorra” a una consellera catalana, por poner unos apresurados ejemplos.

Ahora acabamos de conocer que una de esas ekintzas pseudoinformativas le puede salir por un millón de euros. Es la cantidad que ha determinado un juez tras la denuncia de Jaime de Marichalar, juguete roto del cuento de hadas monárquico español, por haberse visto retratado en la portada de Época -el cuché del grupo- como adicto a la cocaína. Hay quien se ha alegrado y celebra el pellizco económico a los chafarderos. Yo soy más escéptico. Creo que el coste es calderilla para una nueva campaña publicitaria. Ya está amortizado, me temo.