Pues, al final, ahí estuvo la ikurriña, en el balcón consistorial, a la vera verita de la verde de la ciudad y de la rojigualda reglamentaria. Extraños compañeros de cama hacen los mástiles en complicidad con el protocolo real o inventado el cuarto de hora anterior. Piensen ustedes que no hace tanto una foto similar en la fachada de un ayuntamiento de los tres territorios de la demarcación autonómica provocaba erisipela y tremendas broncas a ladrillazo limpio con coctelería Molotov incluida. Hoy es el día, sin embargo, en que a los que tocaban a rebato y encendían las mechas se les pone la piel de gallina (¿arrano o aguilucho?) al ver la bicrucífera compartiendo balconada con la enseña constitucional del reino de España. Cosas veredes, ¿verdad?
Vaya que sí. Como que los que se encabronan ahora son los de la acera de enfrente denunciando (perdonen la cacofonía) la intolerable afrenta. Al oír las declaraciones encendidas y leer los titulares empapados en bilis, cualquiera diría que, efectivamente, cautivo y desarmado el ejército regionalista, las tropas vascongadas han alcanzado su último objetivo. Pero no. Tan solo son unos palos con unas telas. Es verdad que con mucho significado para quien legítimamente quiere otorgárselo, pero si somos capaces de apearnos de nuestras trece siquiera por medio rato, pronto comprenderemos que no es para tanto. Una simple instantánea para que nos hagamos lenguas los que opinamos de esto y de aquello. Y, sobre todo, para que los profesionales de la gresca politiquera entren —literalmente— al trapo y se líen a ciscarse recíprocamente en las calaveras. En eso andan.