Hace seis meses pelados, Yolanda Barcina, entonces alcaldesa de Iruña en funciones y candidata a presidenta de Navarra, gimoteaba en una entrevista a la Ser que después de hacer cuentas, había comprobado que en la Universidad cobraba bastante más que en el Ayuntamiento. Ahora que, gracias al excepcional trabajo de Noticias de Navarra, sabemos que la lideresa foral se levantó 143.000 eurazos de vellón en 2010, caben tres supuestos. Uno: los vicerrectores de la UPNA se llevan un pastizal de toma pan y moja; no parece el caso. Dos: la doña anda pez en matemáticas; debería dimitir por incapacidad y comprarse unos cuantos cuadernos Rubio. Tres, más probable y mucho más grave: mintió con premeditación y alevosía; debería abandonar la política. Ahora mismo mejor que dentro de cinco minutos.
No lo hará, por descontado. Barcina pertenece a la especie invasiva de los políticos-lapa, adheridos a su cargo con una fuerza sobrehumana y dotados de una concha blindada contra titulares, dimes y diretes. Abonados al adagio “el que resiste gana”, saben capear el temporal, conscientes de que no hay escándalo que cien años dure en nuestra prensa de usar y tirar. En un par de semanas, como mucho, lo de las dietas empezará a ser un mal recuerdo. La interfecta lo sabe por experiencia: ¿Quién guarda en la memoria que en los 19 días que mediaron entre el cese como alcaldesa y el nombramiento como presidenta se reenganchó a la universidad pública y percibió la paga correspondiente mientras se dedicaba a negociar la coalición con el PSN?
La suma de aquel y de este episodio es el retrato de alguien que tiene la ideología en la cartera. Tremendo para el conjunto de los navarros y, si cabe, más para quienes depositaron en las urnas una papeleta encabezada por su nombre. Ahora ya saben que esas proclamas por Navarra y por España, ese no pasarán los malvados vascones, llevaban anejo el sonido del vil metal.