Hemos visto los suficientes thrillers yankis para saber, sin habernos matriculado en criminología, que a buena parte de los asesinos múltiples les pierde el narcisismo. A Fernando Savater le pasa lo mismo. No contento con el daño de sus fechorías dialécticas, ha sentido la onanista necesidad de explicar que tras ellas no había el menor aliento ético sino más bien una pulsión ególatra veinte pueblos más allá de lo enfermizo. “No estoy enojado con el terrorismo; al contrario, me he divertido mucho gracias a él”, se ha jactado entre repulsivas carcajadas el plusmarquista galáctico de la inmoralidad. Y aun ha añadido que aunque le da penilla que ETA se haya llevado por delante a unos cuantos de sus amigos, no hay mal que por bien no venga, porque eso le ha regalado a él quince o veinte años de juventud que, sin matarile de por medio, habría dedicado “a mis libritos o a ser académico, como tantos otros”.
Mercado del dolor
La confesión es tan repugnante que hace inútil cualquier esfuerzo por calificarla. Ni echando mano de todos los adjetivos del diccionario se puede llegar a empatar con el autorretrato vomitivo que componen sus palabras y sus miserables risas al pronunciarlas. Desisto, pues, de esa vía y, superando las náuseas -parece mentira, pero uno no acaba de acostumbrarse-, señalo la enseñanza de este acto de exhibicionismo impúdico: mientras sembraba muerte, dolor y destrucción, ETA ha sido un gran chollo para decenas de individuos sin escrúpulos que se han hecho un nombre y un capitalito chapoteando entre la sangre, y mejor todavía, si era la de sus próximos, que cotizaba más en el macabro mercado del victimismo.
En el colmo de la perversión, esta patulea de sacamantecas nos han cantado las mañanas y nos han mentado a las madres en nombre de una dignidad y una justicia que no distinguirían de una onza de chocolate. Se han multiplicado en asociaciones, foros, fundaciones, clubs y cofradías con estricta reserva del derecho de admisión y atribución de la verdad en régimen de monopolio. Lo gracioso era que luego pleiteaban entre sí y se intercambiaban acusaciones de herejía por un quítame allá esta subvención o por fulanismo puro y duro. Cómo olvidar a Iñaki Ezkerra, desatornillado de la poltrona de uno de esos chiringuitos, clamando que sus conmilitones le habían hecho más daño que ETA. Qué espectáculo ver a Calleja llamando antiterrorista de discoteca a Isabel San Sebastián. Sólo faltaba que alguno presumiera de habérselo pasado teta en estos años de plomo, y lo ha hecho Savater.