Si tuviera que escribir un bildungsroman, esa novela de formación que llevan a cabo todos los godos que se precien, el ambiente nacionalista vasco ocuparía un lugar importante. Pues mis dos ramas familiares han bebido de esta ideología implícitamente, si bien en una de ellas, la Urmeneta, se hizo en su momento explícita, sobre todo en los años veinte del siglo pasado de la mano de mi abuelo Ataúlfo ,humanista con un toque liberal, y «abertzale sutsua» que le llamaban en el Napartarra.
Aun así no hubo sabinianismo en mi formación, y ya de más mayor, cuando me dediqué académicamente a la Asociación Euskara de Navarra de la mano de Koldo Mitxelena,descubrí , a través de Arturo Campión y en su contra ,a un Arana factotum que supo desgajarse del carlismo y luego , en lo que yo he llamado «el segundo Arana»( un poco al modo del «segundo Heidegger» y con perdón) volverse empírico-político en su Grave y trascedental, tras haber dejado entre tanto un lema, una bandera y un himno, que no es poco.
Contra lo que pudiera parecer, y como decía muy bien el historiador Josemari Garmendia, aquel nacionalismo triunfó en su momento porque igualó a las gentes desigualadas por los estertores del Antiguo Régimen, como igualan todos los nacionalismos , del mismo modo que igualan , desde otro punto de vista, todas las variantes del socialismo, la otra gran religión civil del siglo XIX.
El nacionalismo jeltzale tuvo la oportunidad de salir del pozo tradicionalista durante la Guerra Civil y , sobre todo, durante el exilio, pues debió adherirse a corrientes internacionales, superadoras del etnocentrismo, como fue su inscripción fundacional en la democracia cristiana europea.
De vuelta a casa, o salido ya de las catacumbas tan certeramente iluminadas por Ajuriaguerra, el jetzalismo hubo de diferenciarse rápidamente de quienes le disputaban la legitimidad nacionalista poniendo por delante las armas o de aquellos que intentaban desviarlo hacia la socialdemocracia.
Una vez convertido en fuerza hegemónica con mando en plaza y jubilada o desaparecida la generación que había vivido la clandestinidad, la pandemia es otra buena oportunidad para recuperar su inteligencia igualadora y social, abierta a los gentiles y al patio de los gentiles, sin sucumbir al ambiente tecnocrático y militarista que nos informa desde un inconsciente y retrógrado «fin de las ideologías» .
Una oportunidad que se debería demostrar haciendo lo que haya que hacer de otra manera y utilizando otro lenguaje. Una manera y un lenguaje que todavía pudiera entender mi abuelo Ataúlfo, a pesar de las limitaciones históricas…