Ver o no ver la tele y otras mentiras personales

VerlaleteEn el mundo solo hay tres categorías de personas: las que dicen que nunca ven la televisión, las que afirman consumirla poco y las que callan y la devoran con regularidad. Es como en las estadísticas sobre sexo pero al revés: mucho es poco, poco es nada y nada es bastante, con lo que nadie dice la verdad. Es un gran secreto. Y no se conoce individuo en el planeta que confiese ver mucho la tele, como no hay ser humano que proclame su virginidad latente, ni los curas ante el mismo Dios. Solo conozco a un hombre, un amigo adorable, que no miente en las encuestas y, efectivamente, no ve la televisión porque no tiene artefacto en casa, que es la condición mínima exigible para que se verifique la negación audiovisual. Es el último rebelde vasco. Soltero, claro.

Vamos por partes. Primero: las personas con inapetencia televisiva desprecian la realidad. Odian el espectáculo de la vida que transmiten los canales porque se sienten solos; pero para combatir la soledad necesitan la tele, sin la que no podrían comunicarse con vecinos y desesperados. La mitad de las conversaciones se vinculan con lo que ocurre en debates, realities y series, lo virtual. Segundo: los que falsifican en público su cuota de televisión tienen un problema de ocio insatisfecho, disfrutan de escasas amistades y amores o hace tiempo que agotaron sus últimos sueños. Y tercero: los que conectan con la tele sin complejos desconocen que el televisor es una máquina de normalizar. El dato final, irrebatible, es que entre unos y otros la dieta de pantalla es de cuatro horas diarias per cápita, una sexta parte de la existencia terrenal.

Si me permite la sugerencia, haga como yo: no tenga costumbres estables, sea caótico en sus placeres, desprográmese: hoy laico, mañana a misa y al otro un akelarre. Sea imprevisible, cambie de carril. Que le odien los sociólogos. Martirice a los de marketing. Vea la tele en blanco y negro. Haga lo que se le ponga cada día. Pero que no le normalicen. Todo se resume en transformar lo arbitrario en libertad y la rutina en entusiasmo.

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