Simpson somos todos y alucinamos en amarillo

 

BlazquezS2

La tele es lo efímero -emociones, noticias, acontecimientos- y son escasos sus productos duraderos. Algunos se mantienen durante cinco años, incluso diez, y son raros los que alcanzan más de esa edad. Y están las obras geniales que, además de seducirnos por estética y discurso, marcan un hito cultural que trasciende de la pantalla al mundo. Los Simpson es uno de esos fenómenos superlativos. Toda una maravilla artística, al mismo tiempo compleja y llana, conservadora y revolucionaria, inteligente y vulgar, influyente y asimilable. Todo cabe en su universo amarillo. Y todo es intencionado y sutil. Iniciada su vigesimoquinta temporada, sigue más fuerte que nunca con su gracia corrosiva, su feroz crítica social, su sátira de la familia y su capacidad transmisora de contravalores. Hay una filosofía simpsoniana. Irwin, Conard y Skoble, autores del monumental ensayo «Los Simpson y la filosofía», sostienen que la creación de Matt Groening “revela niveles cómicos que van mucho más allá de la simple farsa: hay en la serie numerosos estratos satíricos, dobles sentidos, alusiones a la alta cultura y la cultura popular por igual, gags visuales, parodia y humor referencial”. Aún se quedan cortos.

Es incuestionable que Los Simpson solo funciona en la televisión. Al cine fue de excursión comercial y no cuajó. La tele permite a sus cientos de personajes ir y volver, viajar por el pasado y el futuro e incorporar a capricho músicas, citas y celebridades de todo género, actuales y de otras épocas. Ninguno de sus valores es más relevante que la inexistencia de la bondad. Quizás Lisa es perfecta en inteligencia, pero repelente. Así es Springfield, como el mundo mismo: grosero, violento, traidor, falso, mezquino, lastimoso… y por eso cómico y solo rescatable por el sarcasmo. No se hizo para darte gusto, sino para salvarte por la risa y el ridículo. Para inmortalizarnos deberíamos tener nuestro retrato simpsonizado, más que wharholizados en cuadrantes psicodélicos. Vernos alucinando en amarillo, narizotas y ojos saltones. Inermes y casi dignos.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *