Expediente X y la necesidad del misterio

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Por si no fueran suficientes los misterios que nos provee la vida (el azar, el amor, la belleza, las cuentas de Osasuna…), la televisión y sus hermanos, el cine y los libros, se permiten imaginar otros muchos. Vivimos mejor entre enigmas y ocupados en tratar de comprenderlos, pues confirman otras certezas maravillosas y terribles. Tenemos alma de descubridores, es lo que ocurre. Para regalarnos su ración de misterio, tras catorce años de ausencia, ha regresado Expediente X.

Fue el martes pasado, dos días después que en Estados Unidos, cuando hemos vuelto a ver, esta vez en la cadena Fox, a nuestros entrañables agentes federales Mulder y Scully ocupados en desentrañar casos de seres extraterrestres, abducciones y otros mitos modernos. Esta pareja, con sus aventuras al límite y también con su amor en precario, marcaron una época de la tele. Acaparan 150 premios.

De especial la serie tiene el hacer razonable el portentoso género de la ciencia ficción. Hay que ser muy corto en presunciones para no aceptar la hipótesis de la existencia de otros mundos inteligentes e incluso de su camuflada presencia entre nosotros. El retorno tiene un punto de nostalgia culta.

Para que un enigma tenga sentido tiene que darse una gran desigualdad a favor de lo racional y ninguna prueba de lo imposible. Además, las autoridades deben ser diligentes en la ocultación de todo atisbo paranormal y desacreditar a quienes fomentan semejantes fantasías.

La misión de Expediente X es recordarnos que aún no estamos preparados para saber ciertos hechos, que conviene guardar en secreto, porque las costuras de nuestra mente se romperían ante su conocimiento, pobres humanos primitivos. Nos educan para el futuro. Su contrapunto es Cuarto Milenio, un espacio contradictorio al que acuden unos locos adorables que deshonran la verdad profunda e inabarcable.

Puede más cualquier corazón abierto que los científicos antisistema. No cabe prescindir de los misterios porque existen, no para entretenernos unas horas. La realidad común, esa sí que distrae y nos reduce.

 

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