Historia de la cobardía

EL FOCO

6 de octubre 2016

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Hace tres días, un hombre murió atropellado por un vehículo en Barakaldo, cerca de uno de los macrocentros comerciales allí existentes. Una tragedia más. El caso pasaría a las frías estadísticas si no fuera porque el conductor de la furgoneta que causó la muerte de esta persona -José Antonio, un hostelero de Portugalete- se dio a la fuga después del atropello, negando la mínima humanidad y responsabilidad de atender al herido y asumir lo sucedido. Durante dos días, el presunto responsable del delito ha estado huido. La policía municipal y la Ertzaintza han estado tras él, primero localizando la furgoneta y, después, forzando el cerco en torno a su propietario, quien finalmente se ha entregado y confesado ser autor del fatal hecho. Tras su declaración, el juez le ha puesto en libertad, inicialmente con dos cargos graves.

Según los testigos, la furgoneta embistió a la víctima en una zona no señalizada como paso de peatones, por lo que, en principio, pudo existir un acto de imprudencia o descuido por parte del vecino atropellado. Siendo esto así, ¿por qué el conductor se dio a la fuga? ¿Por qué fue tan cobarde abandonando a José Antonio? ¿Qué le indujo a dejar morir a este hombre? ¿Por qué? El propio autor tendrá que explicarse. No quisiera prejuzgar, pero temo que se  justifique invocando el pánico. ¡Sintió pánico! Su mínimo ético y pura humanidad quedó bloqueado por el miedo. Puede que ese sea el argumento. El argumento de los cobardes.

El hecho puedo ser accidental, no lo niego. Y si es dramático que tengamos que lamentar que un hombre de 51 años haya muerto atropellado por un vehículo, que una familia haya quedado rota, dejando viuda y una hija huérfana, si tenemos que dolernos por todo esto, no es para menos que haya que reprochar el comportamiento indigno del causante que escapó para no enfrentarse a la realidad y dejar tirado sobre el asfalto a José Antonio. Hay dolor por una muerte, peo hay también indignación por el modo en que han discurrido los hechos.

Aquí entramos en cuestiones psicológicas complejas: el pánico, el bloqueo mental, la degradación de la voluntad y la transgresión de la responsabilidad. Pero es justamente la responsabilidad la que nos convierte en seres éticos. Suponiendo que el conductor de la furgoneta, o sus defensores jurídicos, aleguen una situación de pánico, no por eso este hombre va a poder eludir el reproche de su propia conciencia. Ese será probablemente su máximo castigo: nunca podrá olvidar que una mala tarde dejó tirado a un vecino moribundo tras atropellarlo accidentalmente.

El reproche de su conciencia será duro y duradero. Pero como sociedad tenemos que actuar para que el comportamiento del conductor sea justamente castigado. El delito, al menos, es de omisión del deber de socorro, cuya responsabilidad se agrava si la víctima murió como consecuencia de esa denegación de auxilio. Incluso se le acusa de homicidio imprudente. Será cuestión de los jueces y en el proceso se dirimirán todas las responsabilidades.

La familia de José Antonio no reprochará, seguramente, al conductor el hecho de que le atropellara. Puede que fuese un fatal accidente, como tantos otros. Lo que no le podrá disculpar es por haberle dejado tirado. Ni a un perro se le deja así, moribundo o muerto sobre la carretera. Eso entra en el capítulo de lo imperdonable. Y ahí cabe ser extremadamente exigentes.

Como sociedad, que ha andado un largo camino de deberes y derechos, que nos atañen a todos solidariamente para garantizar una convivencia satisfactoria y ordenada, tenemos que ser muy celosos con la cuestión de la responsabilidad. Es de las primeras cosas que infundimos a nuestros hijos: uno tiene que asumir el resultado de nuestra libertad. Y si te equivocas o haces algo mal, lo aceptas, lo rectificas y lo pagas. Y sigues adelante, naturalmente, con la enseñanza que cada experiencia te proporciona.

Es verdad, por otra parte, que la mente humana es muy compleja. Hay situaciones en las que quedamos bloqueados. La cuestión del pánico puede ser una de ellas. ¿Qué ocurre en la mente de una persona que sale huyendo de la escena de su delito? Y nos preguntamos por qué un hombre, que a lo mejor era un buen individuo, y un ciudadano ejemplar, un día deja tirado sobre el asfalto a quien acaba de atropellar. Es un tema complicado, lo sé. Aun siendo esto así, por encima de todo está la responsabilidad humana y social de nuestros propios actos. Una situación puede llegar a ser insuperable, pero no te justifica.

A pocos kilómetros del escenario del atropello, muerte y abandono de José Antonio, en Castro, una mujer fue detenida ayer por conducir con una tasa de alcohol cuatro veces superior a la permitida. Y lo que es más grave, viajaba en su vehículo con un niño de cinco años. La responsabilidad es múltiple. Según se ha sabido, la joven madre presentaba un estado mental de gran agitación y agresividad, quizás como consecuencia de su situación personal, en fase de separación matrimonial y lucha por la custodia de su hijo. ¡Buf, qué decir en este caso! ¿Hasta qué punto podemos juzgar el comportamiento de esta mujer si tenemos en cuenta que, probablemente, junto al reproche por su inaceptable conducta consigo misma, con su hijo y con los demás usuarios de la carretera, su estado psicológico está sobrepasado por los acontecimientos personales? Yo no me atrevo a justificarla, por qué no es posible, pero sí puedo decir que esta mujer, más que nada, necesita ayuda, mucha ayuda, porque puede acabar cometiendo errores más graves. Gracias a Dios no ha pasado más que lo dicho, y seguramente se merece que le retiren el permiso de conducir por un largo tiempo. ¿Y qué decir de su hijo? En estos casos, me inclino por la compasión. Y me pongo de su lado, sin dejar de requerir que se le sancionen proporcionalmente a su falta y le retiren el carnet de conducir. No tiraría la primera piedra contra esta mujer.

En el caso del conductor de Barakaldo habrá que ver también cómo es posible que alguien abandone a un ser humano al que acaba de atropellar. ¿Qué explicación hay? ¿Qué le ocurría a ese hombre? ¿Cuál era su estado? En definitiva, ¿por qué? ¿Por qué dejó arrolló, huyó y dejó a su suerte a un ser humano? ¿Por qué?

No digo que esto le puede ocurrir a cualquiera, porque no concebimos que lleguemos a tal nivel de deterioro ético y antisocial. Accidentes podemos sufrir o incluso provocarlos involuntariamente. El neurólogo de gran prestigio internacional, Antonio Damasio, preconiza la adecuación de las leyes a los estados de deterioro mental de las personas. Es un asunto apasionante que abre, a juicio de otros expertos, un ámbito de impunidad. Quizás es que no sabemos nada de la mente humana. Y de todo lo que no sabemos, tenemos miedo.

Mi más sentido pésame a la familia de José Antonio, muerto y abandonado por un conductor que se dio a la fuga. Un fuerte abrazo.

Hasta el próximo jueves.

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