Cuando las decisiones más inteligentes las toma el corazón

 

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“El populismo va directo al corazón y votar es un acto fundamentalmente racional”, declaró a DEIA Javier Solana el pasado 9 de noviembre. Confieso que la frase, situada en un contexto más amplio, me causó perplejidad, no tanto por la intención despectiva del ex ministro socialista, como por su falsedad en lo referente al impulso racional del voto. ¡Y lo decía un político clásico! Cualquier candidato sabe que toda elección democrática está sujeta a las emociones, pues seres humanos son los votantes, y no máquinas, y nada en sus decisiones, de la menor a la mayor en rango de importancia para su vida, puede escapar de la condición sentimental. Y yo creía que la cuestión de la dualidad razón-emoción estaba asumida y superada en el debate social. No parece, quizás porque los fenómenos de Donald Trump, el Brexit y los llamados populismos de izquierda radical y derecha neofascistas, así como los referendos perdidos en Colombia e Italia, han señalado a las emociones como culpables de un inquietante horizonte democrático. ¡Las malditas emociones de la gente!

No importa el fracaso del sistema tradicional de libertades. El deterioro de la democracia, sus corruptelas, su ineficacia y su lejanía de la sociedad no tienen ninguna responsabilidad. ¡No, señor! Las emociones son las malhechoras, porque de ellas deviene la irracionalidad. Esta identificación esconde el blanqueo de la inacabable historia de fracasos de modelo tradicional de representación, que apenas se ha reformado en cincuenta años a pesar de los cambios que han acontecido en la humanidad, ni siquiera cuando llegó la crisis económica sobre cuyos escombros malviven millones de personas. El fracaso del canon político actual ha encontrado su justificación en la rebelión emocional de las personas. La gente ha enloquecido, vienen a decir los dirigentes, los puristas intelectuales y no pocos medios de comunicación y sociólogos.

El dogma de los “hechos objetivos”

Y de repente, llega un nuevo concepto: la posverdad. Se trata de una palabra de moda que, según el Diccionario Oxford, se refiere a “las circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales». Vamos por partes. ¿A qué le llamamos hechos objetivos y a qué emociones y creencias personales? Los hechos objetivos son una formulación clásica de lo que puede entenderse por la verdad desprendida de toda valoración. Vienen a ser algo así como la verdad indiscutida y desnuda. La verdad informativa, la verdad oficial, la verdad digna de todo crédito. El dogma.

Pues no. No hay hechos objetivos como dogma, porque todo hecho humano, social, político o económico se enfrenta a su valoración e interpretación. E incluso a su aceptación. Es nuestro derecho de ciudadanos escarmentados. Las sociedades democráticas han sido tan permeables que se han agotado de creer lo que tantas veces se ha demostrado falso total o parcialmente. Hoy tenemos la conciencia de que la política, las clases dirigentes y los medios nos han engañado. Esta actitud no es una respuesta emocional a un enfado colectivo: es sobre todo una posición racional, consciente, muy matizada y controlada, que no implica, como se apunta en círculos intelectuales, tan puristas ellos, que la gente se haya dejado llevar sólo por sus sentimientos. ¿Acaso no hay motivos para desconfiar? Los hechos objetivos resultan no serlo tanto.

Me desagrada intelectualmente la definición del problema que plantea la posverdad como un choque entre verdad y emociones, entre conocimiento e ignorancia, entre lo objetivo y lo subjetivo, una primacía cartesiana. No existe tal oposición. Lo que hay es un claro deterioro del crédito político y otros liderazgos en la opinión pública. Y no por enfado o pataleo infantil, sino por indispensable necesidad de limpieza mental en este momento de la historia. A esta respuesta, más o menos desorganizada, le llaman ahora, despectivamente, populismo. Al margen de cómo se esté articulando en diferentes movimientos electorales o de opinión, me parece que procede tomárselo en serio y no negar su motivación. Y mucho menos, poner como gran canalla de todas las catástrofes de hoy a las emociones. ¿Pero seríamos razonablemente felices si no hubiésemos liberado, desde Spinoza hasta hoy, nuestra inteligencia emocional? ¿A qué viene esta criminalización de nuestro software innato? ¡Ah, es que las emociones estaban hechas solo para la vida afectiva y la escenificación romántica! Pues no, están para ocupar por lo menos la mitad del espacio de nuestro sistema de relación y conducta. Y no son la loca de la casa, sino una dimensión fundamental de las personas.

En la proclamación de la posverdad como nueva moda, que seguramente será tan perecedera como tantas otras, por inconsistente, se resume su significado como mentira, el engaño del populismo esencialmente emocional que pone en cuestión la democracia. No basta con criminalizar las emociones. Había que reducirlas a la categoría de creadoras de mentiras. He ahí su perfecta categoría de muñeco de pimpampum y consuelo del fracaso de la jerarquía. Hay que llevar la posverdad a la hoguera y, de paso, a todos los que hagan valer sus emociones en la configuración de sus actos y decisiones. Hay un nuevo racionalismo.

 Corazón e inteligencia

La definición implícita de posverdad señala su extrañeza de que las emociones y creencias personales tengan más influencia en la opinión pública que eso que, etéreamente, denominan “hechos objetivos”. ¿Y por qué merecerían tener menos influencia? ¿Se les supone a las emociones y creencias particulares una menor categoría? Que yo sepa la opinión pública es una suma total de evaluaciones, de una abstracción de millones de seres humanos. Y las personas no anteponen lo que piensan a lo que sienten, si es que ambas cosas son separables. Pensar no es más que sentir, no comprendo esta estúpida dicotomía. La gestión equilibrada de ambos espacios marca el éxito de nuestro proyecto individual y colectivo. ¿Existe hoy, de verdad, esa mayor influencia de las emociones? No lo creo. Que las sociedades estén enfadadas (y decimos que se enfadan con razón) no implica que hayan renunciado a sus criterios y se muevan solo por sentimientos. La indignación es un estado tanto racional como emocional, como consecuencia del análisis de los hechos acaecidos y su valoración. ¿Cuánto de racional tiene la realidad del dolor provocado por una decepción? Uno se enfada más por lo que le hagan que por lo que le digan. O sea, por “hechos objetivos” que, en forma de crisis, estafas, mentiras, abusos, corrupción, injusticias, impunidades y negación de la transparencia debida, han devenido en llamarse artificialmente posverdad. La culpa de la agresión es de la herida, nos dicen; la responsabilidad del sufrimiento son de las lágrimas. La causante del fracaso democrático es la posverdad. La culpa de la rebeldía la tienen las emociones. Y así.

Creo que la posverdad no va en serio, porque es el síntoma de un dolor de tripas mal curado. Nuestra cultura no está dispuesta a que se impugne la capacidad emocional en la conformación de las opiniones y la gestión vital. La inteligencia emocional tiene más vigencia que nunca. La gente no ha enloquecido. Ha sido la política y la economía, y en general los líderes, los que nos han llevado a esta situación. Trump no es producto de la posverdad, sino del infarto ético de la clase dirigente norteamericana, con la señora Clinton al frente. Francia se la juega en primavera con Marine Le Pen, que no es el resultado de ninguna posverdad. La inteligencia se pasea por las venas de los franceses, eso me tranquiliza. Y está muy claro, a ver si lo entienden dueños del mundo: las decisiones más inteligentes las toma el corazón.

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3 comentarios en «Cuando las decisiones más inteligentes las toma el corazón»

    1. Existe como concepto abstracto. También la inteligencia racional es una abstracción. De lo que habla la inteligencia emocional es, primero, aceptar y entender nuestras emociones. Y segundo, saberlas gobernar. Que no es poco.

  1. Las ideas que has plasmado en el artículo son las que bullían en mi cabeza pero sin orden ni concierto. Muchas gracias por ayudarme a comprenderme mejor.

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