Esa gente rara de la tele

Las pantallas, como la luna, ejercen una fuerte atracción sobre determinadas personas, esas que, en algún momento de su vida, vaya usted a saber por qué, extraviaron el sentido del ridículo y no tienen reparo en hacer en público lo que debería avergonzarles. Los raros. Hay dos clases de perros verdes: los frikis y los patéticos. Los primeros habitan los realities y pueblan las redes sociales. Quizás First Dates, en Cuatro, sea su mejor regalo. De matriz británica, tiene una media diaria de casi millón y medio de espectadores y es el espacio más rentable del canal secundario del tinglado de Berlusconi en España.

Allí acuden no solo los urgidos por carencias sexuales y afectivas; también van jóvenes, maduros, solitarios y hasta ancianos, todos ellos desprovistos de la dignidad que implica la reserva de su intimidad. ¿Qué puede impulsar a un hombre o una mujer a dejarse ver y oír, sin pudor, en su tentativa de apareamiento? ¿Qué les ocurre para convertir su corazón en espectáculo, a imitación de Belén Esteban y demás modelos de la telebasura? ¿Volverán, sin más, orgullosos a sus pueblos para ser mofa y befa vecinal tras su cutre aventura? Es imposible una historia de amor en esa cochambrera.

Los otros, los patéticos, poseen cierto rango. Es el caso de Celia Villalobos, ex ministra del PP, participante en el concurso gastronómico MasterChef. ¿Qué hacía ahí esta señora con su repulsión y fealdad moral? ¿Tan mal está el retiro de los políticos? Vemos también al inmunólogo Alfredo Corell, en La Sexta Noche, explicando el Covid-19 y las vacunas mediante un montaje caótico de legos, banderitas y muñequitos de Star Wars que no entiende nadie. ¿No hay un alma caritativa que le diga a este buen hombre, nada menos que catedrático universitario, que es el hazmerreír de la ciencia? Piedad para los abducidos por las cámaras.

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