Se declara el estado de ansiedad intelectual

 

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Los nazis incendiaban los libros. Franco los prohibía y también la Iglesia bajo pena del infierno. Los fundamentalistas persiguen y matan a escritores; pero este martirio de la creación humana hizo de los libros nuestros héroes y nos ofrecieron su refugio para preguntas, dudas y miedos. Se dice que la televisión es la hoguera de los libros, una afirmación cierta pero purista. ¿No sería que no amábamos tanto el ritual de la lectura introspectiva?

El falso antagonismo entre los libros y la tele son los espacios literarios que, cuando no se hacen como obligación estética, resultan una delicia. El más creativo, Página 2, en la segunda cadena de TVE. Con muchos menos medios, Sautrela, conducido por Hasier Etxeberria, en ETB1, casi llega a la maravilla de Pompas de papel, de Radio Euskadi, lo mejor de los medios vascos desde que, en mala hora, la dirección de EITB liquidara Forum, iniciado por David Barbero y continuado por Begoña Zubieta. Desde entonces las mañanas de ETB2 son un deshonroso vacío y se disfraza con Kultura Flash, spots informativos que ni quieren ni pueden nada digno.

¡Ah, pero faltaba Mercedes Milá, expulsada del paraíso de Gran Hermano por dinero! Es difícil imaginar a esta mujer disparatada como divulgadora literaria; pero ahí está los domingos en Be Mad, canal marginal, intentando con Convénzeme, con zeta, una mixtura entre el entretenimiento y el conocimiento. Un 0,5% fue su audiencia en el estreno. ¿No es incongruente que la reina de la telebasura se transfigure en promotora de la inteligencia? Ahora que el populismo es azote universal, diría que el programa de Milá es populismo cultural para hacer ceniza los libros con fuego idiota.

El marketing editorial y el voluntarismo educativo no entienden que para que la literatura crezca más allá de la inmensa minoría se requiere cultivar entre la gente un estado de ansiedad intelectual, un entusiasmo rebelde y un provocativo desasosiego, no proyectos de autoayuda. Porque hay que acostumbrarse a lo difícil para que no nos haga daño lo imposible.

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Crimen perfecto en Lekeitio

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EL FOCO

Onda Vasca, 17 noviembre 2016

 

Quizás por el trasfondo cristiano de que todo mal siempre tiene su castigo, nuestra cultura, a través de los libros, el arte y el cine, nos han hecho creer que no existe el crimen perfecto, esas acciones que se perpetran premeditada y concienzudamente y que nunca llegan a ser descubiertas, juzgadas y penalizadas por la ley. Digámoslo con rotundidad: el crimen perfecto existe, ya lo creo que sí. ¿Y cómo lo sabemos? En los miles y miles de casos que quedan sin resolver en los archivos de la policía, y que podemos cuantificar, y los otros que ni siquiera llegan a ser denunciados, que no se entienden como delitos, y que no podemos cuantificar. Esa es la medida de nuestros crímenes perfectos.

Este es, por ahora, el último. Una jueza de Gernika, la del Juzgado de Instrucción nº 4, ha dictado un auto por  el  que se decreta el sobreseimiento provisional y el archivo del  procedimiento penal incoado del caso de la intoxicación por  cicuta de dos hermanos mellizos en Lekeitio, ambos menores de  edad, uno de los cuales falleció el 1 de julio del pasado año. De esta muerte por envenenamiento se acusó al padre de los chicos, que fue detenido y posteriormente puesto en libertad. También fueron investigados la madre y un amigo de la familia, quienes, finalmente, no han sido imputados. Caso cerrado.

No vamos a dudar de que tanto la Justicia, como la Ertzaintza, encargada de la investigación, han actuado con responsabilidad. No ha habido manera de probar que estamos ante un caso de homicidio o asesinato premeditados, ni tampoco de las causas por las que un padre decide envenenar a sus hijos. Porque aquí, no lo olvidemos, hay un chico muerto. Y no sabemos por qué murió. Yo no puedo asegurar que el padre, solo o con la colaboración de otras personas, fuera el responsable de esta muerte. Pero, aún a riesgo de equivocarme de parte a parte, pongo sobre la mesa mi conciencia de que estamos ante el crimen perfecto. El muerto al hoyo y el culpable al bollo.

Cuando la verdad queda sin respuesta, la imaginación ocupa su territorio. Y el sobreseimiento del caso dispara todo tipo de especulaciones. ¿Quién mató al chico? ¿Qué ocurría en esa familia? ¿Qué hacía la cicuta en esa casa, cuyos rastros se encontraron en el exprimidor de la casa? El hecho objetivo es que el menor fallecido murió envenenado por cicuta y su hermano salvó de milagro su vida tras el envenenamiento. Demasiadas preguntas sin respuesta. Podría escribir una novela con esta historia, pero sería eso, un relato de ficción y nos quedaríamos sin saber la verdad de lo ocurrido en Lekeitio en 2015.

A esto se añade la participación o no de la madre de los chicos y el amigo de la familia que acudió a la llamada de la madre cuando ésta le llamó al producirse la crisis del envenenamiento. Los dos fueron investigados y de sus llamadas telefónicas, archivos de ordenador y otras pesquisas nada ha ofrecido prueba alguna de delito. Estamos a oscuras. No sé cómo se vivirá en Lekeitio este asunto, ni qué dicen o callan los vecinos y vecinas. Y cuál será la relación de esa familia con el resto del pueblo. A mí no me gustan los rumores y las sombras de sospecha que acaban en relatos inverosímiles y perjudiciales para todos. Pero la sensación de crimen perfecto es absoluta.

Y me llama la atención, como un rasgo muy marcado, el silencio del padre y principal sospechoso del caso, detenido y puesto en libertad. ¿Por qué calla? ¿Debe hablar? Si yo fuera del todo inocente lo haría, intentaría dejar bien patente mi absoluta limpieza, pues ya sería bastante con haber perdido un hijo como para soportar, además, la sospecha de que lo maté. Este silencio y la oscuridad que rodea el caso, típico de un relato de Stephen King, me desagradan tanto como la sensación de que podemos estar ante un caso de crimen perfecto. La comunicación y la palabra se hicieron para defenderse. Y si no lo hacen, me mueve a la duda. No es lo que haría un padre y una familia inocentes.

También me deja perplejo que los medios locales, la prensa, la radio y la televisión, apenas hayan informado sobre este caso. Sí, recuerdo haber tratado el asunto en los debates de ETB. Y se informó de lo fácil que resulta el cultivo de la cicuta, el veneno con el que asesinaron a Sócrates. Y nada más. La oscuridad ha sido dominante en la información sobre los envenenamientos de Lekeitio. No lo entiendo. ¿Dónde está el periodismo de investigación? ¿Es que no hay caso?

Y ahí hay que dejarlo. Tengo la certeza intelectual pero sin pruebas materiales, de que estamos ante un crimen perfecto. Y material suficiente para iniciar una novela. Y un guión de película. Un chico envenenado, otro que salvó la vida, un padre sospechoso, cicuta en el exprimidor, una madre que calla, un amigo de ésta que acude en su ayuda, policías que fracasan, una jueza que da el carpetazo…

 Buf, qué relato. Pero qué crimen sin castigo.

***

Como me piden opinión sobre el anuncio de la Lotería de Navidad de este año, la doy. Es una anuncio sensacional. Reconozco que en la primera visualización me emocionó. ¡Vamos, que se me calló una lagrimita, de esas de butaca de cine! El anuncio sigue la pauta de los dos últimos, cuyo mensaje principal es la generosidad vinculada a la participación de la suerte, el corazón de la lotería de Navidad. Y si hace dos años era el tasquero quien regalaba un décimo premiado con el Gordo al amigo que, por razones económicas, no había podido comprar su billete; y el pasado año, Justino, el buen, cordial y divertido vigilante nocturno de la fábrica de maniquíes, recibía de sus amigos un décimo premiado que había olvidado reservar, también este año la maestra jubilada regala a su hijo un décimo que creía premiado aun cuando el sorteo no se había celebrado. Esta es la clave: la continuidad solidaria.

Sin embargo, este año el anuncio, primorosamente producido y rodado en un pueblo maravilloso cerca de Villaviciosa, en Asturias, introduce un guiño sobre los enfermos de Alzheimer, que puede ser discutible. La maestra jubilada padece este mal. Y se equivoca pensado que le ha tocado el gran premio. Y todo el pueblo, que la quiere, conspira para no robarle esa ilusión. Nadie se atreve a desmentirla. Y cuando lo va a hacer su hijo, ella le regala el décimo al creer que no había comprado lotería. Es un final sorprendente.

Yo creo, de verdad, que la intención del anuncio es añadir un mensaje de solidaridad con los enfermos de Alzheimer y otro tipo de demencias. Creo que lo hace con cariño y sensibilidad. ¿Que es sensiblero? Bueno, eso es cuestión de percepciones. Yo he visto su lado positivo. Y este mensaje añadido es digno de alabanza. Como tantos otros que aporta el anuncio: «a una madre hay que hacerle caso siempre», la solidaridad de todo un pueblo, la buena voluntad… Porque el anuncio tiene en cuenta, al fondo, que hay muchas personas que lo pasan mal en medio de los fastos de la Navidad, por falta de medios o por falta de salud.

En suma, un anuncio extraordinario.

Hasta el próximo jueves

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Periodismo pactado

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La mañana del miércoles la tele era una opera de Verdi, un baile de máscaras en el que el ganador de la batalla electoral mudaba su armadura de acero de candidato a traje de seda de tibio presidente. ¡Qué espectáculo de transformismo de las bolsas y líderes de todo el mundo, del pánico al sosiego, para escenificar que lo malo actual, con sus injusticias, es preferible a lo peor que venía con el victorioso Trump! La tele es esto a veces, un gabinete de crisis, un chute universal de Trankimazin, la medicina para resistir el miedo. Tiene también su lado entretenido y es un paraíso para las mentes analíticas que buscan los trucos de las cosas. En Cuatro estrenaron el lunes uno de esos productos-disfraz, cuyos signos de falsificación son la arrogancia, una impostada osadía y cierto sobrevalor estético. Lo han llamado Fuera de cobertura, expresión de moda que lo mismo vale para lo que no alcanza la señal de telefonía móvil como para definir la desesperación del sujeto desplazado. Mal empezamos si la opción son los aspavientos y la hipérbole.

La idea es de Alejandra Andrade, que hizo maravillas con Callejeros. ¿Quiere ahora hacernos creer que fue con su cámara a husmear entre los barrotes de la cárcel de Guantánamo sin permiso y contarnos algo distinto de lo que previamente había convenido con los militares? Lo que nos mostró fue, ni más ni menos, lo que los custodios de esa aberrante prisión querían que viésemos. Fue una visita guiada, como en una excursión del Imserso. El estilo pretendidamente intrépido de Los últimos de Guantánamo resulta cómico. Ocurre que la vergüenza de Guantánamo está amortizada gracias a este tipo periodismo pactado y a la coartada de las villanías del yihadismo.

Cuando viaje a Rusia a enseñarnos la realidad furtiva de los homosexuales haría bien en despojarse de su solemnidad redentora si no quiere confundir la realidad con la ficción y ser más una serie de héroes de cartón que un espacio honroso de actualidad. Las noticias que no molestan a los poderes o les halaga tienen bastante de mentira.

 

Insignificante mentira

 

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EL FOCO

Onda Vasca, 10 noviembre 2016

El sobrevalor de una mentira es que, a veces, puede llegar a valer tanto como el valor de todas las verdades. Una mentira, en determinadas circunstancias, puede echar por tierra todas las certezas acumuladas. Ocurre en nuestra sociedad de la información. Es como si la mentira estuviera agazapada esperando una oportunidad para envenenar la verdad con un solo zarpazo.

Esto es lo que ocurre con las noticias acerca de la violencia machista: una tragedia constante en nuestro país, que nos depara a diario el horror de los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas, además de los múltiples casos de violencia y amenazas que se cuentan por miles cada año. Hemos quedado en que es mejor denunciar que callar, y no hacer como en otros países, que callan o esconden esta realidad.

El caso es que hace unos días supimos que una mujer, en Abanto Zierbena, en Bizkaia,  había denunciado anta la Ertzaintza que su expareja había embestido su coche contra el suyo en plena autopista A8. El hombre fue detenido y llevado a prisión por un hecho que parecía un claro episodio de intento de asesinato. Sin embargo, la misma Ertzaintza informó ayer que, tras las primeras investigaciones, se trataba de una denuncia falsa. Según parece, el hombre y la mujer viajaban juntos en el vehículo a pesar de que existía una orden de alejamiento que obligaba al hombre.

¿Y qué ocurre a ahora? Pues que, de forma automática y casi irracional, muchas personas creen que las denuncias falsas de violencia doméstica son generalizadas y que, por cierta ficción o leyenda instalada en el subconsciente de no pocos hombres y también mujeres, se cree que las denuncias son instrumentaciones de mujeres contra sus exparejas en el fragor de las disputas posteriores a una ruptura. Vamos, que estamos ante un hecho común y no esporádico.

Y así, como el ladrón que se cuela furtivamente en nuestra casa, se llega a creer que las mujeres denuncian falsamente a sus exparejas solo para perjudicarles. Y en consecuencia, una sola mentira se convierte en verdad absoluta, contra la realidad de que en Euskadi se dieron cuatro denuncias falsas frente a más de 7.000 verdaderas.

A nivel de Estado, en 2015 se presentaron 129.292 denuncias por violencia machista, de las que sólo en 18 de los casos se constató que eran falsas, lo que representa el 0,0015% en relación al total de las presentadas, según la memoria presentada por Fiscalía General. ¡La mentira es insignificante, pero cuán poderosa es!

Para mayor daño, la denuncia anterior se suma a otra aún más sangrante, producida en León, donde una mujer ha sido detenida tras comprobarse que simuló su agresión y violación por parte de su expareja, un joven de 35 años. Se añadía a este caso el detalle macabro de que la mujer denuncio que su pareja le había echado pegamento en la vagina. Un caso terrible, muy injusto para el hombre que pasó varios días en la cárcel, y de una gran responsabilidad para la mujer, que tendría que vérselas con la justicia por esta denuncia falsa y los daños causados.

Pero es un caso falso entre miles de casos auténticos. Con la particularidad de que una sola mentira, solo una, puede más que miles de verdades juntas. Y de este hecho se aprovechan los agresores, y el machismo residual que los ampara, para justificar y esconder la violencia contra las mujeres.

Me pregunto qué hace que una mujer elabore una mentira y presente una denuncia falsa. Quiero ponerme por un momento en su cabeza y tratar de entender su mecanismo de ficción. Podría tratarse de personas con algún tipo de trastorno psicológico. Puede ser. O podría ser también que, efectivamente, estuviésemos ante un hecho objetivo de maldad, intencionado, para causar un serio perjuicio a su expareja, en el contexto de disputa tras la ruptura. Puede ocurrir.

Pero también podría ser que, en medio de la mentira, tuviéramos un caso de miedo, de desesperación de la mujer ante hechos de verdadera violencia ejercida contra ella, de soledad y desorientación. por los que pudiera verse desbordada y que la mentira solo fuese un síntoma de una situación desesperada, de desbordamiento psicológico y emocional. Tal vez ocurra esto. Y debemos considerarlo. No creo que, racionalmente, ninguna mujer se arriesgue a una denuncia falsa cuando los hechos pueden demostrar su mentira.

La mentira, a veces, es el último recurso, un desesperado argumento. Quizás es solo eso.

En todo caso, una mentira no vale más que diez mil verdades. Y una denuncia falsa no elimina la trágica certeza de las ochenta mujeres que mueren cada año a manos de sus parejas. Un solo caso falso no es superior a miles y miles de denuncias ciertas que se presentan cada año en nuestro país.

Los casos de denuncias falsas no invalida la justicia, pese a ser tardía e insuficiente. Al contrario, las denuncias falsas hacen más auténtica la verdad.

Hasta el próximo jueves.

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Sistiaga, corresponsal de paz

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A Jon Sistiaga le debemos el conocimiento de las verdades más difíciles, las que crecen en los peores escenarios del ser humano, adonde acuden unos pocos al rescate de alguna esperanza, si es que queda rastro de esa ilusión. Hoy le premian en Bilbao la Asociación y el Colegio Vasco de Periodistas por  “su gran labor como reportero de guerra y en zonas de conflicto». Sistiaga representa la mejor de las razones por las que nació la tele y la dignidad de la información no sometida al espectáculo. Estuvo en Ruanda, Colombia, Afganistán y Corea del Norte, no precisamente paraísos de sosiego, y nos narró la guerra de Irak y la terrible experiencia del asesinato del cámara José Couso por un cobarde obús norteamericano. Y después de pasar por Telecinco, Cuatro y Canal+, ahora nos regala cada jueves los espléndidos documentales de su programa Tabú, en #0, la selecta emisora de Movistar TV. Ejerce hoy de corresponsal de paz.

Tenemos a Sistiaga para tomar conciencia de lo que incomoda, desde la eutanasia a las drogas, pasando por el terrorismo y la violencia machista. Es otro estilo de contar las cosas, porque es una manera diferente de verlas. Sus cuatro reportajes sobre abusos sexuales a niños son impagables. El periodista irundarra ha resuelto con criterio y emoción lo que la televisión pública vasca no ha querido acometer en treinta años: proporcionar a la sociedad de Euskadi el relato de nuestro Spotlight, sobre los cientos y cientos de casos de menores violados y agredidos sexualmente por clérigos en centros educativos y benéficos a lo largo de décadas de oprobioso nacionalcatolicismo. Ya me dirán ustedes para qué necesitamos ETB, más allá del repaso de un presente bajo en entusiasmo, si no cumple con el honor de la verdad obligatoria, el sacrificio de aquellos pobres niños a quienes jamás nadie ha hecho justicia. ¿No existe para estas víctimas el derecho a la memoria?

También le espera a ETB el relato pleno de la violencia en Euskadi, un proyecto histórico y moral aún no conceptualizado. Con tantos asuntos pendientes, temo que nos olvidemos del futuro.

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