LA PROMESA. ACTO PRIMERO: RAJOY PACTA CON UTECA

 

c9Esto es una obra de teatro, perteneciente al género de la comedia surrealista con un final trágico. El personaje principal es Mariano Rajoy, un oscuro y ambicioso registrador que anhela ser gobernador de una península al sur de Europa, en torno al cual aparece un grupo de notables integrados en una organización monopolística llamada Uteca que posee la mayor parte de las cadenas de televisión, junto a otros propietarios de medios de comunicación. Un día estos caciques ofrecen al aspirante a gobernador ejercer toda su influencia ante la plebe para elevarle al poder a cambio de la promesa de liquidar los canales autonómicos que tan dura batalla les plantean en sus diferentes territorios. Seducido, Mariano acepta el cambalache.

Para alcanzar esta vil empresa deciden llevar a cabo mancomunadamente una serie de maniobras secretas. La primera, provocar en el pueblo un gran rencor hacia las emisoras institucionales falseando su función y exagerando su coste. La campaña de descrédito se realiza de forma sistemática y cruel, ocultando su fin verdadero: la conquista absoluta del mercado. Tras la devastación de la opinión pública y el acceso triunfante del gobernador, éste intenta desalojar a los trabajadores de los canales regionales mediante arbitrarios EREs, a sabiendas de que sus tribunales de justicia los impugnarían por burdos. Este calculado rechazo sería la señal e indispensable excusa para proceder al cierre, aduciendo la imposibilidad de otra salida. La farsa es perfecta para que la gente, previamente adoctrinada, acepte la clausura de sus canales por miedo y advertencia a perder escuelas y hospitales. La sabia Grecia había fijado el precedente.

Y así sucede en un lugar llamado Valencia la primera de las victorias de Uteca y el servil gobernador, que seguido se dirigen a Madrid, residencia de la Corte, donde se prepara el inminente derribo de su emisora local. Otras siete plazas (La Mancha, Extremadura, Asturias, Aragón, Murcia, Baleares y Canarias) esperan igual o parecida suerte. Fin del primer acto. Continuará.

¿Por qué es imposible el pacto PNV-EH Bildu?

81356-777-550            ¿Qué clase de maldición pesa sobre los grandes sueños que los hace irrealizables? Los sondeos de opinión -una aproximación a la realidad en un momento dado- apuntan a que una mayoría social vasca preferiría que el PNV y EH Bildu llegaran a acuerdos de gobierno, mucho más que entre jeltzales y socialistas. ¿Y por qué es imposible un entendimiento estratégico entre las dos fuerzas abertzales? ¿Qué impide un trabajo conjunto en la consecución del derecho a decidir y compartir una alianza para la independencia y otros objetivos básicos? ¿Por qué resultan más fáciles los consensos con el PSE y el PP, siendo estos antinacionalistas? No hay mayor frustración que asistir al enfrentamiento de aquellos que quieres ver unidos, sabiendo que el valor de sus diferencias se mide por su misma mezquindad.

Somos un país adicto a la desunión, pequeño, disperso y agresivo. Solo por estos antecedentes el anhelo de la independencia es imposible. Llama la atención el contraste entre el espíritu cooperativista vasco, tan profundo, con la vasta experiencia de los desencuentros pretéritos y presentes de este pueblo. Somos ejemplo de solidaridad, formamos coros, entidades sociales y culturales, amamos las regatas de traineras y otras formas de unidad y trabajo en equipo; pero somos incapaces de tratados esenciales. Es como si el país tuviera dos almas irreconciliables y estas pretendieran anularse para hacer fracasar todas las conquistas que únicamente pueden materializarse mediante una colaboración consciente y responsable. La unidad nacional es tan deseable y necesaria para Euskadi como cualquiera de sus altos objetivos éticos, económicos, tecnológicos y educativos. Llega el momento en que un país con autoestima debe aspirar a la grandeza, superando el cúmulo de prejuicios, temores y agravios que la empequeñecen cada día.

Prejuicios

            Nada más poderoso que los prejuicios para impedir que una mente o una sociedad avancen. La lista de recelos del PNV hacia la izquierda nacionalista y de ésta sobre la formación jeltzale es interminable, que no pasarían de anécdota si esas activas suspicacias no fuesen un parapeto omnipresente en la política cotidiana para hacer inviables pactos elementales, incluso para ahondar en sus diferencias. Ninguna de las dos fuerzas reconoce a su oponente más allá de la mera tolerancia. Quiero decir que una considera a la otra como una desviación histórica del nacionalismo original, fruto de la intoxicación del pensamiento revolucionario; mientras que ésta se autoafirma como la expresión genuina y actualizada del proyecto abertzale frente a los que han asumido, deslealmente, las reglas del juego institucional del Estado.

Es probable que sin la existencia de ETA y su larga carrera criminal, que también puso en su diana al PNV, los prejuicios entre nacionalistas no tendrían espacio o al menos no serían tan intensos. Quizás por eso los jeltzales tienden con frecuencia a calificar de no democrática a la izquierda abertzale o advenedizos del sistema de libertades. La apelación es inútil y destructiva. La negación de la identidad democrática de EH Bildu y Sortu es uno de los muros que debe caer de inmediato, por mucho que perduren en algunos sectores la tendencia a la algarada tras el fin de la violencia. No solo hay que reconocerse políticamente, sino hacerlo en un plano de igualdad.

Otro prejuicio que sobrevuela los intentos de acercamiento es la mala experiencia de acuerdos anteriores, específicamente el pacto de Lizarra. En el PNV se acepta como maldición el hecho de que los consensos generales y locales con la izquierda abertzale empiezan bien, duran poco y acaban mal, lo cual no deja de contener cierta excusa para cargarse de razones con las que huir de una futura unidad que, sobre todo, se teme por su difícil gestión y posterior digestión.  

Temores

            El miedo entre los miedos que condicionan las relaciones entre nacionalistas es el de la fagocitación: unos y otros temen ser asimilados. Hay una leyenda sobre el PNV según la cual todo partido que llega a pactos con los jeltzales queda desdibujado y termina por perder apoyo electoral; porque, según esta fábula, el PNV tiene una especial habilidad para atribuirse todos los méritos y ninguno de los deméritos. Es la conclusión irracional que manejan en el PSE y en EA. Respecto de la izquierda nacionalista, hay un temor real en el PNV a ser fagocitado, razón por la cual se prefiere tenerla en campo contrario que competir juntos en el mismo equipo. En el fondo, el PNV tiene la creencia legendaria de que los electores de la izquierda patriótica volverán poco a poco al redil del nacionalismo auténtico, al tiempo que Sortu está convencido de que el sentimiento abertzale tiende a la expansión a diestra y siniestra, como el universo.

            A estos miedos hay que añadir la amarga experiencia del PNV en sus acuerdos con la izquierda abertzale, incumplidos o utilizados como táctica dilatoria, un desengaño producido estos últimos años en Gipuzkoa. Hay un pánico real a que las alianzas pongan en evidencia las contradicciones de cada cual, como si fuese posible alguna concordancia con otros sin inconveniencias internas. Pero el más denso de los miedos a la unión abertzale es la economía: existe la firme convicción de que la concepción  antiempresarial de los dirigentes de Sortu cierra toda posibilidad de armonía entre ambos sectores, partiendo del hecho de que lo más importante es la estabilidad económica y el equilibrio social. Por su parte, la izquierda abertzale etiqueta al PNV como partido conservador, rendido a los altos poderes económicos de España. Sin algún tipo de convergencia socioeconómica entre nacionalistas es imposible el pacto nacional y su conducción a la independencia. En la hora de la economía real, la pasión emocional tiene la misma fuerza que el suspiro frente al huracán.

Y agravios

Dudo que haya relaciones más hostiles, incluso más cargadas de explícito desprecio, que las que se dan a diario -en las instituciones y en la calle- entre el PNV y la izquierda abertzale, más o menos las mismas ahora que hace treinta años.  Esta negación recíproca se manifiesta de arriba abajo, de las cúpulas dirigentes a los militantes de base, también en el plano mediático, hasta llegar al máxima expresión del ultraje, que es la de sentirse incompatibles por concepto. Los agravios expresos son desiguales, porque los muros de pueblos y ciudades de Euskadi están llenos de pintadas ofensivas contra el PNV, frente a ninguna contra Sortu. La desmovilización del insulto es una condición previa para facilitar algún tipo de unidad con los jeltzales, mientras que éstos harían bien si renegaran de su complejo de superioridad. Hay agravios a gritos y menosprecios silenciosos que forman el caldo de cultivo de los desencuentros. Celebraré el día en que un abertzale no insulta a otro al grito de ¡español!

Como tenemos poca y mala experiencia en firmar acuerdos, creemos que son una debilidad frente a los otros y una traición ante los nuestros. Por individualistas y desconfiados, los vascos somos pésimos negociadores, un arte mayor que no se estudia en ninguna universidad, pero que se aprende a fuerza de ser buenos administradores de nuestra vida y mejores patriotas. Una alianza no hace desparecer las diferencias, sino que define las prioridades ineludibles. El pacto solo es una metodología, no un fin. Los partidos abertzales, miserablemente, han olvidado los dos: la herramienta y el proyecto. Y así el sueño de la independencia seguirá siendo imposible, el desencanto de cada día.

GitAna Urrutia, corresponsal en la realidad

anaurrutia_22637_11ETB tiene una nueva corresponsal. No en Washington o Bruselas, sino en el país más desconocido y distorsionado que existe, la realidad. A ese mundo ha viajado Ana Urrutia como enviada especial, a inmiscuirse entre colectivos marginales y descubrirnos lo equivocados que estamos con ciertos grupos y culturas.

El formato elegido para la inmersión no es original y está inspirado en un reporterismo que hizo fortuna en Estados Unidos en la década de los sesenta y cuyo icono fue la perturbadora película Corredor sin retorno. Aquel modelo se ha concretado actualmente en el espacio 30 Days, de la cadenaFX Networks, pirateado por Cuatro para el programa 21 días y su secuela Conexión Samanta, ambos conducidos por la intrépida Samanta Villar. A nuestra chica del tiempo, sin necesidad de recurrir a la osadía, le ha bastado su impresionante capacidad de conexión emocional para penetrar, en su primera incursión, en la vida de la etnia gitana de Euskadi y derribar sus tópicos y ratificarnos algunas de sus miserias, como la homofobia y la discriminación de la mujer. Nunca hubiésemos imaginado que entre esta gente existieran euskaldunes y simpatizantes del PNV.  

Implicada exige mucho a Ana, porque su objetivo informativo y social es riguroso, aunque sin pretensiones. A la búsqueda de pulverizar los prejuicios hacia los gitanos, Ana se vio obligada a hacer el ridículo en bailes y fiestas, participar en los ritos de una iglesia evangelista, vivir los preparativos de una boda y ser vendedora de bisutería en un mercadillo, en parte como reportera incisiva y también como paya a la que se recibe como miembro del clan. Este doble papel contradictorio y los cortes intermedios con sus comentarios dieron al programa una agilidad infrecuente en un docureality.  

Es probable que Implicada haya logrado mejorar la imagen pública de la conflictiva comunidad gitana, porque ha tenido la habilidad de mostrar sin filtros el lado humano de ese pueblo. No pudo tener mejor final que el saludo de una niña calé y su flamenco “gero y arte”. Genial.

El exhibicionismo o la jactancia paleta

ongietorri4_foto960GUARDAR los secretos propios y respetar los ajenos son cumbres de la grandeza humana, donde solo al arte y a la literatura le cabrían la delicada misión de descubrir, debidamente sublimado, cuanto se oculta en el corazón. La intimidad y sus hermanos menores -pudor, rubor, discreción y decoro- nacen del mismo tronco de la dignidad. ¿El hogar entra en la categoría de lo privado? Desde luego que sí y por eso es un ámbito reservado a unos pocos amigos y a la familia. La tele ha llamado al timbre de las casas en busca del vecino con baja autoestima y dispuesto a enseñarlo todo. ETB tiene los jueves un espacio para este exhibicionismo primario. Se llama Ongi etorri, casas con encanto y lo presenta Patricia Gaztañaga. El espectáculo del mal gusto o lo kitsch no está en lo aparatoso de salones, jardines, baños, cuadros y piscinas, sino en el orgullo y la presunción con que los propietarios lucen a cámara sus residencias y otros objetos, como los hijos y el perro. Es la jactancia paleta.

¿Qué hace que una persona sienta la necesidad de mostrar a la curiosidad pública el secreto de su hogar? Un cierto carácter exhibicionista, obviamente. Nadie debería exponer la intimidad del lugar donde vive, por la misma razón que no se desnudarían en la calle. Es verdad: si hay exhibicionistas es porque existen los mirones; pero ni unos ni otros habitarían el planeta si nuestra sociedad cuidara el tesoro de la identidad personal. Somos de carne y hueso, no de cristal.

Hay quien se escandaliza de que la televisión pública dé cabida a la ostentación de los casoplones y pisos formidables, porque esto ofende, por antiestético e inmoral, a las víctimas de la crisis y el paro en Euskadi. Es una razón muy sensible; pero no es el problema principal. Es la sobrevaloración de la apariencia y el equívoco de la trasparencia. No se aprende decoración ni el arte del buen vivir en las visitas de Patricia a las mansiones vascas. En realidad, nos enseña lo estúpidamente vulgares que son la vanidad y el dinero. Vulgares no, lo siguiente: horteras.

Semana del GAL… y el GAL amarillo

GALDe la pugna y contradicción entre pasado y presente surgen los proyectos de futuro. Antes de olvidar hay que conocer. . Nuestra televisión pública ha dedicado toda la semana pasada al trigésimo aniversario del inicio de la carrera criminal de los GAL, banda financiada y dirigida por el Estado español a través de un gobierno socialista que regaló a ETA un arsenal de argumentos para veinte años más de terror. ETB2 otorgó a la memoria del caso Lasa y Zabala el prime time del lunes y jueves, con programas especiales de 60 minutos y El Dilema, así como varias tardes de Sin ir más lejos y de Airean, en ETB1, y una noche de intensa polémica en Debatea. Horas y horas de testimonios entre los que destacó el forense Paco Etxeberria, artífice del reconocimiento de los cuerpos de los dos jóvenes torturados. Este admirable profesor nos estremeció con la estricta crudeza de su relato, sin apelaciones emocionales. La verdad debería tener siempre esta imagen serena y limpia.

            Y frente a la autoridad moral de Etxeberria se escucharon coartadas del terrorismo de Estado. Digámoslo claro: a España no le repugnan aquellos asesinatos. El excomisario Amedo los enmarca en el contexto del activismo etarra de los años ochenta. Otros los justifican por el hecho de que diversos países democráticos tuvieron episodios parecidos. Ni una palabra de perdón. Además de los GAL verde, azul y marrón, hay un cuarto, el más cínico: el GAL amarillo, formado por la televisión y otros medios que callaron o retorcieron aquellos atentados y que ahora ponen rostro compungido a lo que entonces aplaudían entre brindis y risas. Nos guste o no, en nuestra sociedad la verdad pública es un relato mediático. No sé cómo se escribirá finalmente la historia sobre ETA; pero la verdad sobre los GAL sigue pendiente.

            Y en esta introspección en el pasado nos encontrábamos, cuando el pánico por el cierre de Fagor, con más de cinco mil empleos en riesgo, devolvió a Euskadi al inexorable presente. Carpe Diem.