La verdad de las segundas oportunidades

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Eta orain zer? Esta era, en los primeros años de la transición, la frase predilecta de la izquierda extraparlamentaria con la que apelaba irónicamente a la ingenuidad democrática de los ciudadanos de entonces. Con ese mismo título, pero con intención informativa y de conciencia social, ETB2 estrenó el pasado jueves en horario estelar el espacio ¿Y ahora qué?, presentado por la polivalente Patricia Gaztañaga. En la tele se manejan dos tipos de curiosidad popular: la morbosa y la sensible. La primera se utiliza en programas donde se trafica con la intimidad, enfocados hacia lo dramático para extraer sufrimientos, rencores y otras emociones tóxicas. La otra, el lado sensible de las historias personales, es en la que se apoya la nueva propuesta de la televisión vasca con un claro propósito de servicio público. ¿Interesa a la sociedad la odisea vital de quienes estuvieron en la cárcel? Claro que sí, porque son experiencias reales y no hay nada más gratificante como saber que existen las segundas oportunidades, la mayor victoria de los seres humanos sobre el fatalismo.

            Desprendido de todo morbo ¿Y ahora qué? se la juega a la agudeza de las preguntas de Patricia y a la actitud de los personajes, antes perdedores y ahora reinsertados. Es un riesgo para el impacto público del programa, porque no todos saben narrar su salida del infierno. Como siempre sucede en la crónica de las vidas truncadas, unos se declaran inocentes y otros asumen sin complejo su culpabilidad: estos son los héroes y aquellos los innobles al considerarse víctimas de la mala suerte o las circunstancias. Las historias de Julio, Miguel, Benito y Pepe, que pagaron con años de libertad sus delitos, si no tienen un final feliz dejan al menos una estela de esperanza. Este es precisamente el mensaje interior del programa: hay vida después del fracaso.

            Quienes dicen que todo está inventado en la tele se equivocan: más allá de lo previsible, miles de personas esconden peripecias extraordinarias cuyo relato está por descubrir. Salgan a encontrarlas y después nos las cuentan.

Parlamento EITB, el pluralismo incómodo

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El otro parlamento de un país es su radiotelevisión pública. No es tan formal ni estructurado como el que ocupan los políticos; pero tiene la ventaja de ser mucho más grande, estar abierto 24 horas y expresar un mayor pluralismo social e ideológico. Y ser más tolerante. El parlamento EITB refleja mejor la Euskadi verdadera y por eso agrada a la mayoría e incomoda a los censores: no siempre es bonito vernos retratados al desnudo y aún menos en época de penuria, cuando emergen los miedos de hoy y los fracasos del pasado. El parlamento EITB ha sido el espacio de debate, en tiempo real, de la quiebra de Fagor, el escándalo del caso Bárcenas, el final de la epopeya del Euskaltel-Euskadi, el fiasco de la doctrina Parot, las corruptelas de los Borbones y cuanto aflige y agita a la sociedad vasca. Podría decirse que el parlamento EITB solapa el cometido de los partidos y a veces los supera por elevación; pero su diligencia y flexibilidad lo hace más cercano y útil para la ciudadanía que la tribuna legislativa.

Quizás por este sutil solapamiento el debate sin barreras de EITB suscita recelos entre los dirigentes políticos. ¿Tienen interés en que el parlamento EITB sea una mera prolongación audiovisual del radicado de Gasteiz? Uno de ellos es José Antonio Pastor, portavoz del PSE, quien ha manifestado su preocupación por “la deriva de EITB en lo profesional y en lo editorial”, lo que cabe interpretarse como una grosera reprobación del trabajo de los periodistas. Además, Pastor duda del “compromiso ético” de la radiotelevisión pública vasca frente a ETA, banda criminal que voló su sede en Bilbao el día de Nochevieja de 2008. Algo arrebatado, Pastor pide la palabra en el parlamento EITB en lugar de hacerlo en el que cobra su elevado sueldo.

A ver si Pastor entiende esto: el pluralismo no consiste solo en que todas las ideas tengan voz y oportunidad de ser oídas, sino que sean respetadas de igual manera, aunque nos incomoden. O precisamente por eso. Los déficits democráticos están en otra parte, no en el parlamento EITB.

 

Sabino Arana y los símbolos de la nación vasca

sabino 2 La construcción de una nación es un proyecto largo, complejo y hasta cierto punto inacabable, porque la evolución histórica somete a los pueblos diferenciados a fuertes tensiones en su relación con los demás países y en su cohesión y conveniencia interna. Un pueblo nace y se hace. Tiene un origen y unas raíces, pero constituirse como nación propia implica, entre otros esfuerzos, dotarse de elementos esenciales que la hagan reconocible hacia dentro y hacia fuera, una conceptualización política, cultural, económica y social que se plasma en instituciones y elementos simbólicos que visualizan su existencia y devenir. Así como las personas poseemos identidad (nombre, rostro, carácter, huellas…) también las sociedades precisan de una identidad comunitaria. Y tiene una enorme importancia, por mucho que se frivolice el valor de los símbolos comunes.

 Euskadi es una nación tardía y todavía en construcción. Es gracias a la visión -muy avanzada en términos históricos- de Sabino Arana a lo largo de su trayectoria política que hoy los vascos tenemos un potente sentimiento nacional que actúa como criterio positivo frente a la sangría del provincialismo y la dispersión en España. Contra esa desestructuración de los territorios y la disgregación de la identidad vasca, Sabino va construyendo la idea de una nación que, aún reuniendo todos los factores que definen un pueblo diferenciado (lengua, cultura, territorio, historia, mitos e incluso ciertos factores étnicos), no disponía de los elementos simbólicos elementales. A esa tarea consagrará buena parte de su joven vida y no se puede decir que fracasara, pues hoy la nación vasca dispone del nombre, la bandera y el himno creados por él, junto a una mayor conciencia por la pervivencia del euskera.

 Sabino no solo fundó el Partido Nacionalista Vasco, sino que puso los cimientos de la nación vasca moderna, un proyecto que con el tiempo trascendería de los límites partidistas para ser asimilado por otras corrientes políticas, incluso, en parte, por quienes niegan la existencia de la nación vasca. La esencia de la aportación sabiniana al propósito nacional es la unificación frente a la dispersión de lo vasco y su preocupación por fijar la identidad del país, más allá de lo cultural, dotándole en primer lugar de nombre. ¿Qué clase de país puede construirse sin una denominación común? Sabino tuvo que aventurarse con propuestas que algunos discuten hoy sacándolas de su contexto histórico. No se puede dejar pasar que la dotación simbólica de un pueblo no solo es una necesidad de pura operatividad política, un instrumento, sino que también responde a un impulso emocional, pues emocional es también la idea de nación.

 El activismo propagandístico de Sabino

Arana fue empujado a la política por tres grandes motivos: su propia circunstancia familiar tras la derrota carlista, la realidad histórica que le tocó vivir (la abolición foral) y su particular sensibilidad hacia la cultura vasca y el euskera. Sabino fue carlista per accidens hasta los 17 años Sin embargo, el sentimiento de derrota, lejos de ahogarse en la frustración, le llevó a un gran activismo propagandístico como método de movilización del espíritu de la sociedad de su tiempo para definir para el pueblo vasco un proyecto similar al de otras naciones europeas, surgidas a lo  largo del siglo XIX.

 El activismo sabiniano para sacar del desencanto a sus coetáneos se concretó en un enorme esfuerzo como editor y articulista. El periódico Bizkaitarra fue su primera herramienta de lucha en prensa, desde junio 1893 hasta su suspensión gubernativa en 1895. Le siguió el semanario dominical Baserritarra, en 1897. Ya en 1989 se bregó en El Correo Vasco, primer diario nacionalista; y posteriormente, en 1901, en la revista Euzkadi y ese mismo año en el semanario La Patria. Hay que subrayar que el intenso trabajo editorial y propagandístico de Sabino supuso no solo un gran sacrificio personal y familiar, sino que también le ocasionó varios procesamientos judiciales y su ingreso en prisión. La tenacidad de Sabino le llevó, más allá de los excesos verbales, tan corrientes en su tiempo, a ser un incansable publicista y un polemista nato.

 A lo largo de sus numerosos escritos va quedando constancia de la necesidad de unificar política e institucionalmente el vasquismo, que abarcaba tanto a aquellos que se sentían motivados por la supervivencia de los rasgos de identidad cultural, como a quienes (los fueristas) se pertrechaban  en la defensa de las antiguas leyes como residuo de la soberanía original de los vascos. Desde su obsesión por la grafía, toponimia y gramática euskericas a la “implantación del patriotismo” -presente en el Discurso de Larrazabal- fue dando paso sucesivamente a sus aportaciones simbólicas para vertebrar el proyecto nacional, inicialmente vizcaíno.

 Euskadi, no solo un nombre

             Los símbolos (lingüísticos, icónicos y sonoros) no crecen los árboles, ni se extraen como el mineral de las minas, ni tampoco provienen del cielo o del cosmos finito. Son construcciones humanas, generalmente derivadas de otras precedentes o combinaciones de distintos orígenes y evoluciones. Los símbolos son esencialmente artificiales, con mayor o menor carga de arbitrariedad. En este sentido, resulta bastante ridículo que, por purismo académico o afán partidista, se trate de menoscabar las aportaciones simbólicas de Sabino. No existen los símbolos puros, como tampoco las ideas y las biografías humanas. Todo es creación  o recreación. ¿Se entiende el mundo y su mosaico de naciones sin los mitos, esas invenciones o manipulaciones de lo acontecido?

              ¿Es el nombre de la nación vasca, Euzkadi, un neologismo? ¿Y qué importancia tiene eso, más allá del debate filológico o de las aviesas intenciones ideológicas con que se examinan las creaciones simbólicas del nacionalismo vasco? Para unos, Euzkadi es una construcción lingüística original de Arana a partir de la raíz “euzk” con el añadido de sufijo “di”, que significaría abundancia de algo, con lo que Euzkadi equivaldría a ser “lugar de los vascos”, mejor o peor elaborada al aplicar dicho sufijo a un grupo humano. Para otros, Euzkadi tiene su precedente en las palabras “Euskari” o “Euskaria”, o al término “Euzkadia” aparecida en una poesía de 1862, incluso como deformación de la palabra “Vizcaya”.

             Comprendo la preocupación etimológica de unos y los ardores antinacionalistas de otros; pero a efectos de la construcción nacional efectiva y del valor simbólico de los elementos que la identifican el debate sobre la palabra Euzkadi carece de relevancia. Insisto en el ridículo intelectual del purismo, algo que también podría aplicarse a quienes no aceptan que finalmente se haya impuesto la grafía Euskadi, con s. Los símbolos no son estáticos y están a merced del desgaste y evolución en su uso. Lo de menos es que la nación vasca se denomine Euskadi o, como también se pretende por ciertos sectores, Euskalherria, que Sabino rechazaba porque solo se podría aplicar a las zonas vascófonas. La aportación cualitativa de Arana es haber dotado a este pueblo de una denominación fija y con ella un enorme caudal de confianza en sí misma para su configuración como país diferenciado e independiente. «Euskotarren Aberria Euzkadi da», Euzkadi es la Patria de los vascos, es sobre todo una declaración de autoestima.

 La obsesión por el euskera

Escribía Sabino: «El euskara es, pues, elemento esencial de la nación euskalduna; sin él las instituciones de esta son imposibles. La desaparición del euskara causaría irremisiblemente la ruina de aquella nación, que moriría como muere la hoja en otoño al ser privada por la naturaleza de la savia nutritiva…». La preocupación casi obsesiva de Arana por el euskera fue una de las constantes de su vida, consciente del valor de la lengua como elemento identificador de un país. Se podrán discutir algunos de sus enfoques lingüísticos, pero es innegable que su labor de proyección del euskera fueron determinantes para que la sociedad vasca tomara conciencia sobre la preservación de su lengua. Sus numerosos trabajos en torno a las etimologías, los nombres, la toponimia y la ortografía euskerica dan prueban de que su interés era más práctico que teórico.

 En su actitud hacia el euskera, Sabino Arana es la contrafigura de su coetáneo y paisano Miguel de Unamuno, quien previera y aceptase la muerte del euskera como un hecho inevitable. Sabino no solo creyó que tal desaparición era remediable, sino que ese hecho se llevaría consigo a todo un pueblo. El fatalismo nacional de Unamuno, como la de otras personalidades de su tiempo, motivó a Sabino a redoblar sus esfuerzos por ofrecer un proyecto moderno de nación, que conservara sus señas de identidad tradicionales y asumiera otras, renovadas.

 Una nación, una bandera y un himno

             Probablemente, la ikurriña es el símbolo nacional vasco -creada por Arana junto a su hermano Luis- que mayor solidez mantiene en la Euskadi actual. La bandera se izó por primera vez en el “Euskeldun Batzoki” el 14 de julio de 1894. Mucho antes, Sabino ya había manifestado su preocupación heráldica al defender en su etapa de la Diputación de Bizkaia el mantenimiento de la cruz en su escudo. ¿Y por qué creyó que la nación vasca necesitaba una enseña? Porque la de Bizkaia era prácticamente inexistente y porque ante un proyecto de independencia era fundamental otorgarle un signo con mayor carga significativa.

             Como las banderas no nacen por generación espontánea, sino que son diseñadas por alguien en un momento dado a partir de elementos simbólicos previos, también la ikurriña fue el resultado de una combinación de elementos: el fondo rojo el del escudo de Bizkaia, la cruz blanca simboliza a Dios y la cruz verde es la de San Andrés, con lo que se visualiza el árbol de Gernika y se hace real el lema “Jaungoikoa eta Lege Zarra”, Dios y las leyes viejas. Sabino consigue así concretar lo que anteriormente no se había conseguido, en la “Gamazada” o las tentativas de “Irurac bat” (las tres en una), estrictamente vascongada, o “Laurac bat” (las cuatro en una) de 1859.

En una obra de teatro, “La bandera fenicia”, Sabino dice por medio de uno de sus personajes: “No todas las naciones han tenido bandera hasta los tiempos modernos. Todas si tuvieron escudos desde los tiempos de la Edad Media. Casi todos ellos lo han sido primitivamente de individuos particulares, de señores feudales. El de Bizkaya, en cambio, no es el escudo de sus Señores: es el de la República Bizkaina. No hay en él más que los dos lobos que representan a los Señores, y de ellos haremos caso omiso los nacionalistas cuando nos parezca oportuno, porque no somos partidarios de la forma señorial, la cual se puede abolir porque es accidental en las instituciones bizkainas, y se debe abolir porque es perjudicial para la nación”.

 

El himno nacional fue otra de las aportaciones simbólicas de Arana. La música de “Eusko Abendaren Ereserkia”, himno de la patria vasca», ya existía y se trataba de una melodía popular y anónima que antiguamente sonaba como saludo a la bandera y al comienzo de los bailes. Sabino compuso una letra en la que se resaltaba la identificación religiosa de Euskadi. Hoy este himno es el oficial de la CAV, pero sin letra en razón de la aconfesionalidad de las instituciones democráticas. Este símbolo musical, originalmente del PNV, representa la intensa emoción de la patria vasca y queda como legado de Sabino Arana al proyecto de nación al que dotó de razón y de símbolos.

 

Por mucho que la sociedad actual parezca diluirse en una cierta iconoclastia, no hay duda de que la fortaleza de los símbolos comunes (nombre, bandera, himnos y el euskera) son un valor reconocido por la mayoría de los ciudadanos vascos y contribuyen con su sentido emocional a la consolidación de Euskadi como nación.

Ya estan aquí… las navidades

http://www.youtube.com/watch?v=Iwk8-wDcaEc

Asi-es-el-anuncio-de-este-ano-_54394027213_53699622600_601_341En el universo de la tele la Navidad empieza en noviembre, incluso antes porque los anuncios de perfumes lanzan en octubre sus campañas para el posicionamiento de las marcas e ir penetrando lenta e implacablemente en la permeable memoria de los consumidores. Tres son los hitos de este tiempo preparatorio: el catálogo de juguetes de El Corte Inglés, las burbujas de Freixenet y el anuncio de la Lotería y los tres buscan el mismo efecto de enganche emocional, la creación de instantes mágicos, a los que la gente está predispuesta en un acto colectivo de mutación irracional, muy necesarios para salvarse de la realidad y sus limitaciones. Si no fuera por la magia, hija de los sueños, ya habríamos fallecido asesinados por la soledad y el miedo.

 Será por la crisis, que también es una crisis creativa; pero el anuncio del sorteo navideño, realizado por el bilbaíno Pablo Berger, director de la muda y poética Blancanieves, es el peor de los últimos veinte años, vulgar, casposo y reflejo de la austeridad ética y estética de los poderes que gobiernan el Estado y la economía. Ya lo han visto: es una reunión nocturna en la plaza de un pueblo, donde un grupo de vecinos acuden con velas y el alma gozosa para que unos cantantes frikis y viejas glorias -Raphael, Bustamante, Marta Sánchez, Niña Pastori y Montserrat Caballé- entonen una melodía estúpida que más que emocionar enoja y más que llamar a la ilusión nos restriega por la cara el profundo fracaso de la existencia. ¿Dónde está el toque mágico y el aliento del calvo, aquel que representaba el ángel de la suerte?

¿Y qué es la magia? Algo tan sencillo como hacer grandes las pequeñas cosas de la vida, sublimar lo ordinario para transformarlo en extraordinario y creer en la grandeza humana. Aventurarse en los sueños realizables. Cargar de significado y emociones la rutina. Tener imaginación, ser más bien fantástico. Concederse deseos y hacer regalos que no cuesten más que el instante en que se piensa en su destinatario. ¿Usted no cree en la magia? Sufrirá en Navidad. Apague la tele.

LA PROMESA. ACTO PRIMERO: RAJOY PACTA CON UTECA

 

c9Esto es una obra de teatro, perteneciente al género de la comedia surrealista con un final trágico. El personaje principal es Mariano Rajoy, un oscuro y ambicioso registrador que anhela ser gobernador de una península al sur de Europa, en torno al cual aparece un grupo de notables integrados en una organización monopolística llamada Uteca que posee la mayor parte de las cadenas de televisión, junto a otros propietarios de medios de comunicación. Un día estos caciques ofrecen al aspirante a gobernador ejercer toda su influencia ante la plebe para elevarle al poder a cambio de la promesa de liquidar los canales autonómicos que tan dura batalla les plantean en sus diferentes territorios. Seducido, Mariano acepta el cambalache.

Para alcanzar esta vil empresa deciden llevar a cabo mancomunadamente una serie de maniobras secretas. La primera, provocar en el pueblo un gran rencor hacia las emisoras institucionales falseando su función y exagerando su coste. La campaña de descrédito se realiza de forma sistemática y cruel, ocultando su fin verdadero: la conquista absoluta del mercado. Tras la devastación de la opinión pública y el acceso triunfante del gobernador, éste intenta desalojar a los trabajadores de los canales regionales mediante arbitrarios EREs, a sabiendas de que sus tribunales de justicia los impugnarían por burdos. Este calculado rechazo sería la señal e indispensable excusa para proceder al cierre, aduciendo la imposibilidad de otra salida. La farsa es perfecta para que la gente, previamente adoctrinada, acepte la clausura de sus canales por miedo y advertencia a perder escuelas y hospitales. La sabia Grecia había fijado el precedente.

Y así sucede en un lugar llamado Valencia la primera de las victorias de Uteca y el servil gobernador, que seguido se dirigen a Madrid, residencia de la Corte, donde se prepara el inminente derribo de su emisora local. Otras siete plazas (La Mancha, Extremadura, Asturias, Aragón, Murcia, Baleares y Canarias) esperan igual o parecida suerte. Fin del primer acto. Continuará.