EL FOCO
Onda Vasca, 4 mayo 2017

Muchas cosas han cambiado en Euskadi en los últimos años. Somos un país diferente al que éramos hace 20 años o menos. Y somos diferentes porque nuestra vida, la de cada uno, es distinta. Vivimos de otra manera. Que sea mejor o peor que antes lo tendrá que decir cada uno. Una de las realidades más cambiadas es que somos un país más receptivo de visitantes de lo que éramos hasta hace poco tiempo. Una de las causas es que se terminó la violencia política que sacudió nuestro país, lo que retraía considerablemente el turismo, pese a las campañas que se hacían para demostrar las bondades y calidades de nuestro país como punto de destino vacacional. ¿Quién no recuerda aquella campaña de “¿Ven y cuéntalo”, promovida por el Gobierno Vasco? Hoy suena prehistórico, pero aquel esfuerzo comunicativo era necesario para no aislarnos como sociedad frente al resto de países.
El caso es que, en 2017, y recién terminada la Semana Santa y el puente del 1º de mayo, Euskadi está batiendo récords históricos de visitantes, siguiendo la tendencia de los últimos años. Hemos estado al borde del overbooking. Los agroturismos han estado al 99% y los hoteles han superado el 85% de ocupación. No había más que pasear por las calles para verlas llenas de turistas, tanto procedentes del Estado español como de diferentes países. Por tener turistas, tenemos hasta visitantes chinos, tan exóticos hasta ahora. Tan buenos datos y con excelentes expectativas, nuestro país aún no ha interiorizado que para ser un destino turístico estimable, de calidad y bien posicionado en el mundo necesita emprender una serie de cambios a los que parece resistirse.
No hay un único modelo de país turístico. No podemos -ni lo queremos- ser un país de sol y playa, de cantidad y poco calidad. Pero podemos ser un país de turismo de calidad, para un turismo de poder adquisitivo, a partir de nuestros principales argumentos: el paisaje, la gastronomía, la diversidad de oferta en bodegas, playas, deportes náuticos, cultura e innovación. Ahí están nuestros poderes en Bilbao, Donostia, Vitoria, La Rioja alavesa, la costa vizcaína y guipuzcoana, los hoteles rurales, las fiestas, los festivales, los congresos científicos, etc. Mucho poder.
Teniendo tan importantes argumentos, ¿qué nos falta, en qué tenemos que cambiar? En primer lugar, creerse que somos un gran país turístico. No somos un destino de menor cuantía; al contrario, somos un destino privilegiado. Nunca seremos un país de masas en materia turística. Y no lo queremos. Así que el primer cambio de mentalidad para ser un país turístico de primera es que consolidar un concepto turístico potente en Euskadi no es una amenaza para nuestra forma de vida, nuestras cultura y nuestra personalidad como sociedad diferenciada.
Y si nos creemos que podemos ser un país turístico, que mejore nuestros ratios económicos y aporte nuevas oportunidades de empresa y empleo, tenemos que aceptar que ciertas pautas deben cambiar. Tenemos que ser más flexibles, sin merma de nuestras condiciones de vida. No es posible que tengamos una entrada considerable de turistas y que nuestras tiendas y establecimientos de hostelería estén cerrados en días festivos. Es un absurdo, a lo que tenemos que enfrentarnos con inteligencia, sin prejuicios, con criterio de país serio.
La flexibilidad implica la decisión estratégica del sector del comercio y la hostelería para adecuar su estructura organizativa a la oferta que un turismo de calidad exige y espera de nosotros. No digo que el comercio y la hostelería deba abrir por sistema en días festivos, no. Pero debe abrirse a aperturas concretas, inicialmente de prueba y experiencia, y más tarde, en función de resultados, a mayores aperturas, naturalmente, sin precarizar los derechos de los trabajadores. No debe existir contradicción entre lo uno y lo otro.
Lo que está ocurriendo es que los turistas en días festivos están concentrándose en zonas concretas, particularmente en los cascos históricos. La experiencia del Casco Viejo bilbaíno en Semana Santa ha sido sublime, con cifras de negocio impensables hasta ahora. Y así lo que vemos es que estamos produciendo una concentración excesiva en estos puntos concretos de nuestras ciudades, con unas zonas saturadas de turismo, mientras el resto de la ciudad está desierta o sin vida. No puede ser. El Casco Viejo no puede convertirse en un parque temático de turistas en días festivos. El resto de la ciudad tiene mucho que ofrecer. Tenemos que dialogar sobre esta problemática.

Hay cambios de paradigma que emprender. Hemos visto este último puente cómo la zona de San Juan de Gaztelugatxe, en Bermeo, se saturaba de turistas. Aquello era sumamente incómodo, con miles de personas que querían visitar aquel idílico pasaje, en parte para revivir los escenarios donde se han rodado algunos capítulos de Juego de Tronos. Los turistas, a veces, son así de simples. Pero no vaya a ser que muramos de éxito, a base de inundar sin control nuestros paisajes naturales. No están hechos para el turismo masivo. Pero tampoco para el turismo ocasional. Hay que estudiar a fondo cómo extendemos nuestra oferta, nos flexibilizamos, sacamos aún más rendimiento nuestra oferta gastronómica, la hacemos más presentable, con menos quebag y más tabernas vascas con estilo y sabor.
Estamos bien, creo yo, pero muy lejos de establecer y redondear un concepto turístico vasco. Tenemos medio país, maravilloso, sin explotar turísticamente. Tenemos una gastronomía que se pasa de precio. Tenemos rincones que casi nadie conoce, ni nosotros mismos. Tenemos mucho que mejorar. Con más cultura y más espectáculos desde nuestra raíz vasca. Tenemos que responder, de verdad, a la cuestión, como Hamlet: “Ser o no ser”… un país turístico.
¡Hasta el próximo jueves!
