Elogio de Euskal Telebista

La hipocresía vasca mutó hace años hacia los desapegos sociales, entre ellos su vínculo con la televisión, de manera que un ciudadano ejemplar en apariencia está obligado a decir perrerías de la tele como vicio de la plebe y a hacer jactancia de que apenas la ve, salvo en magnas circunstancias.  ¿Cómo se explica entonces que el consumo medio actual en Euskadi sea de 3 horas y 48 minutos? ¡Diarios! De este fingimiento forma parte el golpear sin piedad a las públicas denunciando como cierta sus bajezas informativas y el sectarismo gubernamental, lo que convierte a los críticos en agentes del descrédito de las cadenas institucionales promovido por los grupos privados en pos del monopolio. Casi lo han conseguido en España, donde los medios audiovisuales de empresa representan el 72% a base de hacer apetecible la mierda.

¿Y qué pasa con ETB? Que resiste bien, pero no hace lo que podría. El pasado abril alcanzó el 14% de cuota, sumando sus cuatro canales, por debajo de TV3, la autonómica catalana, que llega al 18%. El liderazgo de los informativos es su mejor baza, al aportar contrapeso a la comunicación estatal y equilibrar el poder de la vieja corporación local que pugna por tutelar nuestra sociedad. ¿Qué sería de Euskadi sin ETB? Imagínatelo: seríamos más España, asimilados, sin autoestima, indefensos, mansos y menos soberanos. Necesitamos consolidarla.

La nueva ley de EITB, relevo de la arcaica de 1982, duerme en un cajón del Parlamento, quizás a la espera de que EH Bildu arriesgue a perder influencia en la redacción y mandos intermedios y opte por hacer país. La izquierda y la derecha no son confiables y prefieren encomendarse a Ferreras o Ana Rosa. No podemos esperar a que el futuro de la radiotelevisión vasca se garantice por cambio generacional: las renovaciones generacionales son solo cobardes aplazamientos.

 

Demasiado de derechas

Madrid ha votado. Ha optado por un gobierno de depredación en el que los fuertes se comerán a los débiles. Un gobierno sin contrapesos ni equilibrios democráticos. Demasiado de derechas. Rematadamente de derechas.

Ayuso, populista y frívola, es una amenaza. Como Trump. Y ya sabemos cómo acabó Trump, propiciando un asalto terrorista al Capitolio.

Mi nuevo vídeo en el canal Youtube «Puente de 3 minutos».

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Un cuento que está ocurriendo

La cuarta temporada de El cuento de la criada, estrenada el miércoles en HBO, arranca con Aretha Franklin y termina con Carole King en dos canciones que exaltan la súplica femenina. Y en medio, la historia de una lucha contra la dictadura teocrática de Gilead que reduce a las mujeres a la mínima condición social como esclavas sexuales, siervas o guardianas sometidas a los hombres. ¿Ficción? Solo en apariencia, porque esto ya ocurre en los regímenes islamistas, mientras en occidente (también en el Estado español) la extrema derecha avanza para impedir la igualdad entre personas. La novela de Margaret Atwood, escrita hace casi 40 años, anticipaba lo que hoy es una certeza. El azar quiso que su conversión en producto televisivo coincidiera con el movimiento feminista #MeToo contra el silencio del abuso sexual y la serie pasase a la categoría de culto.

Los primeros capítulos (el tercero dirigido por la actriz principal, Elisabeth Moss) nos llevan a rebelión de las mujeres, organizadas en el grupo de resistencia Mayday, como la llamada de socorro. “Somos Mayday, no nos escondemos, luchamos”. Pero han de pagar un precio muy elevado de asesinatos y tortura. Inevitablemente, en este choque desigual aparece la venganza contra los hombres más abyectos. Hay sacrificio y traiciones. Y hay amor infinito. Se han rebajado las imágenes de violencia explícita a cambio de una estética emocional en la que abundan los planos cercanos y la cámara lenta. Con menos acción el relato sube en intensidad moral. Esto va de valores y no de heroínas que asaltan el poder.      

June/Dejoseph y demás supervivientes de ficción constituyen la antítesis de las Ayuso y Monasterio reales, seguidoras de Trump y sus comandantes. Quizás Madrid quiera homologarse a Gilead a partir de mañana con un gobierno netamente fascista. Voy alistándome a Mayday.

Ayuso hará realidad El Cuento de la Criada

Si es malo para la UEFA, organización de prácticas mafiosas, es bueno para el fútbol y la decencia. Y aunque suene raro, el proyecto de Superliga, liderado por el presidente del Real Madrid, viene a liberar este deporte de la tutela de un sindicato de corruptos y a ponerlo en manos de los clubes ricos. ¿Acaso no era este el destino elitista trazado hace décadas? La agresión de la UEFA a Bilbao y Euskadi, tras cancelar unilateralmente el contrato de la sede de la Eurocopa 2021 en San Mamés, confirma la necesidad de disolver esa entidad malhechora, así como la Federación estatal en ella integrada. Blatter, Platini, Grindel, Villar y ahora el oportunista Rubiales, ¿cuánta suciedad más puede soportar el aficionado al balompié? La tele garantiza los beneficios de la Superliga al subir el nivel competitivo de la obsoleta Champions League. Es una certeza matemática.

El fútbol se parece mucho a la política. Hay partidos (equipos), hay campeonatos (elecciones) y hay choques a degüello (los debates). El de Telemadrid reunió a unos tres millones de espectadores sumando las seis cadenas que lo emitieron en directo, un poco superior a la audiencia que Rociíto acaparó ella sola en Telecinco. Llama la atención que la aspirante de Más Madrid, Mónica García, no reaccionase ante la cruel coincidencia de atuendo con la líder del PP, chaqueta roja sobre blusa blanca. Total, mujer, lo de cambiar de chaqueta es lo normal entre políticos. Y la noche transcurrió con unos y otros contando muertos, muy español.

Por fortuna, el miércoles llega la nueva entrega de El cuento de la criada, metáfora de la lucha por la dignidad de las mujeres. Será en HBO. Rebasado el relato original de Margaret Atwood, quizás acontezca la caída de la dictadura de Gilead. Mientras, en la realidad, Ayuso incorporará a Vox al gobierno más oprobioso de Europa.

El negacionismo es solo miedo

Jordi Évole es un ochomilista. Después de alcanzar las más altas cumbres ya no puede bajar. Nadie va del Everest al Pagasarri. Tras sentar al Papa, a Maduro y a quienes tienen mucho que decir, aunque no sean los más simpáticos, anda detrás del Emérito para una entrevista que al ex rey de España le convendría para reivindicarse ante los españoles y al catalán le vendría de perlas en su ascenso imparable. En esta escalada se fue a México a hablar con Miguel Bosé, una de esas estrellas estrelladas que fue mucho en el espectáculo y que hoy no pasa de ser un viejo recuerdo y una tragedia personal, pero a quien la pandemia ha otorgado un papel estelar como negacionista. Por esto último más que por su pasado, Bosé era una cima para Évole.

En dos domingos y ante una audiencia de casi tres millones por cada sesión nos ha mostrado al personaje dentro del género patético, ese tipo de relato en el que el ser humano se despedaza sin rubor ante la gente y el show es su sufrimiento. Y no por la historia de sus excesos, que ya conocíamos, sino por el discurso de sus frustraciones, mezcla de drama familiar y deterioro mental que ha reconducido hacia la negación boba del virus que asola el mundo. Los negacionistas no están locos, no: solo tienen un miedo insuperable, al que añaden un narcisismo aún mayor. Y de ahí, a la ira. En esa pose teatralizada, apenas sin voz, se ha quedado el hijo de Lucía y del torero. Lo niego todo, dice, como cantó Sabina.

Otra esperpéntica negacionista, Victoria Abril, ha sido práctica y se ha apuntado como concursante a MasterChef Celebrity, donde coincidirá con nuestro Julian Iantzi. La almodovariana actriz cree que es mejor hacer tortillas en la tele que hacer el ridículo en la pandemia. TVE fue siempre objeto de recompensa. Juan Carlos I agenciaba a sus amantes un programa en la cadena estatal.