
Hoy ha sido un pésimo día en la evolución de víctimas y contagiados por coronavirus. Vuelta a la desesperanza. Puedo entender la tristeza del mo-mento, pero no cabe admitir la desesperación en las autoridades con propuestas que van más allá de lo admisible en una sociedad madura y responsable. ¡Esto no es China, maldita sea! Pero el Gobierno se ha propuesto una medida que nos sitúa ante la mismísima tiranía.
Pretende que tras la realización de test masivos (que ya veremos cómo se organizan) para la detección de infectados que los asintomáticos sean confinados en lugares específicos, como hoteles, recintos públicos y otros espacios aún sin determinar. Sánchez requirió de las Comunidades Autónomas en su última reunión virtual que hicieran un listado de instalaciones para ese monstruoso cometido. ¡Tal cosa es absolutamente ilegal!
Fuentes jurídicas relevantes ya le han hecho saber al Gobierno que no se puede obligar a nadie a ser confinado en un espacio que no sea su domicilio y ni siquiera en éste, porque le asiste el derecho de acudir a comprar víveres, medicinas y otros bienes esenciales. El ministro de Sanidad, el hombre de mirada derrotada, ha dicho que el confinamiento de los asintomáticos en lugares ad hoc sería voluntario. Sin embargo, el ministro de Justicia, un tipo siniestro, ha declarado que se están estudiando fórmulas para obligar a los asintomáticos al encierro obligatorio en esos espacios de confinamiento neonazi.
Hablemos claro. Estamos ante una nueva y más sutil versión de los campos de concentración. Sí, volvemos al espíritu del nazismo o los gulags bajo la excusa de la salud pública. En esencia es lo mismo: condenado a un arresto sin previa condena, ni proceso judicial justo.
¿Que hay personas de alma servil que aceptan ese atropello? Pues muy bien. Pero a mí nadie me va a encerrar en un campo de castigo. ¿Y cómo se identificará a los asintomáticos para que no salgan de casa? ¿Quizás les borden una estrella amarilla en el brazo? ¿O se les marcarán sus domicilios con la mancha del estigma? Estamos ante la previsión de una tiranía descomunal. Y no podemos permitirlo.
Temo lo peor. Es probable, como también se ha apuntado, que realice una monitorización sin tutela judicial o seguimiento a través de los móviles y la localización por satélite. Eso sería posible técnicamente. Está bien saberlo para desprenderme de mi teléfono o depositarlo lejos del control de esta nueva Stasi.
¡Qué miedo! La desesperación ante una crisis pandémica contra la que sabemos poco no puede conducir a fórmulas de control tiránico de la gente, ni doblegar los derechos democráticos. Antes morir que perder mi honra de ser humano. Cuidado, ciudadanos, que al coronavirus le ha salido un rival para destrozarnos la vida, más letal y oprobioso.










