
Es insoportable asistir al recuento diario (y en tiempo real a cada momento) de las víctimas del coronavirus. Los paneles de la muerte marcan a esta hora 7.340 en España y 297 en Euskadi. En lo de contar muertos somos geniales: tantos muertos en carretera los fines de semana, tantas mujeres muertas por sus parejas…
Y sucede que las víctimas, personas reales, te tocan de cerca: el padre de un amigo, la madre de otro, un pariente, una vecina. Se nos está muriendo la gente. Y la cuenta no cesa. Tengo que contaros que Antonio Álvarez-Solís, periodista, mente lúcida, hombre cabal y rebelde de diferentes causas ha fallecido hoy a los 90 años. Me llega la información del fin del hombre que hizo de la noticia su vida entera.
Antonio comenzó su carrera en La Vanguardia y después fundó y dirigió Interviú, la mítica revista de la transición que fue mucho más que chicas desnudas, como Marisol, que hizo más de un millón de ejemplares. Fue hombre de radio, de libros y televisión. Ahí conocí a Antonio, en la televisión vasca, cuando ambos participábamos como opinadores en el programa Pásalo, una celebridad en Euskadi, que moderaban Iñaki López y Adela González.
Por aquella época a Antonio nadie la deba trabajo en España, ningún medio. Estaba vetado en todas partes, por la derecha y por la izquierda. Contra la censura española, Euskal Telebista le concedió un asiento en aquel programa y los vascos le querían y escuchaban sus ponderadas opiniones. Adoraban la fina inteligencia y la valentía de Antonio, que amó la tierra vasca de acogida. Y respondió con lo mejor de sí mismo, con la sabiduría y el ingenio que había acumulado a lo largo de los años.
También la prensa vasca le ofreció un rincón para sus perspicaces análisis. Fue columnista en Deia, mi periódico, y también escribió en Egin y en Gara. Antonio había rebasado todas las ideologías. Decía y escribía lo que pensaba. Era ateo, republicano, de izquierdas, e internacionalista. Era culto, librepensador y amaba a las mujeres y ellas a él porque desprendía ternura. Fue un hombre bueno y por eso le engañaron tanto sus jefes y compañeros de profesión. Antonio no era un siervo del sistema, lo combatía con la palabra.
Antonio se ha ido satisfecho de su andadura. Tuvo éxito en la profesión y en la vida y deja, aquí y ahora, un mundo convulsionado y temeroso que Antonio quiso transformar a su manera. Sus amigos le recordamos con mucho cariño y admiración. Con profundo respeto aún en la discrepancia. No le podremos despedir, porque el virus nos impide hasta eso, decir adiós a quienes queremos. Agur, Antonio, ya nos contarás cómo van las cosas ahí arriba.








