A más ficción, mejor realidad

Tengo esperanza en el bisiesto 2020. Algo nos corresponderá, digo yo, de las cosas buenas que van a ocurrir. Es año olímpico y regresaremos a Tokio, donde los seis aros ya deslumbraron en 1964. No hay acontecimiento más televisivo que los Juegos. Seremos testigos de los últimos prodigios de las comunicaciones con el esplendor del 5G y encumbraremos a nuevos héroes. ¡Qué maravilla romántica ver al último corredor cruzando, roto, la meta! Esas imágenes valen todo el medallero. 

Hay Eurocopa de fútbol y se juega en San Mamés. Calculen que serán 100 millones de telespectadores, en muchos países, volcados sobre Bilbao, más allá de que la anfitriona sea la Roja con algunos de los nuestros. La tele vende realidad, amigo, y esta es una oportunidad estratégica en la competencia de las ciudades. Además, hay elecciones, tres, en Euskadi, Catalunya y Galicia. Y, por supuesto, en Estados Unidos, donde sería fascinante presenciar la anhelada caída de Trump. Por no hablar del cumplimiento del Brexit, con todas sus incertidumbres.

¿Y la ficción? Nos espera mucha en 2020. En mayo tendremos la versión audiovisual de Patria, a partir de la sobrevalorada novela de Fernando Aramburu. Prepárese a pagar, porque va por HBO. Puede que como producto tenga sentido, pero si su objetivo oculto es teñir de rojo y gualda el relato del conflicto vasco, será contraproducente. ¿De libros malos, buenas series? También de la mediocre La Templanza, de María Dueñas, tendremos un serial. Y vendrán las nuevas temporadas de Big little liesSex educationModern love y la icónica El cuento de la criada. El dato estremece: las plataformas digitales invertirán en ficción durante este año 35.000 millones de dólares, tres veces los presupuestos de Euskadi. Es un pacto de conocimiento y cultura, con una promesa a cumplir: a más ficción, mejor realidad.

¡Oh balance, balance!

Todo balance es un ejercicio de desmemoria selectiva. Es la práctica habitual de empresas e instituciones. El informe del sector televisivo de 2019, presentado por Barlovento Comunicación, deja muchas dudas. Verán: si yo fuera muy rico no pondría mi dinero en la tele, salvo que tuviera necesidad de influencia social. El dato más relevante es que la televisión en España ha visto reducido sus ingresos unos 100 millones de euros respecto del año anterior. Era previsible: la economía ha ido a la baja y la competencia de la oferta a la carta, donde mandaban Netflix y HBO, ha crecido con Apple TV y Amazon Prime. ¡Y en marzo llega Disney+! 

También ha caído el consumo audiovisual. Aun así, 222 minutos diarios por persona es una cuota insostenible. ¿Y quién gana? Telecinco, que pretenciosamente se autodefine como “la televisión transversal”, con el 14,8%, seguida del poulidor Antena 3 con 11,7%. TVE, por debajo del 10%, tiene el peor registro de su historia. Fíjense, cuando en 2010 fue desplumada de anuncios por Zapatero, alcanzaba el 16% y era la primera. ¿Y la vasca? Igual, con el 8,3% en ETB2 y el 2,1% en ETB1. Cuánta necesidad de innovación tiene nuestra indispensable cadena y dejar atrás su viejo patrón de contenidos. Algo debería aprender de TV3, líder en su doble función de servicio público y medio de resistencia democrática.

Indigna saber que Atresmedia y Mediaset, que totalizan poco más de la mitad de la audiencia, sigan acaparando el 85% de la publicidad y se mofen de la libertad de mercado. La Comisión Nacional del Mercado de la Competencia les ha multado con 77,1 millones por “prácticas anticompetitivas en la comercialización de la publicidad”. Ya les digo que no pagarán, porque hay un Gobierno, como aquel oprobioso de Zapatero, que precisa sus favores. Para eso sirve la tele a veces: ganar dinero salvando gobiernos.

El lado mágico

Por alguna sinrazón creemos en la existencia de un lado mágico. La Navidad es el momento propicio para este delirio. Como es inane y algo ayuda, nos dejamos llevar. Es parte de nuestra automedicación emocional. La tele juega un papel propagador y saca beneficio de ello a través de la publicidad. Algunas marcas dejan para esta época sus anuncios mágicos. El objetivo de la Lotería navideña no es vender boletos (se venden solos), sino revestir el azar de una ilusión prodigiosa. Sus nuevos spots de son magníficos, cuatro historias enternecedoras de afecto y solidaridad. El Corte Inglés es de los que más se esmeran. Lleva un par de temporadas haciéndonos creer que somos elfos, seres míticos pero reales que repartimos felicidad en regalos. Es una preciosidad de mensaje, de esos que gusta ver y cantar su canción: “Creo que esta chica es un elfo, sí lo es, sí lo es…”

Mi preferido es el de Casa Tarradellas, la marca catalana de pizzas, relato familiar de una mudanza caótica en la que las dos hijas adolescentes se rebelan contra el cambio de domicilio y una de ellas amenaza con encadenarse a su habitación y tragarse la llave. Pura creatividad de encanto y sonrisas. ¿Ha sido Trump quien ha decretado el fin de las fascinantes campañas de Coca-Cola? ¿Por qué Euskaltel ha renunciado a sus memorables anuncios? ¿Qué fue de los mensajes navideños de ETB que encumbraron un estilo? ¿Qué hizo perder la chispa a los cavas y los perfumes glamurosos? ¿Se han vuelto todos iconoclastas?

Ahora es Campofrío quien ostenta el liderato imaginativo. Le vale un superanuncio para ganar prestigio para un año entero. Esta vez no nos abronca por el uso excesivo de la tecnología digital y hace ironía de las fake news con una producción impresionante. Suya es la audacia por seguir creyendo en los sueños. Pues eso, mágica Navidad para todos.

Serrín de abedul

La dirección de ETB exigió a Ion Aramendi que no consumara su abandono hasta finalizar el EiTB Maratoia (la de los 1.500 Lau teilatu y el millón de euros para los niños con cáncer), cuya gala le había sido encomendada. El miércoles fue su adiós. Tres años ha durado su desdicha en la televisión pública vasca y el balance de ¿Qué me estás contando? no puede ser más decepcionante en audiencia y reputación. Procedente de la telebasura de Telecinco, llegó para remediar las tardes de Euskadi, que no han levantado cabeza desde que Patxi López y Alberto Surio liquidaran el exitoso Pásalo de Iñaki López y Adela González. ¿Quién pensó que este frívolo aventurero era la solución? ¿Por qué implantar aquí una sucursal de la simpleza española, de fruslerías y charla tonta? La defenestración de Klaudio Landa, por incompatibilidad con el advenedizo, fue el colmo del despropósito. 

El huido conducirá en TVE El Cazador, un concurso diario para gente mal entretenida. ETB es otra cosa. No estamos para idioteces y cuando hacemos humor lo hacemos con la solvencia de Vaya Semanita. Somos de Rolex o de carteras, ya lo dijo Aitor Esteban en la tribuna política. Expertos hay que defienden la pertinencia de mezclar géneros, lo serio con lo divertido, y maridar. Maldita palabra. En un restaurante de Madrid comí setas con serrín de abedul, y aún flipo. ¿Se ha inspirado la tele en la gastronomía experimental para crear sus potajes indigestos? Los programadores creen que todo tiene que ser picante, quizás porque así encubren sus viandas podridas. Niego la mayor: hay que ser brillante.

Lo natural ahora sería que Arantza Ruiz -a quien Aramendi humilló en DEIA llamándola “muleta fantástica para mí”- se hiciera cargo del vespertino. O la polivalente Adela. ETB tiene el banquillo más desaprovechado del mundo y la autoestima profesional en busca y captura.

La marmota y otros tópicos españoles

La próxima vez que un contertulio diga en la tele que “estamos en el día de la marmota” para referirse a la repetición de hechos en la política española le denuncio por contumaz crueldad. ¡Ya vale de apelar al maldito roedor! Temo que muchos crean que este esciuromorfo pasa su existencia calcando continuamente sus acciones. Pues no. La recurrente idea procede de la película Atrapado en el tiempo, cuyo título original es El día de la marmota (Groundhog day) y toma como pretexto la tradición rural norteamericana de averiguar el final del invierno según el comportamiento del animal al salir de su madriguera el 2 de febrero. En la historia, protagonizada por Bill Murray, su personaje es incapaz de salir de esa fecha, y queda preso en una secuencia infernal no imputable al pobre bicho.

Los canales no tienen un libro de estilo que evite caer en los tópicos y otros males de la redundancia que tanto enfurecían a Unamuno. Deberían tenerlo para no extender la plaga del empobrecimiento verbal. La tele ha causado estragos en el bien hablar y el arte de razonar, quizás porque la mayoría de los opinadores se formaron en la escritura y no recibieron, para su desdicha, lecciones de oratoria y retórica. Los tertulianos, por un sueldo de miseria y unas horas de vanidad, se han convertido en el eco servil de la clase política. ¿Dónde queda su autoestima? Para analizar la realidad se precisan una mente escéptica y un corazón romántico.

La redundancia es pereza argumental y falta de audacia en las palabras. Deberían estar solo los mejores, aunque no sean perfectos comunicadores. Ningún comentarista tendría que estar más de dos años seguidos en su puesto, porque se abrasa el alma. ¡Qué conservadora es la tele! Pasa el tiempo y ahí siguen los de siempre, con sus inalterables filias y fobias y sin más cambios que la edad y las canas.