Los recuerdos que invaden mi cabeza están muy ligados a la casa de amama. Ella vivía en un antiguo caserío, una obra arquitectónica perfecta, donde sus más de 1000 metros cuadrados solucionaban todas las necesidades domésticas. La cocina, con un fuego bajo, estaba en la planta baja y separada por un ancho tabique de piedra, la cuadra.
Los animales, vacas, conejos, gallinas…pasaban el día fuera, pero amama se encargaba, al caer la noche, de recoger a todos.
También había un gran dormitorio. El resto estaba en la primera planta. La escalera de acceso estaba muy deteriorada, pero la mano de amama siempre estaba dispuesta a ayudar a subir y a bajar.
Arriba dos dormitorios más, con un enorme espacio diáfano delante. En ellos se almacenaban cosas, se secaba la ropa colgada de unas cuerdas que iban de un lado a otro de las paredes.
Más arriba, después de otro tramo de escaleras, una puerta, y detrás de la puerta un enorme espacio donde se guardaban las nueces, las manzanas y un montón de trastos que parecían inservibles.
Pero en casa de amama había muchas más cosas. Recuerdo su voz, su complexión de mujer grande y fuerte, su presencia, las noches de frío cuando me apretujaba en la cama para darme calor, el ladrillo calentado en el fuego bajo y envuelto en periódico que calentaba la cama. La Luz del candil que ella llevaba hasta el dormitorio siempre cogiendo mi mano. Después venían las historias, los cuentos, hasta que me quedaba dormida.
En aquella enorme casa fría, sin luz, nunca faltó el cariño. Adoraba pasar tiempo con ella. Yo era muy pequeña pero mis recuerdos están intactos, era feliz con un trozo de chocolate que siempre tenía para mí, ese chocolate duro y amargo que resultaba gloria bendita.
El olor del fuego, del otoño, y su voz cálida y fuerte……
La entereza de una mujer que la vida había hecho dura, pero que siempre tenía un rato para sentarme en sus rodillas y acurrucarme como solo ella sabía.Nnunca he encontrado a nadie igual. Era única, era amama